Di Tella en los medios
Clarín
8/03/17

Lo que aprendimos el primer día de clases

Para la directora del Área de Educación, "la lectura de fondo de este paro docente muestra que no hay y no hubo por décadas, un proyecto educativo que de manera consistente articule los grandes temas de la educación".

El lunes, primer día de clases, la ciudad sólo dejaba ver chicos con uniformes de escuelas privadas.

Acompañados de sus padres o en pequeños grupos, caminaban por las calles en una mañana soleada rumbo a la escuela. Eran la mitad de los chicos de la Ciudad de Buenos Aires; la otra mitad, la que va a escuelas públicas, se quedó en sus casas. Algo similar pasó en la mayoría del país. El primer día de clases no fue el primer día para todos.
Los únicos guardapolvos blancos los ví por televisión. Eran los chicos de la escuela Nº 17 de Volcán, provincia de Jujuy , donde el presidente Macri fue a inaugurar el ciclo lectivo. La escuela primaria de Volcán es la única del pueblo y este primer día fue singular.

Después del trágico alud de barro que arrasó con el pueblo en enero pasado, el inicio de las clases era todo un símbolo. El director de la escuela, Juan Carlos Colques, decía que el alud había destruido todo, que los chicos no tenían donde estar y juntarse con otros chicos y por eso, a pesar de que los docentes de la provincia participaban del paro y muchas escuelas estaban cerradas, la suya había decidido abrir y dar clases.

Además, dato no menor, había sido elegida por el Presidente para abrir el año escolar.

Los guardapolvos jujeños que vimos por la tele eran los más blancos del mundo, resplandecían en contraste con esas caritas morochas. Todos los chicos tenían los ojos brillantes y las nenas llevaban esmerados peinados con cintas y moños. Se miraban entre ellos sin poder creer lo lindos que estaban.

Durante todo el acto una maestra acarició la cabeza de una nena que sonreía mientras el director estaba quieto y serio.

Izaron la bandera. Dieron por iniciadas las clases y aplaudieron. El Presidente no les habló a ellos, a los chicos, sino que hizo un discurso para el país. Se lamentó por el paro de los docentes y repitió varias veces que la educación genera igualdad de oportunidades.

Aplaudieron otra vez.

El primer día de clases hubo tres países. El que fue a la escuela, el que no fue y el que vimos por televisión.

El paro docente hizo visible un país desigual y también la complejidad de una trama educativa que contiene reclamos salariales legítimos, intereses políticos en pugna y recursos escasos. Una trama antigua.

¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contario), es el título provocador de un libro del sociólogo francés Francois Dubet donde afirma que la profundización de las desigualdades proviene de una crisis de solidaridad, entendida como el apego a los lazos sociales que nos llevan a desear la igualdad de todos, incluyendo muy en particular la de aquellos a quienes no conocemos. Puesto que no nos sentimos formando parte de un mismo territorio social es que se intensifican las desigualdades.

La primera lección del primer día de clases fue clara y contundente: habitamos un territorio desigual y la escuela, esa máquina formidable para producir inclusión e igualdad a través del conocimiento, está averiada. Nuestra preferencia por la desigualdad, diría Dubet, la ha dañado.

Hace mucho que la sociedad argentina intenta resolver con estrategias individuales los problemas colectivos, como la salud, la seguridad, la educación. Los que pueden, las clases medias, buscan salidas privadas para estos temas y, aunque sigan pagando impuestos, abandonan su compromiso con la salud, la seguridad y la educación públicas.
Este paro docente tiene dos lecturas: una de coyuntura y una de fondo. La de coyuntura está en las consignas; los gremios piden la apertura de la paritaria nacional porque saben que la única posibilidad de obtener un ajuste salarial que mantenga su salario a salvo de la inflación es apelando a los fondos nacionales que desde los años 90 se crearon para compensar los salarios. Porque si bien es cierto que las provincias son los verdaderos empleadores de los docentes, una parte del salario se paga con fondos nacionales. El año pasado cuando el Gobierno estaba decidido a que las clases comenzaran a cualquier precio, hubo paritarias nacionales, se duplicó el Fondo de Incentivo Docente y todos contentos. Este año la estrategia cambió y el sindicalismo hizo de eso su protesta a la que, desde luego, no le faltan componentes políticos y partidarios.

La lectura de fondo de este paro docente muestra que no hay y no hubo por décadas, un proyecto educativo que de manera consistente articule los grandes temas de la Educación: el financiamiento, la carrera profesional de los docentes, la gestión de la calidad educativa en las escuelas. El sindicalismo se abroquela en la materialidad del salario y el Gobierno en sostener sus metas ideales. Tarde o temprano algún jugador afloja y se sale de esta situación. Por un rato, hasta el próximo comienzo de año. Pero no se resuelve de verdad sin imaginación que aporte nuevas reglas de juego para todos, no se sale sin un imaginario común.

Para no seguir prefiriendo la desigualdades y las soluciones del corto plazo hay que construir sin demoras un proyecto educativo común.

Un verdadero proyecto de educación no es una declaración de principios vacíos, es una actividad permanente, pragmática, que no está exenta de conflictos pero que les otorga sentido.