En los medios

La Nación
1/07/22

Nuevas demandas laborales: “No quiero trabajar, quiero ser feliz”

El profesor del MBA y Executive MBA escribió sobre el desafío de conciliar el desarrollo profesional y la búqueda de la felicidad.

Por Andrés Hatum

Uno de los empleados de esta empresa tuvo la responsabilidad de cargar los datos de 460 mil familias de Amagasaki en un dispositivo USB y en lugar de realizarlo en el registro, que era el lugar donde correspondía llevar adelante este trabajo, se llevó la copia en su maletín para concluir su trabajo en una computadora de su empresa. Unplash.


Hace 15 años un alumno de ese entonces me contó su situación laboral. “Tengo una gran posibilidad en mi empresa. Me quieren mandar a México como vicepresidente en un área crítica”. La oferta laboral estaba acompañada con un suculento paquete de compensación. Pero el candidato no parecía muy convencido. “Puede parecer una pavada lo que le voy a decir, pero yo no quiero crecer más en la empresa, yo solo quiero ser feliz…”. Lo miré, no le respondí en el acto porque quería pensar qué contestarle ante un acto de suicidio profesional, y le dije simplemente que su objetivo en la vida era válido, pero que tenía que ser consciente que negarse a una expatriación podría conllevar a ser congelado profesionalmente y, eventualmente, despedido si se convertía en un bloqueador para el desarrollo de otros.

Mi alumno me miró, me agradeció y decidió no ir a México. Prefería llegar a su casa, tomar mate en su jardín, con su perro y su pareja. Al año, lo despidieron.

Es cierto que la etimología de la palabra trabajo es especialmente espantosa. Proviene del latín “tripalliare” que significa atormentar, torturar con el tripallium. En el siglo XII la palabra también designa un tormento psicológico o sufrimiento físico. Realmente el origen de la palabra no estaría ayudando a generar amor por el trabajo. Y si estudiamos las condiciones del mismo, por ejemplo, en la Revolución Industrial, realmente es mejor quedarse encerrado antes que sufrir el cadalso laboral.

Para la historiadora Emma Griffin, la calidad de vida se deterioró con la Revolución Industrial. “No es la pobreza o la enfermedad, sino el mismo trabajo el que echó un manto de oscuridad durante la Revolución Industrial”, explica.

El tiempo hizo que la calidad del trabajo mejorase, aunque las fábricas atestadas y espantosas fueron reemplazadas por oficinas inhumanas donde uno entraba al alba y salía en la oscuridad. Muchas generaciones pasaron por trabajos denigrantes y de baja calidad.

Cuando las personas de la Generación X (nacidas entre 1964 y 1980) comenzaron a plantear la idea del equilibrio entre la vida laboral y profesional, muchos de esa misma generación se decepcionaron al darse cuenta de que ese equilibrio era inexistente. Si una empresa hablaba del tema, era para quedar bien haciendo marketing corporativo, pero en concreto no hacían nada para mejorar nuestra calidad de vida. Esa generación, mi generación, se dio cuenta de que para lograr el equilibrio deseado era necesario hacer sacrificios profesionales. ¿Qué significaba esto? Que tener más tiempo libre y de calidad fuera, probablemente, causal de saltearse promociones.

Los millennials ya no hablaron de equilibrio, los movía más la idea de integración entre la vida laboral y personal. Así es como aparecieron compañías de Sillicon Valley, como Google, ofreciendo un espacio tan acogedor que la gente terminaba durmiendo en el trabajo.

La gente de la llamada generación Z o centennials, son los jóvenes que se insertaron recientemente al mercado laboral. Muchas de estas personas se encuentran al inicio de sus carreras con la disyuntiva de mi exalumno de si deberían optar por ser más felices en vez de seguir trabajando. Una dicotomía errónea que puede llevar al fracaso futuro.

Por supuesto que existen las personas que tienen un espíritu más altruista y prefieren trabajar en una ONG. Pero no todos los espíritus del mercado laboral se acercan a la Madre Teresa de Calcuta. Lo que la mayoría de los mortales trabajadores tienen que entender es que el trabajo nos puede hacer felices y también darnos conocimiento, experiencia y competencias personales. La dicotomía felicidad y trabajo es absolutamente falsa.

Obvio que existen trabajos espantosos, jefes impresentables y todo lo que rodea a las organizaciones que se parecen a cloacas. Pero no hay que desestimar lo que el trabajo, el buen trabajo, nos otorga. La consigna no es ser feliz a pesar del trabajo, sino con el trabajo.

Hoy, los más jóvenes, ponen todo en duda. ¿No es mejor dejar todo lo corporativo e intentar algo más humilde, pero que nos permita más tiempo de calidad? Hermosa idea, salvo que no estamos en la Grecia antigua, donde el ocio recreativo de algunos era suplido por el trabajo de los esclavos. Ahora bien, si quieren ser más humildes, vivir una vida más restringida y escueta, perfecto, pero se acabaron los viajes, el consumismo, y los after office. Todo tiene un costo en la vida.

Con el afán de ser más feliz y desconectarse de la vida corporativa que nos hace tan mal (según algunos), muchos jóvenes se lanzan desenfrenados a la carrera de emprendedores con la idea de ser libres y, obviamente, ricos. En el 95% de los casos no pasa ni lo uno ni lo otro; terminan fundidos y esclavos de una agenda imposible que ocupa 17 horas del día. Tal vez era mejor la vida de 9 a 18 en una empresa con el sueldo asegurado.

Hay perfiles para todo en el mercado. Para emprendedores y para corporativos. Lo que no hay que negar, sin embargo, es la impronta que la vida corporativa puede tener en la carrera de una persona. La universidad nos permite obtener el conocimiento técnico. Pero el trabajo, tener un jefe (bueno o podrido), compañeros de oficina, objetivos, presión, nos dan dos cosas: competencias de relaciones interpersonales y de gestión. La primera se logra con la inteligencia emocional que el contexto organizacional nos va puliendo; la segunda, con la experiencia en la compañía.

Para los más jóvenes, mi recomendación es aprovechar el aprendizaje en la organización para luego tomar las decisiones en la vida profesional que prefieran. Pero el fulgor de la batalla organizacional es relevante y formativa en la vida de la persona.

Volví a hablar con mi exalumno el año pasado, un encuentro casual en las redes sociales. Me contó que era feliz, aunque desde que lo despidieron en ese trabajo donde lo consideraban un alto potencial, su trabajo y su proyección ya no fueron las mismas. Producto del despido, tuvo un profundo momento de reflexión para entender dónde quería trabajar. Eligió entonces intentar con empresas nacionales que no lo pondrían en la disyuntiva de tener que emigrar, ya que no era lo que quería. Decisiones de vida que afectan la carrera y viceversa.