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5/01/22

La brecha cambiaria y el sector externo

El decano de la Escuela de Gobierno y director académico del CEPE analizó las políticas alrededor de la negociación con el FMI y el sector externo.

Por Eduardo Levy Yeyati


En 2021 la actividad rebotó, especialmente en los sectores más afectados el año anterior por la pandemia y por la protección comercial y cambiaria. Recuperamos parte de lo perdido pero sin que se hayan activado los motores para crecer sostenidamente.

Tenemos un déficit fiscal financiado con inflación, tanto por transferencias del BCRA como por su efecto de dilución del gasto. El ajuste fiscal de 2021 fue por la aceleración inflacionaria que redujo el valor real de las jubilaciones y por el gasto social que hoy representa más de la mitad del presupuesto. Esto equivale a posponer el verdadero ajuste. Para reducir el déficit de manera genuina deberían, al menos, encarar una corrección selectiva de tarifas. A esto se suma que ya no hay reservas para sostener el cepo con estos niveles de brecha. El problema del Gobierno es que tanto el ajuste tarifario como el cambiario apuntan a una mayor inflación, algo a lo que le teme pero de lo que no puede escapar.

Acuerdo con el FMI y reformas necesarias

No acordar con el FMI no es compatible con otra cosa que no sea una profundización de la crisis. Un default en la situación actual sería la gota que derrame el vaso del estrés financiero. El Gobierno entiende que una crisis bancaria es el fin de la política y hará lo necesario para evitarla. En este contexto, un programa “a medio cocinar” difícilmente dispare la baja del costo financiero o el aumento de la inversión real necesarios para crecer pero, al menos, evita una nueva ola de crisis.

El Fondo sería el chivo expiatorio ideal para avanzar con correcciones políticamente costosas e inevitables. Para resolver el problema de crecimiento e inclusión laboral son necesarias reformas de peso que el Gobierno no tiene intenciones de hacer ni tiene credibilidad política.

No se divisan razones para la recuperación del empleo más allá del rebote de la caída abrupta por las cuarentenas. A esto habría que sumarle la “offshorización” de trabajadores calificados para eludir el impuesto implícito de la liquidación obligatoria y la brecha cambiaria que limita el crecimiento de las actividades basadas en el conocimiento, de las más dinámicas del país. Sin la modernización del régimen laboral y la creación de un régimen de trabajo independiente, no hay motivos para que se revierta la precarización laboral.

Necesitamos un régimen tributario simplificado y jerarquizar la formación laboral continua para compensar el déficit educativo y acompañar los cambios en la demanda laboral. Además establecer un régimen de puente laboral con menores costos de salida, para facilitar la inserción de jóvenes o de los adultos desplazados por la pandemia. Por último, condicionar nuestra política asistencial para que se convierta en un incentivo a la formación y a la búsqueda de empleo genuino. Sin inclusión laboral no hay estabilidad sostenible.

Sector externo

La brecha cambiaria genera comportamientos perversos en el sector externo. Es competitivo para las industrias protegidas como textiles o electrónica, porque compran al oficial pero venden al paralelo. Del otro lado, los exportadores son castigados tres veces: con la obligación de liquidar al oficial, con las retenciones y demás impuestos y, en algunas actividades, con el impacto que la brecha tiene sobre la oferta laboral, que prefiere “offshorizarse” cobrando en dólares bajo el radar. Tenemos el reverso de un modelo exportador: protegemos sectores no competitivos a expensas de los exportables que gradualmente van a engrosar la diáspora de empresarios y trabajadores argentinos en el exterior.