Di Tella en los medios
Clarín
23/09/14

Un país que se obstina en despreciar a los maestros

Por Claudia Romero

Debate. Como nunca antes, la escuela argentina bordea un precipicio. Nada comenzará a mejorar para los alumnos mientras no se piense seriamente en cómo asegurar la calidad de los docentes.

En la Puna el cielo es el más azul del planeta y no suele haber demasiadas noticias. Es un mundo quieto, que se queda en silencio a menos que alguien quiera contar.

El 23 de junio de 2014 los maestros de la Escuela N° 362 “Héroes de Malvinas” de la localidad de Coranzulí, departamento de Susques, en Jujuy, a 220 kilómetros de La Quiaca, sufrieron una odisea cuando intentaban llegar a la escuela por el camino de cornisa.

Los maestros contaron que el micro destartalado que el Ministerio les pone para su traslado desde Abra Pampa tuvo un grave accidente.

Aunque la vida de todos estuvo en grave riesgo, nadie murió y por eso será que no fue noticia.

Ya había pasado otras veces, porque los micros no están en buenas condiciones. Esta vuelta fue ni bien salieron de Abra Pampa pasadas las 3 de la madrugada; el micro aceleraba y frenaba, hasta que se detuvo. No tenían luz, alumbraban con los celulares, el chofer no tenía linterna, herramientas, nada. Los maestros contaron que el chofer bajó para intentar arreglarlo, miró el motor y pidió una “pinza de depilar” para poder agarrar un cable. Los maestros contaron que le dieron la pinza y el micro volvió a funcionar. Avanzaron unos 40 metros y de pronto el motor se plantó y el colectivo empezó a ir para atrás porque estaban en una subida, tomó velocidad y todos sintieron miedo.

Se salvaron porque el colectivo se fue contra la montaña y la rueda de atrás quedó incrustada en una piedra.

Entonces no volcaron, no se cayeron al precipicio, no se murieron.

Con dificultad los maestros fueron bajando del micro, algunos estaban bastante golpeados.

En la oscuridad de esa madrugada de lunes, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, con 10 grados bajo cero, empezaron a caminar en busca de ayuda. Como los colectivos no tienen calefacción, los maestros siempre llevan frazadas para aguantar el viaje. Así que antes de empezar la marcha se cubrieron desde la cabeza con las mantas. Parecían capas como las de los superhéroes pero caminaban como espectros.

Los maestros contaron que tenían que llegar hasta Doncella, porque ahí en un borde del precipicio hay señal y se podía pedir ayuda por el teléfono celular.

(Llegar hasta el borde del abismo para buscar la señal no es una metáfora, es la más pura realidad. Cosas del realismo mágico, del realismo salvaje).

A las siete de la mañana llegaron allí y llamaron a la Policía, a la Región II, al gremio, a los directores. Los más lastimados ya sabían que tendrían que pleitear contra el Estado porque en Jujuy no existe cobertura de riesgo del trabajo para los empleados públicos.

Enseñar en lugares remotos de la Argentina sigue siendo una odisea (tanto en La Puna como en Villa Lugano).

La de Coranzulí es una odisea triste, sin sentido, sin moraleja, sin esperanza.

Es una historia mínima de un fracaso máximo.

Un hecho que condensa uno de los principales males nacionales: el enorme desprecio por los maestros.

Hace 130 años, en 1884, cuando se sanciona la Ley 1420 de Educación Común se impulsa la creación del extraordinario sistema educativo argentino, que fue modelo para buena parte del mundo. Pero mucho antes, en 1868 Domingo Faustino Sarmiento, presidente y demiurgo, comienza el plan revolucionario para formar maestros.

Sabía mejor que nadie que esa era la clave.

Los maestros eran los constructores de ese país que tenía en mente.

Hoy sabemos que todos los países que lograron mejorar su educación en las últimas décadas lo hicieron apostando a los maestros.

Que los buenos maestros son críticos para producir equidad y justicia educativa porque tres años o más de contacto con un buen docente puede igualar los aprendizajes de alumnos de familias de nivel socioeconómico bajo con sus pares provenientes de hogares de clase media. Que los mejores sistemas educativos de la actualidad tienen desafiantes políticas docentes que incluyen exigencias, reconocimientos y apoyos.

El mundo está mostrando que es cuidando a los maestros como se cuida a la educación. Mientras aquí l os estamos mandando al precipicio.

Olga Ontiveros, una de las maestras jujeñas que caminaba por la cornisa, es todos los maestros. Es el millón de maestros argentinos. Todo su silencioso reclamo de cuidado, su miedo, su necesidad, su derecho, se desprecian y han sido reducidos a timbas salariales en el tironeo de cada marzo entre paros y paritarias.

Hay cosas muy concretas para hacer ya mismo y mejorar la condición docente.

Supervisar seriamente los procesos de formación de docentes y a las instituciones que los llevan adelante.

Demandar la creación de una nueva carrera profesional docente, donde la calidad de la enseñanza y no la antigüedad sea el criterio fundamental para obtener mejoras y reconocimientos.

Proteger en extremo la salud y la seguridad personal de los docentes y garantizar que todos ellos tengan acceso a consumos culturales de calidad durante su formación y también mientras trabajen como docentes. Los libros, el cine, el teatro, la música, los viajes, son esenciales para la vida de un buen docente. Los necesitan como al oxígeno.

Hay una línea que une a las pioneras maestras norteamericanas de Sarmiento, a Clara Armstrong, Sara Chamberlain de Eccleston y Mary Olstine Graham entre otras, con la jujeña Olga Ontiveros de la escuela de Coranzulí. Esa línea es el sueño de un país que crece desde la educación para salir del abismo.

(*) Directora del Área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella