Por MANUEL MORA Y ARAUJO. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
CLIMA DE MALESTAR
Es posible que en mi columna publicada en estas páginas el 15 de mayo no me haya expresado bien. Lo que describí como una ola de demandas de mayor intervención estatal en la economía –que me parece bastante universal– no intentaba ser una manifestación de mis preferencias sino un simple reflejo de lo que creo ver. Entender lo que ocurre en el mundo en el que vivimos ayuda a encontrar respuestas conducentes a los problemas; eso no es lo mismo que juzgar si a uno le gusta o no.
Hay dos planos distintos en ese análisis. Uno es el de las políticas de gobierno más apropiadas para enfrentar los problemas; otro es cuáles son las ofertas de políticas de gobierno que mejor sintonizan con las expectativas de los votantes. Mi enfoque apunta más bien a este segundo plano, en parte por deformación profesional. Lo que se ve en Europa, por lo pronto, es que las políticas que se están ofertando en muchos países son manifiestamente rechazadas por la gente común.
En un artículo publicado hace pocos días en el Financial Times, David Goodhart –editor de la revista inglesa Prospect y director del think tank Demos–, plantea que Europa atraviesa una crisis de algo que yo llamo representación política: un creciente desajuste entre lo que la política y los gobiernos ponen en oferta y lo que los ciudadanos esperan. A esto que viene él lo llama "post liberalismo". No es un regreso ideológico al estatismo ni al colectivismo del pasado, sino una reacción en amplios sectores de la sociedad a las ofertas programáticas de las élites políticas, económicas y profesionales vigentes. Se demanda que el Estado se ocupe de la gente cuando ésta se siente golpeada por una crisis que no contribuyó a generar. Entienden que ellos cumplieron las reglas y pagaron sus impuestos –el no menor de los cuales es el IVA, pagado por cada peso que gastan en sus vidas– y ahora no obtienen a cambio lo que esperaban: protección en las malas, mientras otros –los banqueros, por decir– sí la obtienen. (Si se agrega a eso la advertencia de Warren Buffet, de que la contribución impositiva de los trabajadores es proporcionalmente mayor que la de los muy ricos –su secretaria paga una alícuota de impuestos mayor que la de él–, se completa el cuadro). Es obvio que están indignados, y no es muy difícil entender por qué.
La consecuencia es que la gente protesta y las encuestas de opinión registran un clima de malestar; cuando se vota se vota contra las ofertas conocidas, contra los partidos o los dirigentes establecidos. Allí están, entonces, los resultados electorales en Grecia, en Francia, en las elecciones parciales en Alemania e Inglaterra, y los que tal vez seguirán en España, en Italia…
El "discurso" estándar de la política estándar da por sentados algunos supuestos que se cayeron junto con los paradigmas del último medio siglo, porque esos paradigmas no anticiparon los problemas actuales, ni las crisis, ni las respuestas que se están buscando. Podemos sentirnos identificados con esas demandas o podemos descalificarlas como "populistas"; pero están, y si no hay respuestas habrá consecuencias.
Tal vez estamos tratando de entender este mundo como si fuera el mismo de décadas atrás. Es posible que estemos viendo preferencias "de izquierda" (muchos colegas hablan de eso y ven eso) cuando lo que hay son nuevas preferencias que llevan a más expectativas sobre el Estado, como ocurre en Grecia, en España o en Inglaterra, no porque sean "de izquierda" sino porque las expectativas vigentes sobre el contrato entre el Estado y la gente se ven defraudadas. Es así: los indignados europeos de clase media desocupados esperan que el Estado les resuelva su problema. ¿Correcto? ¿Incorrecto? Cada uno juzga; pero entre tanto esa demanda moverá millones de votantes, y tal vez forme gobiernos que no imaginábamos.
Algo de eso está pasando en la Argentina. Nuestras oposiciones parecen desubicadas frente a la sociedad. Pero tampoco el gobierno nacional está exento de un desajuste parecido. Desde éste seguramente oiremos decir que obtuvo muchos votos y que, a diferencia de los opositores, comunica bien. Creo que allí se oculta un espejismo: los votos no llegan porque se construyen con efectividad los escenarios de la comunicación; sus raíces están en el extraordinario ciclo económico que tuvo la Argentina y que ostensiblemente se está agotando (según el Gobierno, por culpa del mundo; según muchos analistas, tanto o más por los errores del Gobierno). La "soberanía energética" o espectáculos como el que se instaló en Angola no alcanzarán para compensar el cambio de signo en el ciclo económico; allí hay sonidos, pero en otra frecuencia de onda repican la escapada del dólar, el progresivo desabastecimiento de muchos bienes de consumo, la sensación de inestabilidad en el entorno económico, el creciente desajuste entre los ingresos de la gente que trabaja y los precios que paga por lo que consume. Tampoco el Gobierno habla de lo que le está sucediendo a la gente de un tiempo a esta parte. Es parte del problema, y no una excepción.