Di Tella en los medios
La Nación
6/12/17

Modelo de conducción: los atajos para convertirse en un líder carismático

Por Eugenio Marchiori

"Fortalecer la imagen de sus principales ejecutivos es una forma que tienen las empresas de reafirmar su influencia", explica el profesor de la Escuela de Negocios de la Di Tella

Las empresas apelan a símbolos de poder

"¿La razón por la que somos exitosos, querida? Mi carisma por sobre todo, por supuesto", le contestaba Freddie Mercury a una admiradora. Nadie podría acusar al recordado showman de tener baja autoestima.

El carisma es un regalo que los dioses les otorgan a algunos elegidos. Los bendecidos con el don del carisma son atractivos, tienen una sonrisa seductora, influyen más y mejor, son más seguros, reparten optimismo, son seguidos y respetados, transmiten mejor su visión, generan confianza, son escuchados en los momentos de crisis, y una larga lista de cualidades que los separan de los demás mortales. Max Weber consideraba el carisma uno de tres componentes de la dominación legítima. Para el sociólogo alemán, era una cualidad extraordinaria, algo mágica en su origen y hasta sobrehumana, que poseían algunos caudillos, hechiceros y líderes.

La condición carismática está vinculada con fuerza a factores irracionales. El carisma "se posee" y los elegidos alinean su vocación con el don recibido. Es la porción del talento que viene incluida en los genes. Quien lo disfruta tiene una gran ventaja sobre el resto. Por eso, está siempre presente cuando se examina la capacidad de liderazgo de alguien. Aprovechar al máximo el potencial de su impacto es una de las preocupaciones principales de las organizaciones empresarias, políticas y religiosas.

Cuando una empresa detecta un joven carismático -más allá de otras condiciones que posea-, es casi seguro que él obtendrá la etiqueta de "alto potencial". Los elegidos que la consiguen son verdaderos niños mimados que reciben las mejores oportunidades de capacitación y de exposición. A la larga, la costumbre de rotular así a los nuevos empleados tiene un efecto de profecía autocumplida, demuestra "el ojo" de quien lo descubrió (que hará lo imposible para probar estaba en lo cierto) y relega a los no elegidos a puestos de segundo nivel. Si por algún motivo la persona seleccionada cae en desgracia, el golpe a su autoestima puede ser mortal.

El carisma personal es un aspecto con el que se nace, pero las ventajas que tiene poseerlo llevan a las organizaciones a idear métodos artificiales para construirlo con independencia del individuo.

Una alternativa para dotar a alguien de carisma es la capacitación de uno. Si se descubre a alguien que se destaca en varios de los talentos requeridos, pero le falta carisma, la organización hará un esfuerzo para que supere esa debilidad. Cuando el candidato es flexible y tiene cierta capacidad histriónica, es probable que la inversión valga la pena. Para conseguirlo, la empresa recurrirá a la ayuda de mentores, coaches especializados, cursos de oratoria y de teatro, y todo recurso que prometa convertir al elegido en un showman al estilo de Mercury.

Otra opción son las organizaciones con carisma. Los ejemplos clásicos de quienes consiguen "carisma infundido" son los reyes y las autoridades eclesiásticas. Si bien las cualidades personales influyen, se podría decir que el carisma se potencia por el rol y por la pompa que gira alrededor de la persona elegida.

El boato, los innumerables símbolos de mando que esgrimen, la sumisión de los subordinados, la formalidad de las ceremonias de unción, la santificación de muchos de ellos y hasta las tumbas de sus antecesores dotan al cargo de rey y de papa de un auténtico carisma per se.

Las grandes empresas emplean combinaciones de ambos métodos para aumentar las probabilidades de éxito. Los símbolos de poder como oficinas, autos, viajes en primera clase, hoteles de lujo, secretarias y otros privilegios buscan crear o reforzar el aura carismática de aquel que ostenta el cargo.

Asimismo, la organización entera podría operar como signo de carisma y transmitirlo a todos sus miembros cuando se vinculan con el resto de la comunidad. Basta imaginar la impresión que podría despertar en un pequeño proveedor negociar con un comprador de gigantes como Unilever o P&G, o el halo que emana de un vendedor de IBM, precedido de varias generaciones como él, todos vestidos con impecables trajes azul oscuro y camisas blancas, o la impresión que causa el auto rosa de una representante estrella de Mary Kay, o la "chapa" que da ser miembro de una universidad prestigiosa o socio de una de las firmas grandes de consultoría estratégica. Los ejemplos sobran.

A la manera de un logo, el carisma es una cuestión de marca. Estar avalado por una gran institución genera ante los ojos del mundo una dosis adicional a la que aportan las personas. El esfuerzo en recursos económicos y humanos que las organizaciones invierten para emblematizar la imagen de sus miembros no es un simple caso de narcisismo caprichoso, sino una manera efectiva de reafirmar la influencia y el poder corporativo. Por eso, cuando se trata de seleccionar líderes, las instituciones se convierten en dioses que ungen con el don del carisma a sus elegidos.

El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT