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18/10/21

Qué hicieron bien las escuelas que recuperaron a los estudiantes que perdieron durante la pandemia

Claudia Romero, profesora de las Especializaciones y Maestrías del Área de Educación de la Escuela de Gobierno, fue consultada sobre las desigualdades educativas que puso al descubierto la pandemia.

Por Stella Bin


Vistas desde un dron, las casas de la pequeña localidad de Colonia Guaraypó se recortan entre el rojo que caracteriza a la tierra de la provincia de Misiones y el verde de la vegetación abundante. En una de esas casas vive Yuliana Laharrague junto a su papá, su mamá y sus cuatro hermanos.

Ella tenía que aprobar materias de tercer año y empezar a cursar cuarto cuando las escuelas se cerraron por la pandemia de COVID-19, en marzo de 2020 y comenzaron las cursadas virtuales. “Me costaba entender, seguir el ritmo de las clases y no sabía cómo rendir lo que debía. Entonces, dejé la escuela y me puse a trabajar. Creí que iba a ser más útil, que iba a poder tener mis propias cosas sin depender de mi papá y mi mamá”, cuenta esta chica de 18 años que hoy logró recuperar el vínculo con los estudios.

Su historia no está aislada: son más de un millón los y las estudiantes de primaria y secundaria que perdieron contacto con su escuela durante la pandemia, y son muy variadas las estrategias que se desplegaron para revincularlos. Algunas ya existían, para mitigar la deserción; otras fueron pensadas y desarrolladas en el contexto actual.

Durante 2020, Yuliana se mudó a Puerto Iguazú, a unos 120 kilómetros de donde vivía con su familia, para trabajar como empleada doméstica en una casa y como niñera en otra.

“Llegando a fin de año —cuenta—, me di cuenta de que sin estudio no iba a poder avanzar y me propuse terminar la secundaria”. Una tía le recomendó ir al Sistema Provincial de Teleducación y Desarrollo (SiPTeD): ahí se inscribió y en abril de este año empezó a cursar, al mismo tiempo, cuarto y quinto año.

El SiPTeD tiene 37 años de historia y promueve la educación de la población misionera a través del uso de medios de comunicación y nuevas tecnologías.


Yuliana Laharrague en la escuela a la que asiste los sábados. (Imagen: Gentileza Yuliana Laharrague).

Yuliana asiste de modo presencial los sábados a la mañana y durante la semana hace ejercicios en los libros armados especialmente para este sistema de enseñanza. Y sigue trabajando como empleada doméstica en la localidad de Montecarlo, a unos 40 minutos en colectivo desde su casa. “Me cuesta un poco pero la voy llevando”, dice sobre sus estudios.

En junio de 2020, el Ministerio de Educación de la Nación encuestó a directivos de más de 5.000 escuelas de todo el país para, entre otras cosas, evaluar la continuidad pedagógica de los y las estudiantes y de ahí surgió el dato de que 1,1 millón de chicos y chicas habían perdido el vínculo con la escuela: unos 500.000 de primaria y 600.000 de secundaria.

A junio de 2021, de los 11 millones de estudiantes de Nivel Inicial, Primario y Secundario que hay en todo el país, aún faltaba que se revincularan con la escuela unos 725.000 chicos y chicas de primaria y secundaria, según los últimos datos del ministerio nacional.

El tema es tan relevante que, al asumir hace casi un mes, lo primero que destacó el ministro de Educación, Jaime Perczyk, fue que había que “recuperar la presencialidad en las escuelas”. E insistió con que el desafío durante su gestión es “que los chicos estén en las escuelas” para lo que reconoció que debe “recuperar a los que se fueron” del sistema educativo.

Apoyo entre pares

En sintonía con lo expresado por el ministro, en mayo pasado la Mesa Federal de Centros de Estudiantes Secundarios (MEFECES) lanzó Reconectad@s, un dispositivo con el que estudiantes de todo el país junto a organizaciones estudiantiles y de la sociedad civil (como Jóvenes por el Clima, Fundación Voz y META) buscan evitar que chicos y chicas que cursan el secundario queden fuera de las escuelas por causa de la pandemia.

Marisol Maidana vive en Candelaria, Misiones, y está cursando quinto año en la Escuela Provincial Técnica N.º40. Es miembro de MEFECES y en el marco de Reconectad@s acompañó a Juan (nombre de fantasía que acordamos usar para preservar su identidad), quien se estaba desvinculando de la escuela.

