Por Manuel Mora y Araujo. Sociólogo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
Finalmente, lo que se esperaba que sucediera el 27 de junio sucedió: el paro declarado por la CGT de Moyano, el acto en Plaza de Mayo y la respuesta discursiva del Gobierno. Ni tanto ni tan poco. Las expectativas apocalípticas no se verificaron: no hubo violencia ni incidentes relevantes. Más bien se cumplieron las expectativas escépticas: en definitiva, nada claro. Del campo de batalla no surgió ni un ganador ni un derrotado; en ese plano, cada contendiente define el resultado como prefiere. El balance en la opinión pública todavía no lo conocemos.
Los discursos de cada lado dicen algo. Moyano habla de lo que puede generarle consenso social: ingresos de los trabajadores, impuesto a las ganancias, asignaciones familiares. Sin duda, altísimo consenso en la sociedad. No habla, claro, de sus objetivos políticos. El Gobierno dice lo previsible. Es interesante detenerse en el discurso de la Presidenta: no todos los argentinos pensamos lo mismo, y está bien que así sea, dijo; pero "todos necesitamos las mismas cosas" (generalización fuerte, pero en principio indiscutible si se refiere a las necesidades más básicas para la supervivencia de todo ser humano). Ahora bien, puesto que no todos tienen eso que todos necesitamos, se siguen distintas implicaciones; la que ella parece extraer es: lo que algunos pensamos nos acerca a las soluciones a esas necesidades de todos, lo que otros piensan nos aleja de las respuestas correctas. Y así se vuelve al punto de partida: Moyano dice que es preciso bajar la alícuota de Ganancias de los trabajadores, la Presidenta dice que es necesario imponer impuestos a todos los que pueden pagarlos, la discusión no resuelta es cómo se establece dónde está la frontera.
De todos modos, pocos en la Argentina creen que se está hablando de eso. De Moyano, la mayor parte de los argentinos piensa que "tiene razón en lo que plantea pero sus métodos no son los correctos". Obvio, sus métodos nunca fueron del beneplácito de la sociedad; por eso su imagen pública es tan mala. De la Presidenta muchos piensan que no tiene razón y que sus argumentos son casi insostenibles (¿es posible aceptar que un trabajador que hoy gana 8.000 pesos es "rico"?), pero a la vez piensan que hasta ahora con ella las cosas anduvieron bastante bien y si no fuese con ella ¿quién puede asegurar lo que sucederá?
Moyano ganó una pulseada discursiva en los micrófonos. Además, ocupó la Plaza de Mayo con sus huestes –lo que no es poco; pero a la vez expuso sus dificultades para llevar allí algo más que sus propias huestes–. Puede concluirse que ganó un round en una larga pelea: el Gobierno vació la Rosada y abandonó la Plaza, él la ocupó. Si aspira a demostrar potencialidad para liderar una opción política que hoy no existe, no mostró nada convincente. Si aspira a ser el eje de una articulación del "peronismo federal", no lo consiguió. Si quiere precipitar la formación de un frente opositor al Gobierno nacional, parece que sus tiempos –presionado por la elección interna en la CGT– no son los adecuados.
El Gobierno no ganó nada, excepto poner en evidencia los límites de Moyano, si es que eso tiene alguna relevancia. La consistencia de sus argumentos ya no le preocupa. Este gobierno ya entendió que sólo le queda ejercer el poder y revestir ese ejercicio con la teatralización discursiva de la Presidenta. No dispone de otros recursos ni parece ansioso por encontrarlos.
Hasta ahora le alcanza. Si llega el momento en que con eso no sea suficiente se verá qué hace; por ahora, al respecto sólo hay conjeturas y análisis: entretenimiento mediático.
El 27 de junio Moyano logró desplazar unos grados el punto de equilibrio de la situación política actual. Muy pocos grados. Algunos dirán "algo es algo", otros más bien "esto no es nada". Cambió la situación menos de lo que algunos querrían o esperaban, tal vez un poco más de lo que otros necesitan para dormir tranquilos. Cuánto es ruido y cuánto es nueces todavía está por verse.