En los medios

Clarín
28/02/23

Proteger el tiempo escolar

Claudia Romero, profesora de las Especializaciones y Maestrías del Área de Educación de la Escuela de Gobierno, escribió sobre la importancia de cumplir con la cantidad de días de clase fijada por el Consejo Federal de Educación en 2021.

Por Claudia Romero


Daniel Roldán


Comienza un nuevo ciclo escolar y enfrentamos la decisión de detener la inercia del fracaso educativo argentino, agravado por el cierre de escuelas en pandemia, o no hacerlo.

La revista Nature Human Behaviour acaba de publicar un estudio exhaustivo sobre los efectos del cierre de escuelas en los aprendizajes. Es una revisión sistemática de 42 investigaciones rigurosas de 15 países, que evalúa la persistencia del déficit de aprendizaje dos años y medio después del inicio de la pandemia. El concepto “déficit de aprendizaje” refiere al retraso en el aprendizaje esperado y a la pérdida de habilidades y conocimientos ya adquiridos que permiten seguir aprendiendo.

Los resultados del estudio indican que los alumnos perdieron en promedio un 35% del aprendizaje de un año escolar y que el progreso del aprendizaje, una vez reanudadas las clases, se ha desacelerado. Está siendo difícil compensar el déficit, que tiende a persistir. Ese déficit es mayor en los estudiantes de entornos socioeconómicos desfavorecidos, en matemática más que en lengua y en los países de menores ingresos que ya tenían desempeños deficientes y tuvieron cierres más prolongados con menos capacidades para apoyar los aprendizajes. Allí está la Argentina.

El déficit afecta las oportunidades educativas y laborales futuras y tiene implicancias para el crecimiento y la cohesión social. El tema nos debería quitar el sueño, a menos que se opte por un país de zombies que penden del asistencialismo, sin más derecho que la obligación de votar cada dos años.

Si aspiramos a un país de ciudadanos libres y vida digna, son urgentes las políticas educativas para revertir ese déficit. La protección y el aumento del tiempo escolar son algunas de las vías con mayor potencialidad para lograrlo.

El año pasado, al mismo tiempo que decretaba nuevos feriados, el gobierno nacional, firmó convenios con las provincias para extender una hora la jornada escolar, pero nada se sabe sobre la implementación de esos acuerdos. En la Ciudad de Buenos Aires, para evitar la suspensión de clases, el gobierno pasó las jornadas institucionales pagas a los días sábados y los sindicatos lo rechazaron.

Empiezan las clases y debería cumplirse la meta de 190 días que fijó el Consejo Federal de Educación en 2021. Pero apenas unas pocas provincias planifican cumplirla. Y, aunque lo planificaran, existen variados motivos para interrumpir las clases y no hay incentivos para cumplir el calendario.

Con la banalidad del mal, se pierden días para festejar un campeonato de futbol, repudiar un acontecimiento político, por el frío, por el calor, porque hay elecciones en el sindicato, por el día de un santo, porque los edificios están rotos, porque el paro, el estatuto docente, los bajos salarios o porque es carnaval.

En el país, no hay datos precisos sobre ausentismo, salvo Mendoza que hace un seguimiento detallado y encontró que el ausentismo escolar creció 5 puntos después de la pandemia. Según la evaluación internacional PISA que mide ausentismo y llegadas tarde de docentes y alumnos, Argentina encabeza la lista de países por ausentismo escolar y sería probable vincularlo con la discontinuidad del calendario.

El año pasado, miembros del movimiento Padres Organizados, que jugó un papel decisivo en la reapertura de escuelas cuando el gobierno nacional insistía en el “escuelicidio”, hicieron un seguimiento de los días efectivos de clase en algunas provincias.

En Neuquén, los jardines de infantes, entre feriados, jornadas institucionales y ateneos docentes, perdieron algo más de tres días promedio por mes, sin contar ausencias del docentes, paros y problemas de infraestructura. Allí los chicos abandonaron el hábito de ir a clase una semana completa.

Otro caso de Neuquén: en primer grado de una escuela pública, en el primer trimestre, sin contar los feriados, se perdieron tres días en marzo (paro, ausencia docente, y Día de la Mujer, de facto no laborable), en abril, cuatro días (paro Fuentealba, dos días por falta de agua y uno por alerta meteorológico) en mayo, seis días (jornada institucional, ausencia docente, falta de agua, Censo, y dos días por cambio de calefactores). Al parecer, perder clases tiene un costo menor que resolver la provisión de agua, así de miserable es la cuenta que se hace.

Otro caso, en las escuelas primarias de Santa Fe: en agosto hubo diez días de paro y un feriado de conmemoración del Gral. San Martín. ¿Cómo explicarles a los chicos que Paro no es un superhéroe más importante que San Martín? A falta de políticas efectivas, el monitoreo de la sociedad civil debe continuar e intensificarse porque es necesario hacer evidente la privación escolar.

La escuela se transforma en una señal intermitente y arrítmica, débil como la resonancia de un eco que se extingue. Hay que detener la extinción porque la escuela importa, ir a la escuela todos los días importa, el futuro importa. Desde luego, hay que asegurar que ocurran aprendizajes poderosos, pero sin clases, sin proteger el tiempo escolar, sólo queda la calle, la intemperie, el vacío.

Clases todos los días para todos los chicos en todas las escuelas, es una meta básica y prioritaria. Será, sin duda, un slogan de la próxima campaña electoral, pero para que suceda se requiere mucho trabajo. Las responsabilidades son compartidas, aunque no idénticas; gobierno nacional, provincial y municipal, cada escuela, cada docente, cada familia, cada estudiante, deben abrazar la meta.