Juan tiene 14 años, vive en un pueblo cercano a la ciudad de Córdoba y está cursando tercer año del secundario. “En agosto de este año, viendo Instagram o Facebook me crucé con su historia. Decía que tenía problemas económicos en su casa, no tenía dispositivo ni conectividad y pedía ayuda para estudiar. Me contacté con él y me contó que no había vuelto a la presencialidad y que no podía sostener la virtualidad. También que le faltaba ropa de abrigo”, cuenta Marisol.

Otra persona que leyó el posteo en redes sociales le dio una computadora y a través de las organizaciones que promueven a Reconectad@s, Marisol contactó a un referente del Gobierno de Córdoba. “A la semana le llevaron ropa de abrigo, útiles, libros. Ahora volvió a la presencialidad. Igual, sigo en contacto, lo acompaño por si necesita algo”, dice la estudiante.


Reconectad@s es una iniciativa de centros de estudiantes para acompañar a chicos y chicas que tuvieron dificultades para continuar sus estudios durante la pandemia. (Imagen: gentileza Reconectad@s)

Pero no todos los chicos y las chicas se desvincularon por falta de conectividad o dispositivos. Detalla Marisol: “Algunos perdieron contacto con la escuela, con sus compañeros o docentes por diferentes razones. Y hoy no encuentran un motivo para reconectarse, hay mucho desgano. En mi provincia veo que mientras no hubo presencialidad a muchos chicos y chicas les mandaban un trabajo práctico, no lo hacían porque no lo entendían y así se iban alejando de la escuela”.

Revincular uno por uno

La doctora en Educación Claudia Romero sostiene que “las desigualdades educativas que puso al descubierto la pandemia siguen operando ahora, en la reapertura”.

“Los alumnos que se desvincularon o que tuvieron una muy débil vinculación escolar en este tiempo y que pertenecen a los sectores en situación de vulnerabilidad en muchos casos no están retornando a la escuela porque no tienen contexto familiar o los medios para hacerlo. Sobre este sector es el que más ha impactado la deserción escolar”, explica la profesora e investigadora asociada al Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencias (CEPE) de la Universidad Di Tella (UTDT).

En algunos casos, esos y esas adolescentes han empezado a trabajar, a ayudar en las economías familiares. “Muchos de ellos no encuentran motivos para volver a la escuela, que no era atractiva antes y menos lo es ahora. Va a costar mucho que vuelvan”, dice Romero.

La especialista también observa cómo “jóvenes de capas medias que podían conectarse y que tenían un capital cultural familiar que acompañaba se han deprimido, desanimado. Muchos de ellos perdieron la dimensión social y el sentido de la escuela, el contacto con los pares, han entrado en una inercia de no salir y a ellos también habrá que ir a buscarlos, motivarlos nuevamente para que vuelvan”.

Mientras, en sectores medios y medios altos, cuenta Romero, “las familias han armado situaciones educativas paralelas, en las que se han provisto de apoyos docentes y a muchos estudiantes les gusta más ese formato de enseñanza”. Y sigue: “También porque en la pandemia han generado una agenda de actividades que responden a intereses a los que la escuela no responde. Empezaron a estudiar o desarrollar actividades recreativas o deportivas que volvieron a la presencialidad antes que la escuela y hoy plantean que quieren continuar con ellas”.

Todas estas situaciones significan un gran reto para las escuelas. Cada una de ellas deberá ubicarse en la lógica de su comunidad educativa y de cada uno de sus estudiantes para interesarlos en volver. En ese sentido, Romero puntualiza: “En las escuelas secundarias, el desafío es para el formato y el currículum”.

Un ejemplo de adaptación de las instituciones puede ser el que le permitió a Evany revincularse con la escuela. Ella tiene 16 y cursa tercer año en una escuela de la provincia de Misiones. Cuando empezó la pandemia, el celular de su mamá, que era el que ella podía usar, no le permitía abrir los PDF que le mandaban desde la escuela.

“Pude hacer muy pocas actividades de segundo año y recién después de mitad de año mis padres pudieron conectarse con la directora. Así, empezaron a mandarme fotos de los trabajos y cuadernillos con los que trabajar. Pero a principios de 2021 no tenía los trabajos aprobados como para inscribirme en tercero”, cuenta Evany.

