Di Tella en los medios
Clarín
18/03/19

La era del terrorismo nihilista

"Este terrorismo no tiene soportes institucionales, ideológicos o tribales. Es una manifestación de individualismo nihilista, de creencia de que las condiciones de la existencia son tan malas que deberían ser destruidas", escribió el profesor Mariano Turzi, profesor del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales, sobre el ataque a una mezquita ocurrido el viernes en Nueva Zelanda.


¿Cómo podemos leer un atentado como el de Nueva Zelanda? La hipótesis principal es que el mundo se encuentra ante un choque de civilizaciones entre el Islam y Occidente que se remonta a siglos atrás. La incompatibilidad de valores entre ambas civilizaciones hace que el conflicto sea inevitable.

En ocasiones será ISIS decapitando rehenes y en otra será a través de explosiones de violencia como la que se manifestó en Christchurch. Cuando nos enfrentamos a atentados que no son cometidos por individuos que se autodenominan religiosos tenemos que encontrar una hipótesis alternativa que explique la violencia terrorista. Esta oleada de terrorismo global no es un episodio más en una histórica confrontación entre cruzada y jihad.

El tiroteo en Nueva Zelanda tiene más en común con el tiroteo de la escuela de San Pablo que con diferencias teológicas o desacuerdos sociopolíticos entre Cristianismo e Islam.

Proponemos aquí la siguiente explicación: el nihilismo violento. Los terroristas de esta era pueden adoptar cualquier consigna: el fervor religioso, la pureza étnica o la integridad nacional. Pero todas son meramente un ropaje y una fantasía. Mitos de una entidad ideológica carentes de toda posibilidad estratégica. No hay una perspectiva política, futuro revolucionario brillante o Edén redentor al que la violencia los conduzca. No son miembros de organizaciones, ni siquiera “lobos solitarios” que emulan acciones de líderes a quienes admiran. Este terrorismo no tiene soportes institucionales, ideológicos o tribales.

Es una manifestación de individualismo nihilista, de creencia de que las condiciones de la existencia son tan malas que deberían ser destruidas. Además, la capacidad destructiva ha aumentado exponencialmente por la globalización.

Hoy es fácil y barato obtener medios para infligir daños de mayor magnitud y a mayor velocidad. La violencia que conlleva no es un medio sino un fin en sí mismo. Por lo cual es imposible llegar a una solución política, acuerdo o negociación.

Con respecto a la causa, la prognosis no es buena: este nihilismo es la reacción a procesos estructurales: Dios ha muerto, la globalización ha excluido y desposeído a millones, los estados-nación han perdido control y las sociedades se desgarran en polarización creciente. No hay orden divino, ni potencias globales con capacidad o voluntad de establecer un orden, ni teleología económica prometedora o revoluciones que transformen el sistema.


Ni siquiera posibilidad de espléndido aislamiento en la incertidumbre y vulnerabilidad de este (des)orden mundial. Podemos esperar más de esta violencia nihilista como una espantosa pero endémica respuesta a esta angustia existencial. La lógica que la moviliza se advierte en la provocación del Guasón en Batman: “Altera el orden establecido y todo se vuelve caos. ¿Sabes qué es lo que pasa con el caos? ¡Es justo!”.

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