En los medios

Clarín
7/12/22

En el Mundial de la educación no nos va nada bien

Marcelo Rabossi, profesor de las Especializaciones y Maestrías en Educación, escribió sobre el estado de la educación en la Argentina y su impacto en el desarrollo social.

Por Marcelo Rabossi


Ilustración: Daniel Roldán


Desde el instante en el cual las sociedades toman conciencia de ser tales, nace en ellas la necesidad de organizarse políticamente. Se comienza a discutir qué pilares fundacionales sustentarán la nación, cuáles sus posibles formas de gobierno, cómo se ejercerán el derecho y la justicia, el concepto de libertad y el acceso al conocimiento, entre otros hitos fundamentales.

Para resolver estos y otros dilemas, la historia aportó su mirada. Platón, fundador de la Academia en el año 387 A.C., institución que podría considerarse la primera universidad occidental, sugiere que un buen gobernante debe apoyarse en la filosofía durante el ejercicio de su cargo.

En la Inglaterra renacentista, Locke destaca el principio de igualdad como forma de deslegitimar las jerarquías de nacimiento. Durante la Ilustración, Montesquieu plantea el requisito de separar los distintos poderes del Estado.

De alguna manera, estas tres posturas explicitan la necesidad de que los más preparados sean quienes ejerzan los cargos públicos, que todos nacemos como iguales, y que aquellos que practican el poder deberán ser controlados para evitar abusos.

Recorriendo el actual estado de la Argentina, encontramos que pocos de estos principios se cumplen. Si evaluamos a nuestros gobernantes según los resultados obtenidos, lejos estamos de ser conducidos por los más aptos. En cuanto a la igualdad al nacer, hoy es nada más que una ilusión. Con niveles de pobreza avanzando de manera impiadosa sobre casi la mitad de los argentinos, difícilmente vivamos bajo la luz de esa igualdad.

En cuanto a la división de poderes, tomo prestado los conceptos vertidos por la Vicepresidente Kirchner durante la apertura de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana a principios de este año. Según su mirada, sería éste un mecanismo perteneciente al pasado, algo incompatible con las democracias modernas. Esto más allá de que las sociedades libres y desarrolladas continúan defendiendo dicho principio.

Paul Valery, padre de la poesía pura y con mirada poco optimista, en su origen retrataba a la política como el arte de impedir a la gente involucrarse en lo que le importa. Superada dicha etapa, según el poeta, la política se convierte en el arte de comprometer a la gente a decidir sobre lo que no entiende. ¿Cuánto de cierto hay en ambas afirmaciones?

Como país arrastramos una fenomenal deuda, aquella de erradicar definitivamente la pobreza. Y la mejor manera de hacerlo es a través de la educación. Sin educación no hay desarrollo posible.

Sin embargo, como sociedad aún nos comprometemos poco en algo que debería importarnos mucho. Dejar solo en manos de políticos el destino educativo es peligroso. Debemos exigir más. De manera informada y organizadamente debemos reclamar nuestro derecho a más y mejor educación.

Por otro lado, es también cierto que el Estado brinda escasa información al respecto. Sin pruebas de finalización de secundaria, ni exámenes de ingreso a la universidad, sumado al desconocimiento sobre qué saben nuestros graduados del nivel superior, los gobiernos indirectamente impiden que nos involucremos más seriamente.

Sin información que nos indique la intensidad de la tormenta que arrecia sobre la embarcación que debería llevarnos al futuro, qué reclamos podríamos manifestar más allá de un tibio rezongo de no tan clara mirada. Ocurre que quienes nos gobiernan juegan su carta astutamente, una en la cual el as de espada tendría la forma de “mejor que no se sepa”.

Sin embargo, algo sospechamos. Tenemos la certeza de que algo no estaría bien, o mejor dicho sabemos que muchas cosas están muy mal. Imaginemos por un momento que el país es solo un equipo de jugadores con edades entre 18 y 24 años.

Durante años nos dedicamos a formarlos para que compitan en las olimpíadas del conocimiento. Ya en la cancha los participantes son desafiados a leer los manuales de puesta en funcionamiento de maquinarias de última generación, las que formarán el capital físico de fábricas y talleres. El objetivo será exportar bienes y servicios de alto valor agregado, única forma de crecer de manera sostenida en el tiempo.

Para conocer la calidad del equipo tomemos como referencia la cantidad de años acumulados de educación que han recibido. Pero esto no es suficiente. No solo importa cuántos años cursaron sino cuánto aprendieron. Pasar de grado no es sinónimo de conocimiento.

Cuando observamos los currículums de los participantes del torneo, ya con los años de educación ajustados según la calidad recibida, vemos que los jugadores del sudeste asiático completaron 12 años de estudio. Los europeos cursaron once y los argentinos solo ocho.

En otros términos, nuestros representantes abandonaron la escuela apenas finalizaron el primer año del secundario, los europeos al terminar el cuarto y en cuanto a los asiáticos, todos completaron los cinco años de este nivel educativo.

Queda claro que la educación de nuestros jugadores, que en una realidad no tan abstracta serán la futura mano de obra del mercado de trabajo, resultó deficitaria. Siguiendo de manera tangencial la lógica de Valery, deberán decidir sobre algo que no entienden.

Como consecuencia de las malas políticas, no los preparamos adecuadamente para resolver los desafíos de un mundo donde la carta ganadora es el conocimiento. Mientras tanto, los responsables del fracaso se echan culpas unos a otros, nadie se hace cargo, la sociedad apenas reclama tibiamente y así el país se asemeja a un barco a la deriva sin tierra firme a la vista.