En los medios
Cuando el poder te hunde
Andrés Hatum, profesor del MBA y Executive MBA, escribió sobre las causas y consecuencias de la pérdida de poder de los líderes.
Argentina parece una película de ciencia ficción semanal. Alguna vez escuché decir que nuestras crisis y situaciones inverosímiles son fellinescas. Siempre alusiones al cine, como si nuestra realidad pudiera ser vista en una gran pantalla y el público dijera “esto no puede ser real, es solo para la audiencia”.
En estos días la sociedad quedó estupefacta por la acusación de violencia del expresidente Alberto Fernández (AF) a su compañera Fabiola Yáñez. Las fotos con golpes en la cara y el cuerpo nos sacaron de los dramas diarios de la recesión, el infructuoso túnel para robar un banco y la inseguridad entre otros dramas cotidianos. Es más, la investigación que llegó a dar con las fotos de la golpiza comenzó con un tema de corrupción en la contratación millonaria de seguros para el Estado. Pero ese tema, la corrupción, es algo a lo que estamos habituados y ya no nos sorprende. Los golpes, esos sí nos sorprendieron ya que conlleva una violencia extrema a la que no estamos habituados como personas.
¿Qué lleva a un líder a caer tan bajo? Una mezcla de factores que está relacionada con el poder, pero también con la propia esencia de la persona que nada tiene que ver con la función que ocupa. Como no soy psicólogo, me voy a centrar en el primer tema. El expresidente llegó al poder empujado por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Ella sabía que sola no podría conquistar la presidencia y eligió un adlátere para encabezar la fórmula. AF vio diluida su autoridad, su liderazgo y su poder durante su mandato. Una combinación espantosa y poco sostenible en el tiempo para cualquier líder. La pérdida de autoridad suele ser la antesala de la pérdida de poder. Los ciudadanos dejan de reconocer al gobernante como tal. Para Maquiavelo, el gobernante deber convertirse, para sobrevivir, en un experto en el ejercicio del poder y en la manipulación de las personas, utilizando tácticas oportunistas. Si AF intentó seguir a Maquiavelo, no le salió bien: violentó a la sociedad con un encierro infinito, manipuló y mintió respecto a fiestas y vacunatorios privilegiados y, la cereza del postre que estaba escondida debajo de la torta, descargó con su pareja en forma violenta su propia frustración e inoperancia.
La gran líder narcisista CFK y AF tienen una gran diferencia que hace zumbar el avispero del poder: mientras que CFK es una líder con autoridad carismática asociada a la creencia en dones y atributos extraordinarios, AF tuvo una autoridad legal-racional según la clasificación del sociólogo Max Weber. Peor aún, ser empujado al poder con una autoridad delegada no es fácil de sostener salvo que la persona que detenta la autoridad delegada sea una persona ejemplar. García Pelayo considera que la autoridad se da “cuando se sigue a otro o el criterio de otro por el crédito que éste ofrece en virtud de poseer en grado eminente y demostrado cualidades excepcionales de orden espiritual, moral o intelectual”. Alberto Fernández no tuvo ninguna de estas cualidades.
Cuando el poder se diluye tan rápido por una gran incapacidad o inutilidad, como ha quedado demostrado en el caso del expresidente, las zonas más oscuras de la personalidad se encienden para afianzarse a lo que no puede ser, para ejercer un poder que nos queda grande y para demostrar una autoridad que se perdió hace mucho tiempo.