Di Tella en los medios
Revista Gente
9/06/15

Edgardo Giménez

Hijo dilecto de los años ’60, es sin duda el artista más completo de esa generación irrepetible. Un renacentista que nació cinco siglos después. Sus obras lucen en medio mundo. Vive y trabaja en un bosque plantado con sus manos. Y tiene un arma infalible: humor a toda prueba. No se pierda sus dos expo: en la Universidad Di Tella y en el Palacio Duhau. Dos viajes alucinantes y obligatorios.

En Punta Indio, a 150 kilómetros de la Capital, y luego de vericuetos y obligados cambios de ruta, hay un bosque encantado al que se entra por una tranquera oscura y algo desvencijada. Primero aparece Roberto, un perro manto negro que desmiente la ferocidad de su raza: es manso como un bambi. Algo más allá pastan dos caballos felices, sin monturas ni jinetes. Y por fin, ataviado de blanco, emerge un genio, hoy de 72 años y risa contagiosa: Edgardo Giménez, acaso -desde la década del '60- el gran monarca del Pop Art. Autodidacta absoluto. Arquitecto sin haber pisado la facultad. Pintor sin haber pasado por taller o academia alguna. Dibujante, escenógrafo, artista gráfico, fabricante de asombrosos muebles, publicista, diseñador, hacedor de instalaciones y happenings... Con obra en medio mundo, decenas de premios locales e internacionales, y Personaje del Año (1981) elegido por GENTE.
Nació en Santa Fe, hijo de una familia insólita. "Se peleaban ferozmente, y veinte minutos después festejaban las peleas a risa batiente. Nada tenían que ver con el arte... Gran ventaja: jamás me impusieron nada. Ni Medicina ni Derecho ni Ingeniería. Desde los 7 años hice lo que quise. Para ellos yo era como un ovni: un chico raro e inasible".
El bosque encantado es obra de él: "Todo lo planté yo. ¡Siete hectáreas! Antes era un predio en el que cosechaban cereales. Pagué tres mil dólares de hace muchos años... Igual, ¡baratísimo! También construí todas las casas. Empecé con un techo inspirado en una morada de la reina María Antonieta y salió bien. El resto parecía una villa miseria... Más tarde, la primera casa que hice para Jorge Romero Brest -su mayor ídolo-se exhibió en el MOMA, ¡y en color!".
Su lugar de trabajo está despojado: se llevaron más de 40 cajas para las dos expo ya abiertas: Siete muebles, un mono y dos conejos, Universidad Torcuato Di Telia, hasta el 26 de junio (homenaje a la movida de los 60'), y Hits, en el Palacio Duhau, hasta el 12 de agosto.

EL NIÑO PRODIGIO. Su padre lo abandonó al año y medio. "Mis mentores frieron mi abuelo Martín y mi tía Rosa... ¡Gente desopilante! ¿Lo peor que me pasó en esos días? ¡Un avestruz se comió los 50 pesos de la pensión de mi abuela! Lejos de retarme, se mataron de risa. Primera lección: hasta una tragedia tiene algo de comedia, y nada es demasiado grave". A sus 9 años, el primer deslumbramiento: "Fui al cine a ver Blancanieves y los siete enanos, y Walt Disney me volvió loco... Empecé a dibujar a Donald y a Mickey, mis primeras musas, lo mismo que un hombre que dibujaba con tiza en el asfalto de la calle. De pronto, en una ferretería que estaba en Puán y Directorio, pedían un chico para los mandados. Entré y me dejaron hacer la vidriera (ver recuadro). ¡Fue mi primera obra!".

EL JOVEN ICONOCLASTA. El cine de Antonioni, que todos veneraban, lo aburría hasta el bostezo. "Pero amé La dolce vita y Ocho y medio. ¡Fellini! La pura verdad del genio. Y amé también un juicio de Manucho Mujica Láinez frente a una obra: "Todo bien y todo equivocado: como tiene que ser”. Fue una lección de frescura, de huir de lo convencional, de no encasillarme ni deslumbrarme ante lo supuestamente prestigioso.
Y sobre todo, comprender que hacer siempre lo mismo, aunque tuviera éxito y me pagaran, me deprimía profundamente, era un martirio, la muerte del artista".

EL HOMBRE DE SUERTE. Algo queda claro: Edgardo Giménez, nacido cinco siglos después, es un renacentista. Y agradecido: "Siempre caí entre gente maravillosa. Por ejemplo, Antonio Seguí. Entrar a su taller, respirar ese clima, es inolvidable. Fue mi primer cliente: compró en la galería Lirolay mi diseño gráfico Metamorfosis para Felicitas. Después, mi encuentro con Jorge Romero Brest, un hombre brillante, muy rígido. Lo vi preocupado. Le pregunté por qué y me dijo: 'Estoy preparando una conferencia'. Respuesta: 'No prepares nada. Decí siempre la misma... ¡hasta que la aprendan!'. Ese rapto de insolencia nos hizo amigos para toda la vida. Le escribí un libro que pesa... ¡cuatro kilos! Siempre fui así: un transgresor. No como los de hoy, que se creen transgresores porque dicen palabrotas por la radio y la televisión... Trabajé en muchas agencias de publicidad y no podía creer que a los creativos les pagaran por cualquier mamarracho. Empecé a hacer originales gigantes, y los clientes... ¡fascinados! Sólo aprobaban los míos, ante la furia de mis compañeros. Por si poco fuera, las únicas piezas que aceptó Italia para una campaña de Pirelli... ¡fueron las mías!".

SUS CREDOS. Ríe, y mucho, Edgardo Giménez, cuando le cuento ciertas anécdotas: risa que me contagia -y me obliga a pensar- cuando desgrana las frases que lo definen. Aquí van. Anote: • "El verdadero arte es el que no te deja ileso". • "Vivir sin humor es una auténtica tragedia". • "Sólo los aburridos... se aburren". • "Que nuestro breve paso por el planeta sea de cinco estrellas". • "La gran mayoría de los intelectuales sólo declama principios que nunca lleva a cabo". • "El arte no es patrimonio de una clase social: el arte es para todos". • "Los verdaderos artistas son los que no usan red". • "Respecto de la cultura, aunque la mona se vista de seda, mona queda". • "El verdadero éxito se mide a solas, cuando estás feliz con vos mismo, sin necesidad de nada más". • "No hay que empujarse: hay lugar para todos". • "Siempre creí en la posteridad... con anterioridad".

EL CARTEL INMORTAL. Hacia 1965, ya conectado con la movida del Di Tella, "se me ocurrió que debíamos trascender, vendernos, porque nadie nos conocía. Alquilamos un espacio público en Florida y Viamonte, armé un enorme cartel con las figuras de todo el grupo y una apelación: '¿Por qué son tan geniales?'. Lo pagamos entre todos. Estuvo varios meses y después, ¡el milagro! Aún hoy, en todos los libros de arte pop del mundo, ese cartel sigue presente. Un triunfo, a pesar de aquella frase de Borges: 'Es muy difícil abrirse paso en estas crueles provincias', y otra de Romero Brest: 'Cuando viajo, reconozco inmediatamente a los argentinos: son gritones, vulgares, pedantes, mandones. Sin embargo, quiero a la Argentina por un rasgo: la solidaridad. Pero cuidado: somos solidarios ante las tragedias, pero muy egoístas ante el éxito ajeno'".

PIZZA NATIVA Y TE INGLES. Cae la tarde. Al mediodía nos esperó con pizza y vino, y casi sobre las primeras sombras, en su casa-casa, de cocina impoluta y alto balcón que mira hacia el bosque, remató el encuentro con un refinado té. En ese punto reveló otra pasión: Mae West (1893-1980), actriz, cantante, guionista, dramaturga estadounidense, acaso la más vitriólica y malhablada de los días de oro de Hollywood.
"¿Cómo no adorar a alguien que dijo: 'Perdí muy joven mi reputación, y nunca traté de recuperlarla', o 'Si tuviera una segunda oportunidad cometería los mismos errores, pero mucho antes', o 'Cuando las autoridades te dicen que el sexo es algo pecaminoso, se aprende una lección: nunca tengas sexo con las autoridades".
Según la historia vernácula, la movida de los 60' se extendió desde el gobierno de Arturo Frondizi (1958 a 1962, derrocado por un golpe militar), y se extinguió durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía (1966 a 1970). "Fue terrible -recuerda-: al pintor Ernesto Deira, un hombre de saco y corbata, le cortaron el pelo en una comisaría, y a mí me detuvieron varias veces por tener el pelo largo y usar camisas floreadas: 'Averiguación de antecedentes'. Pero una vez les moví el piso. Me metieron en un Falcon verde, pero en el camino decidieron soltarme. Les pregunté adónde iban, me dijeron y les contesté: 'Entonces sigo con ustedes: me dejan muy cerca de casa'"

Genio y figura. Señorío interior, no externo y acartonado. Artista en estado puro. Cero sentimiento trágico de la vida. Lúcido: "Nada es tan efímero como las vanguardias, porque los señorones de la cultura las aceptan cuando ya es demasiado tarde". Y por eso no para. Porque en su inagotable galera hay mucho más que conejos: cabe el entero Universo.
 

Por Alfredo Serra




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