A través de su cuñada, que es maestra en una escuela especial, se enteró de la existencia de los centros de apoyo pedagógico que implementa la Subsecretaría de Educación provincial en un trabajo conjunto con municipios e iglesias. En el caso de Evany, el centro funciona en la municipalidad de su ciudad, Montecarlo. Ahí cursó durante todo marzo de 2021 de lunes a viernes y a fines de ese mes rindió y aprobó las 11 materias de segundo. “Así entré a tercero y ahora me está yendo muy bien”, cuenta.

“Estos centros funcionan desde el 2020 —y lo seguirán haciendo hasta 2023— con el objetivo de ayudar a estudiantes que no tienen conectividad”, informan desde el Gobierno provincial.

Dos escuelas sin deserción

Desde la ciudad de San Luis, la coordinadora general de la escuela generativa La Nueva Tribu, María Divito, cuenta cómo trabajó para mantener vinculados a sus 140 estudiantes, entre primaria, secundaria y modalidad joven, que incluye a chicos y chicas de hasta 19 años que cursan el secundario con sobreedad.

“En la pandemia, los docentes eran el primer filtro. Apenas detectaban que el vínculo se debilitaba, me avisaban y yo visitaba a los estudiantes en sus casas. Veía si el problema era económico, si había personas enfermas o alguien había muerto en la familia, si había situaciones de violencia o si los padres se habían separado”, enumera Divito. Y acota: “El 99 % de las situaciones que emergen en la escuela tiene que ver con algo que les está pasando en la casa”.

Por ejemplo, el año pasado, los padres de una estudiante de tercer año se separaron y como la mamá debía salir a trabajar, ella se quedaba a cuidar a los hermanitos más chicos. “Primero —explica Divito—, como no tenía celular se le armaron cartillas impresas hasta que consiguió un teléfono. Este año, cuando empezamos a volver a la presencialidad, se organizó con su mamá. Empezó asistiendo dos días y hoy ya viene toda la semana”.

También hubo estudiantes que debieron empezar a trabajar para ayudar en la economía familiar. “En esos casos conseguimos pases a escuelas con modalidad nocturna. Así, buscamos una solución para cada uno y logramos que volvieran todos”, cuenta la coordinadora.

En el pueblo agrícola de Santa Teresa (3.000 habitantes), en la provincia de Santa Fe, funciona el Instituto Superior José Manuel Estrada —creado por una cooperativa de padres y madres— al que asisten 170 estudiantes. Desde 2015, directivos y docentes tienen como objetivo que ninguno de sus estudiantes abandone y todos terminen en tiempo y forma el secundario.

Por entonces, solo el 40% de los chicos y las chicas lo lograba, otro 30 % terminaba pero le llevaba más tiempo y el 30 % restante quedaba fuera del sistema educativo. “A partir de 2017 logramos cero repitencia. Para 2019 ya teníamos 0 % de abandono y 100 % de terminalidad en tiempo y forma. En 2020 conseguimos sostener esa situación y en lo que va de 2021 solo un estudiante dejó de asistir a la escuela hace un mes y estamos tratando de revincularlo”, cuenta Ariel Rotondo, el director del instituto.

“El abandono, en este caso, se debe a que hay un descuido de la familia por cuestiones personales. Pero no hay razones pedagógicas ni dificultades económicas detrás de la decisión de ese estudiante”, explica Rotondo, quien coincide con Romero y Divito al destacar que cada situación es particular. Por eso, dice, “es importante el trabajo en equipo que hace cada escuela”.

En el caso de los y las estudiantes del instituto, sigue Rotondo, “no podemos decir que el debilitamiento del vínculo con la escuela es por falta de dispositivo o conectividad. Hay estudiantes que tienen actividades casi profesionales —ya sean laborales o deportivas— y tenemos que estar muy atentos para que no dejen de ir a la escuela, ser empáticos con las familias, estar cerca, charlar”.


“Estamos en un desafío mayor al que teníamos en 2019”, dice Ariel Rotondo, director de un instituto de Santa Fe. (Imagen: gentileza Ariel Rotondo).

Si bien estas son cuestiones que ya se vivían en las escuelas, el contexto de pandemia las dejó más expuestas. Como, por ejemplo, la falta de interés por parte de los y las estudiantes por los temas que se estudian o la falta de posibilidades de contextualizar los contenidos.

Lo nuevo durante la pandemia, destaca Rotondo, “fue impedir la presencialidad, el único componente que atraía a los chicos”. Y sigue: “Ante ese escenario, muchos adolescentes empezaron a confirmar otros vínculos y otras posibilidades de vincularse. Muchos vieron que ir o no ir a la escuela era lo mismo —podían estudiar en diferentes horarios— y tenían tiempo para hacer cosas que les gustaban. Hoy la escuela vuelve a exigir horarios y si queremos interesarlos estamos ante un desafío mayor al que teníamos en 2019″.

