En los medios

Clarín
9/12/21

La precarización educativa

El profesor de las Especializaciones y Maestrías en Educación analizó los resultados de las pruebas ERCE, que compara los aprendizajes en Matemática, Lectura y Ciencia de alumnos de tercer y sexto grado de la región.

Por Marcelo Rabossi


Las pruebas Aprender, en una escuela de Don Torcuato. Foto: Fernando de la Orden

El año termina con la peor de las noticias. En materia educativa, Argentina, parafraseando a Carlos Gardel, sigue cuesta abajo en la rodada arrastrando “por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

Los resultados de las pruebas ERCE, aquella que compara los aprendizajes en Matemática, Lectura y Ciencia de alumnos de tercer y sexto grado de la región, dan fe del derrumbe. Los datos confirman que en promedio nuestros estudiantes se encuentran por debajo de sus pares de dieciséis países de América Latina y el Caribe.

Hoy, ni siquiera es necesario tornar la vista hacia Europa o Asia para tomarle el pulso a nuestra decadencia, nos basta con “espiar” a nuestros vecinos de la región.

Si bien es cierto, como dijo el oficialismo, que durante la administración Cambiemos disminuyeron los fondos nacionales dirigidos a educación, también es real que durante ese período la Nación le devolvió a las provincias, responsables de financiar el sistema educativo, 15 puntos porcentuales en carácter de coparticipación.

A pesar de esta mayor disponibilidad presupuestaria, un estudio de Morduchowicz, que analizó la relación entre los recursos disponibles por provincia y la evolución del gasto educativo, evidencia que éste cayó durante el período criticado por el actual gobierno. Al señalar a la oposición como al único villano de un documental que explicaría todos los males que nos aquejan, se busca, de manera oportunista, desligar al kirchnerismo de un fracaso colectivo que lleva décadas.

A través de un puñetazo, rompe el espejo de la realidad que también los refleja para distorsionarla y evitar ser cómplices y actores en la rodada. En definitiva, la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Pero más allá del siniestro y destructivo juego de la política de echarse culpas unos a otros, en promedio durante los últimos 50 años los Ministros de Educación duraron en su cargo menos de un año y medio, lo que expresa que el barco destinado a llevarnos a buen puerto sigue sin rumbo cierto.

Ocurre que Argentina se haya atravesada por un caos de gestión que parte de un perverso juego político en el cual los más idóneos para un cargo son desplazados por los “hábiles declarantes”. Y son éstos los encargados de jugar al deporte de justificar el hundimiento a partir de frases “ingeniosas”, parcializando la realidad y relativizando la falta de un plan estratégico de país de cara al futuro.

Las habilidades, conocimientos, talentos y destrezas que desarrollan niños y adultos a partir de la educación formal así como de sus propias experiencias, son activos necesarios que facilitarán su inserción en el mercado laboral de manera productiva.

A medida que estos rasgos evolucionan y se desarrollan, se dice que la persona incrementó su nivel de capital humano. Sin embargo, a principio de los ‘80, los economistas Mincer y Ofek observaron que al igual que las máquinas, el capital humano se deprecia a lo largo del tiempo, volviéndose obsoleto como consecuencia del progreso tecnológico. Así, existiría una depreciación de la escolaridad. De esta manera, la necesidad de actualizar los saberes a partir de una formación continua a lo largo del ciclo laboral de las personas resulta fundamental e ineludible.

Si bien en la última década la Argentina logró escolarizar gran cantidad de jóvenes, también es cierto que la calidad de la educación recibida se ha deteriorado. En un mundo de realidades cambiantes, no solo basta con aumentar el stock de capital humano, medido a partir de la cantidad de años de educación que tiene el ciudadano promedio, sino también es fundamental cuidar su calidad y pertinencia. Según los datos que desprenden las recientes pruebas ERCE, año a año crece el porcentaje de alumnos de tercer y sexto grado incapaces de encontrar la idea central en un texto simple o estimar longitudes y medidas, por ejemplo.

Asimismo, a nivel secundario, la calidad medida a través de las pruebas PISA, que evalúan en ciencia, lengua y matemáticas a alumnos de 15 años, ubicó en 2018 a la Argentina en el lugar 66 entre 77 sistemas educativos del mundo. Dichas caídas de rendimiento del sistema escolar han provocado que un estudiante argentino promedio que completó sus estudios secundarios, evidencie un nivel de conocimiento equivalente a un par de una nación industrializada que finalizó el segundo o tercer año.

Esta precarización educativa más el deterior en las condiciones sociales de una población cada vez más empobrecida, implica que una porción significativa de nuestros niños y jóvenes mirará a la universidad como una torre de marfil alejada de sus posibilidades. La ilusión que crea un sistema universitario de libre ingreso es solo otro de los espejismos que construyen los gobiernos con el fin de “solucionar” las deficiencias de nuestros alumnos tapando el sol con las manos.

Ofreciendo dicha ventaja, con una universidad más expulsiva que inclusiva, la probabilidad de que gran parte de nuestros actuales estudiantes ingresen al mundo laboral futuro como trabajadores precarizados o en empleos de baja productividad, son cada día más altas y ciertas.

Ante esta realidad y ajenos a la modernidad, enfrentarán una vida en donde la moneda diaria seguirá marcada por el sometimiento a las castas que los dominan y gobiernan con el objetivo de defender sus propios intereses.


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