En los medios

Clarín
11/11/21

Convergencias en la política exterior

El vicerrector UTDT y profesor de las Licenciaturas en Ciencia Política y Gobierno y en Estudios Internacionales analizó la política exterior argentina en relación con la coyuntura global.

Por Juan Gabriel Tokatlian


Ilustración: Daniel Roldán

Si bien en un sistema democrático tramitar pacíficamente un conflicto es una condición vital, en política exterior los consensos, es decir; los acuerdos sin fisuras, son anhelos ilusorios.

A nivel doméstico proliferan grupos, clases y partidos con preferencias e intereses diversos, en algunos casos contrapuestos y en otros antagónicos. En el plano internacional, la ideología y el pragmatismo informan la inserción de un país: lo ideológico no es invariablemente reprochable ni lo pragmático es siempre virtuoso; el problema es el dogmatismo inflexible e ingenuo. A su vez, la innenpolitik (política doméstica) y la aussenpolitik (política exterior) están ineludiblemente entrelazadas.

En ese contexto, la Argentina atraviesa un momento muy difícil en medio de una coyuntura crítica mundial. El difícil momento argentino es interno y exige definiciones decisivas con efectos de mediano y largo plazos. La coyuntura crítica global remite a una circunstancia en la que sobreviven elementos del pasado y se reconfiguran elementos nuevos, al tiempo que se modifican las alternativas disponibles (restrictivas y/o permisivas) para los países.

Hay que reconocer primero que, aún antes del Covid-19, el declive argentino era elocuente. Según el estudio de la RAND Corporation de 2018 sobre US Presence and the Incidence of Conflict, la Argentina fue una potencia regional entre 1946-1990 y después dejó de serlo. De acuerdo con el Banco Mundial, el PIB de la Argentina era el 9no a nivel mundial en 1966, fue 16avo en 1999 y descendió al puesto 27 en 2019.

Según el índice sobre Desarrollo Humano del PNUD, la Argentina ocupaba el lugar 34 en 2005 y el 48 en 2019. En el índice publicado en 2020 y elaborado por la Universidad de Porto sobre la calidad de las elites, la Argentina se ubicó en el puesto 31, entre 32 casos analizados. La pandemia agudizó el deterioro: en los planos estatal y no gubernamental se vive una situación alarmante en un escenario global pugnaz.

En este contexto, y más allá del resultado de las elecciones legislativas, parece evidente la urgencia de un novedoso contrato social. Sabemos que en la Argentina es complicado forjar un pacto “adentro” en materia de un modelo de desarrollo, del grado de balance entre el capital y el trabajo, de la distribución de costos y beneficios, de la inversión efectiva en ciencia y tecnología, de los niveles de igualdad de diverso tipo, entre otros. Y, por lo tanto, ello no es capaz de expresarse hacia “afuera”; en la diplomacia. Por eso quizás sea factible concebir un acuerdo en el frente externo que pueda contribuir, no determinar, un eventual arreglo interno.

Tres ejes han marcado la política exterior del país: a) la naturaleza y el impacto de la Guerra Fría; b) el lugar de Latinoamérica/Sudamérica; c) la oscilación entre autonomía y aquiescencia. Primero, entre muchos analistas, comunicadores y políticos se suele afirmar que asistimos a una nueva Guerra Fría, ahora entre EE.UU. y China.

La “vieja” Guerra Fría entre EE.UU. y la URSS fue, letal para la región y la Argentina. Golpes militares recurrentes, violación extendida de los derechos humanos, intervenciones clandestinas o abiertas de las superpotencias, obstrucción a los proyectos reformistas, altos niveles de polarización política, pérdidas en materia de desarrollo, fueron sus consecuencias entre muchas.

Advirtiendo que sí existe una rivalidad acentuada con interdependencia decreciente entre Estados Unidos y China ¿por qué y para qué asimilar internamente el discurso primero, la racionalidad después y finalmente las prácticas de una fatal Guerra Fría entre Washington y Beijing?

Segundo, ha sido usual que el país enfatice una mirada latinoamericanista o una sudamericanista; que se invoque la “Patria Latinoamericana” o que se menosprecie cualquier referencia a la unidad regional; que se sintonice con el Sur global o que se presuma estar destinado a ser parte del “Primer Mundo” y que los gobiernos de turno busquen solo socios de sintonía ideológica.

¿Qué lugar se le asigna a la región en la política internacional y con qué propósito en el marco de una América Latina altamente fragmentada y de un mundo en franca mutación?

Tercero, la Argentina fluctuó entre una ambición autonomista y la resignación aquiescente, entre la posesión de relativos recursos de influencia y la pérdida de atributos de poder, entre la aspiración a tener una posición independiente y un unilateralismo concesivo ante el poderoso. ¿Es posible terminar con ciclos de idas y vueltas respecto al valor, el sentido y el alcance de la autonomía en política exterior?

A mi entender, resulta clave esbozar una convergencia nacional en política exterior con base en los ejes mencionados: 1) eludir internalizar la lógica y la dinámica de lo que algunos denominan la nueva Guerra Fría sino-estadounidense y dotarse de recursos y socios para manejar la férrea competencia entre ambos; 2) procurar una posición constructiva respecto al empeño asociativo en Latinoamérica con suma paciencia y sin ojeras dogmáticas; y 3) concebir una autonomía razonable y práctica que asimile con realismo las ecuaciones medios-fines, riesgos-oportunidades y voluntad-capacidad.

Lo dicho se puede canalizar institucionalmente ampliando la discusión y representatividad del Consejo Económico y Social, que requiere incorporar una serie de sectores y actores hoy ausentes del mismo. También estimulando mayores deliberaciones y compromisos en el marco de las Comisiones de Relaciones Exteriores del Senado y Diputados.

En breve, siempre es bueno recordar la definición de converger: coincidir en la misma posición ante algo controvertido.

Juan Gabriel Tokatlian es profesor de Relaciones Internacionales y vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).


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