“Porque se interrumpió la presencialidad pero no el proceso de construcción de un proyecto de vida, que a su vez fue atravesado por una situación que llevó a repensar expectativas e intereses que tenía cada uno. Eso nos obliga a repensar la escuela”, afirma el director.

“En los más grandes veo que cada uno hace la suya. Hoy se construye más desde intereses particulares, se unen para desarrollar lo propio, tratan de encontrar una ventaja propia a partir del trabajo colectivo. En los grados superiores cuesta mucho hacer cosas que no impacten directamente sobre ellos”, explica Rotondo.

—¿Cómo hicieron para no perder estudiantes en 2020?

—Durante la virtualidad no buscamos recrear el esquema que teníamos con la presencialidad: 80 minutos de clases virtuales, recreo, 80 minutos de clases. Trabajamos en construir un trabajo totalmente asincrónico y diferenciado, usando foros en los que la discusión no requería de intervenciones inmediatas. Eso nos permitió sostener el vínculo. También tratamos de cuidar a los docentes, de no crearles nuevas exigencias y mitigar las que sufrían como padres y como profesores.


El trabajo de la escuela aparece como fundamental a la hora de revincular a los y las estudiantes, pero no menor es el apoyo de los pares. (Imagen: gentileza Ariel Rotondo)

—¿Y cuando volvieron a la presencialidad?

—A fines de octubre de 2020 empezamos a convocar a los estudiantes que necesitaban un apoyo más diferenciado. Luego, reagrupamos a los estudiantes de tal manera que asistieran todos los días. Creímos que era mejor menos horas, pero todos los días. Eso hizo que no perdieran el vínculo con la escuela. Desde el principio nos negamos a que estuvieran una semana sí y otra no.

—¿Cómo trabajaron desde lo pedagógico?

—Desarrollamos un cronograma estable y flexible que nos permitió sostener el trabajo por proyectos, como veníamos haciendo. Por ejemplo, desde hace años desarrollamos una plaza comestible en el pueblo, con frutales y aromáticas entre otras plantas. Ese proyecto integra materias como Matemática, Tecnología, Plástica o Química. Así, cuarto año desarrolló plaguicidas en Química, segundo generó la cartelería desde Plástica. Las propuestas pedagógicas parten de intereses que muestran los estudiantes. El aprendizaje está enfocado en ellos, pero centrado en el docente que guía (motiva y valida aprendizajes) a ese grupo. Apenas se cortó la presencialidad empezamos a trabajar en cómo debía ser la escuela a la que volverían los estudiantes. Eso generó mucha tranquilidad a los docentes. Como director, sé que si el docente está intranquilo o molesto traslada eso a la clase.

Como subraya Rotondo, el trabajo de la escuela aparece como fundamental a la hora de revincular a los y las estudiantes. Pero no menor es el apoyo de los pares.

Lautaro Nuñez tiene 14 años y cursa en una escuela técnica de Misiones. Vive con su mamá, que es empleada doméstica; su papá, que está enfermo, y un hermano. Durante el 2020 se le rompió el teléfono y no tenía conectividad. A veces sus compañeros le prestaban el celular o le pasaban las tareas y así logró aprobar las materias.


Lautaro Nuñez recibió un fuerte apoyo de sus compañeros para poder continuar la secundaria; sueña con ser electromecánico. (Imagen: gentileza Lautaro Nuñez)

“Cuando empecé primero, el año pasado, estaba muy emocionado por conocer a mis compañeros. Pero, en estos dos años muchas veces me sentí muy frustrado. Este año directamente pensé en dejar la escuela porque me resultaba muy cansador”, explica Lautaro.

Después, cuenta que su papá es epiléptico y que tuvo muchas crisis este último tiempo, cuestión que le impide salir de casa. Además, “hace dos meses murió mi abuelo, que vivía en una casa al lado de la nuestra. Quisiera que mi familia fuera feliz, que mi mamá tuviera más tiempo para ayudarme con las tareas de la escuela y tener una computadora. Por eso, cuando estoy estudiando muchas veces la cabeza se me va hacia esos temas”, cuenta.

Para él, la relación con sus compañeros es muy importante: “Me han ayudado mucho. Con ellos me junto a tomar tereré y hablamos sobre estos temas o hacemos tareas”.

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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN