En los medios

La Nación
14/11/21

La economía de El juego del calamar: desigualdad, teoría de los juegos y analogías con lo que pasa en la Argentina

Nicolás Grosman, profesor de la Maestría en Políticas Públicas, comparó la macroeconomía argentina con la serie El juego del calamar.

Por Sebastián Campanario


Seong Gi-Hun, protagonista de El juego del calamar

Alerta de spoiler: si usted es (de los pocos) que aún no vio la serie coreana El juego del calamar y planea hacerlo, sepa que en los párrafos que siguen se describirán algunas escenas que se relacionan con distintas aristas de la economía. Es inevitable hacerlo: el ciclo récord de Netflix está repleto de referencias a diversos aspectos económicos que van desde la teoría de los juegos hasta estudios de desigualdad y pobreza, pasando por la economía del comportamiento, el criptomundo y hasta analogías con la economía argentina.

Nicolás Grosman, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Di Tella, no dejó de encontrar parecidos entre El juego del calamar y la macro local mientras miraba la serie: “Al igual que el protagonista, Seong Gi-Hun, la Argentina también está súper endeudada y en crisis; cada vez que intenta salir tropieza con la misma piedra y depende de una ‘solución mágica’ que venga de afuera y nos rescate”, explica el profesor y consultor, que planea usar materiales del ciclo coreano en sus clases, como ya sucede en otros ámbitos académicos con otras series como Seinfeld, The Office, South Park o La Teoría del Big Bang.

Estrenada el 17 de septiembre pasado, El juego del calamar se convirtió en el lanzamiento más exitoso para una serie original de la plataforma de la historia, con 111 millones de espectadores acumulados en sus primeras cuatro semanas. Se trata de un melodrama distópico, en el cual una organización misteriosa y desconocida recluta 456 personas desesperadas y agobiadas por sus deudas (Seong Gi-Hun, entre ellos) para ofrecerles participar en un juego en el que el o los ganadores se llevarían al final un pozo acumulado de 45.600 millones de wones (equivalentes a más de 38 millones de dólares).

¿Tanta desigualdad y pobreza extrema son realidad o ficción en uno de los países más prósperos del mundo, que luego de la devastación de la Guerra de 1950-1953 tuvo un ciclo “milagroso” y único de crecimiento? Los primeros análisis económicos sobre la serie récord trataron de responder esta pregunta.

Y la respuesta fue que hay menos ficción de lo que muchos se imaginan: a pesar de un crecimiento saludable (se espera un 4% de aumento del PBI en 2021) y de buenos resultados de sus compañías icónicas (Samsung, Kia, LG, etcétera), el país sufre desequilibrios internos con una población altamente endeudada, una elevada pobreza entre los adultos (un 43% de este segmento no llega a la línea base, el valor más alto para países de la OCDE), precios de las propiedades por las nubes y una de las tasas de suicidios más dramáticas del mundo.

De hecho, el nombre de ficción de Dragon Motors, de donde despidieron años atrás al protagonista principal de El juego del calamar es una referencia a una historia real: la de la quiebra en 2009 de la compañía Ssangyong (significa Double Dragon en coreano), que dejó 2600 operarios en la calle, protestas y juicios que duraron años. Muchas de las personas despedidas en aquella ocasión o sus familiares terminaron cometiendo suicidios. En los días posteriores al estreno, los diarios surcoreanos se llenaron de entrevistas a ex empleados de Ssangyong que contaban que no había podido avanzar demasiado con la serie porque se parecía demasiado a la realidad que vivieron en carne propia.

Otra pregunta que también buscaron contestar los economistas a partir de la serie es la de cómo toma decisiones una persona en situaciones de estrés e incertidumbre extrema. Y aquí aparecen referencias a la teoría de los juegos y a la economía del comportamiento. Para el economista indio Anirudh Tagat, “El juego del calamar ofrece una nueva perspectiva, en los múltiples juegos que plantea, sobre cómo los seres humanos toman decisiones en contextos de alta incertidumbre, particularmente cuando están bajo elevado estrés”.

“Todos los juegos planteados requieren una dosis de suerte, pero también de habilidades”, sigue Tagan, quien agrega que es interesante analizar desde la teoría de los juegos lo que sucede en las votaciones para determinar si el desafío continúa o no. Hay una relación permanente con el trabajo de los economistas Anandi mani, Sendhil Mullainathan y Eldan Shafir, quienes demostraron en una investigación (y en un libro posterior) cómo estar en la pobreza extrema (como los protagonistas de la serie) impacta de manera significativa en la capacidad cognitiva para tomar decisiones. Otros experimentos de economía del comportamiento también demostraron que en esquemas donde los jugadores permanecen anónimos se producen más “decisiones altruistas” que lo que predice la racionalidad pura de la economía convencional.

Y también lo importante que es el “sentido de justicia” en determinados tipos de juego, algo que en la serie de Netflix se pone de relevancia con la obsesión del organizador porque se cumplan las reglas y nadie tenga más chances de ganar de manera ilícita.

Tagan dice que el ciclo más exitoso de la TV por streaming también es muy útil para ilustrar la presencia de sesgos en las decisiones. Por ejemplo, cuando una mayoría resuelve continuar con la propuesta, a pesar de los enormes costos asociados, en buena medida “para no perder lo que ya se jugó” (sesgo de costo hundido). Y hay una estrategia de “priming” (influenciar el comportamiento con algún estímulo, sin que haya una guía consciente) cuando desde la macabra organización se muestra el cerdo trasparente que se llena con los billetes del premio acumulado al finalizar cada juego.

Grosman, de la Di Tella, cree que hay una infinidad de vínculos posibles para analizar entre la “Calamar-nomics” y la macro local: “En ambos casos, la falta de plata es un síntoma: sin resolver los problemas de fondo es imposible seguir adelante. La ayuda externa, pero el cambio tiene que venir de nosotros mismos”, dice el profesor y consultor, que en el pasado trabajó en McKinsey. “Aquí hay una buena analogía de cómo a menudo buscamos culpas y responsabilidades en entes externos, en lugar de hacernos cargo de nuestros problemas”, dice.

Para Grosman, con una mirada menos negativa se puede remarcar (en la serie y en la economía argentina) que una crisis puede hundir más, pero también trae oportunidades para abordar los problemas de siempre: Seong, sin todo lo que atravesó y sufrió, probablemente hubiera seguido igual que antes. “Y tanto al protagonista de la serie como a la economía argentina les cuesta ‘aprender a soltar’ los traumas del pasado, que se vuelven un enemigo tóxico innombrable”, agrega.

Por su brillantez y oscuridad, El juego del calamar es a menudo comparada por los críticos con la película ganadora del Oscar Parasite, de Bong Joon-ho, que también muestra los contrastes extremos del milagro surcoreano. Ambos productos, junto con el género musical K-Pop, son los máximos exponentes de la muy exitosa política de exportaciones culturales del país, que este año crecerán (alerta spoiler) un 6,3%.


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