En los medios

Clarín
26/09/21

La ciudadanía ha dicho que no

El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia analizó los motivos detrás de los resultados de las PASO para el peronismo.

Por Natalio R. Botana


Ilustración: Mariano Vior

En las recientes PASO perdió una fórmula de gobierno. No sufrió en soledad el Presidente este revés ni tampoco la Vicepresidenta es la única responsable de ese descalabro. La responsabilidad es compartida porque se ha puesto en entredicho una malograda experiencia de gobierno, por al menos tres razones.

Primero, una circunstancia mundial: ante los efectos sanitarios y económicos de una pandemia devastadora, los gobiernos por lo general no resisten; pasa en todas partes, desde los EE.UU. hasta la Argentina.

Segundo: la fractura de la fórmula que inventó el peronismo con predominio kirchnerista para ganar la presidencia en 2019. Tercero: la autonomía ciudadana que infunde vigor y capacidad de veto a la democracia electoral (un doble e intenso mecanismo de participación que se reproduce cada dos años).

Son tres razones que se interrelacionan en un acto. En ocasiones cruciales, los comicios sintetizan la complejidad de una sociedad con graves privaciones. La pandemia las aceleró con una secuela estremecedora de víctimas e impactó en un Gobierno plagado de contradicciones.

Cuando se reclamaba austeridad y decencia hubo frivolidad y privilegios; cuando se reclamaba eficiencia hubo ineptitud, cuarentenas prolongadas, clausura de escuelas e ideología en la selección de vacunas; cuando se reclamaba un mínimo de consenso para enfrentar la pandemia hubo polarización y degradación del lenguaje antes y durante el turno electoral. Sobre el trasfondo de una obsesiva búsqueda de impunidad, la mentira se fundió con la grosería: el bajo fondo de la palabra.

Desde luego lo institucional importa aunque en la Argentina se siga mortificando esta dimensión de la democracia que se resume en el concepto de democracia republicana. La invención del Frente de Todos supuso poner patas arriba la lógica del régimen presidencial previsto en nuestra Constitución.

Asimismo, este hallazgo se inserta en nuestra tradición de grandes electores con el aditamento de que antes el gran elector se retiraba (eventualmente, como ocurrió, para después volver) y ahora actúa como látigo ordenador desde la Vicepresidencia.

Según este arreglo inestable, el origen bifronte del Gobierno fue reemplazado por la jefatura de la gran electora mientras el Presidente vio de más en más reducidas sus atribuciones. Conocidos los sufragios de las PASO, el estallido del gabinete, precedido por un mensaje de recriminaciones,confirmó los desajustes de este tinglado institucional que, por su propia conformación, está condenado a la crisis.

La ruptura de la unidad del Poder Ejecutivo conspira contra la naturaleza del régimen presidencial. Para saldar apresuradamente esta deficiencia se ha renovado el gabinete con un criterio de restauración; reaparecen viejos rostros de la administración de CFK con el objeto de remontar una derrota que pegó justo en el conurbano bonaerense, el centro vital del poder kirchnerista.

Damos por conocido el calibre cuantitativo de esta derrota. Menos significativa en la conciencia pública, pues se ha convertido en una rutina, es la relevancia de nuestra democracia electoral. Si, como acabamos de ver, la democracia institucional está devaluada y el horizonte deseable de una democracia fundada en la dignidad ciudadana está teñido por la pobreza y la indigencia, la democracia electoral aparece como el único resorte que, entre nosotros, se conserva alerta y en pleno funcionamiento.

La democracia electoral es el suelo sobre el que esta forma de gobierno se desarrolla. Aun aceptando corruptelas de los gobiernos en los procesos electorales, la vigencia de esta clase de democracia desmiente los pronósticos catastrofistas que suelen ubicar a la Argentina en el ambiente asfixiante de las autocracias latinoamericanas; por ejemplo, en Venezuela y Nicaragua donde la figura de Sergio Ramírez representa la lucha secular en este continente contra las tiranías.

En realidad, lo que viene aconteciendo en nuestro país es diferente. La amenaza que nos inquieta no es, en efecto, la de una autocracia populista definitivamente instalada, sino la de un desgobierno debido a sucesivos fracasos que, a su vez, generan una declinación económica, social y educativa. De resultas de ello, sobrevivimos en medio de una confrontación con éxitos electorales de corto alcance. Los devora la ingobernabilidad.

Desde luego, ignoramos si el oficialismo podrá recuperar una porción del apoyo perdido en estas primarias mediante más emisión y consumo, pero es posible especular acerca del hecho de que, una vez más, se ha puesto en evidencia un gran equívoco. Vale decir: una intencionalidad hegemónica persistente de cara a una sociedad maltrecha que, sin embargo, se pone de pie en la cita electoral y dice que no.

Así se ha expresado en varias oportunidades, esta por cierto no es la única, un pluralismo negativo, eficaz para vetar e ineficiente por ahora para desplegar una acción de gobierno que supere el ánimo hegemónico y reconstruya una democracia abierta a la deliberación y al consenso.

Esta manía por dejar de lado el carácter plural de nuestra democracia y la diversidad de una ciudadanía que no deposita para siempre su confianza en un partido o en una coalición, produce al cabo en los que mandan irritación y desconcierto.

En rigor, no entienden: sueñan con ser los intérpretes exclusivos de un pueblo homogéneo, acosado por minorías oligárquicas, y resulta que esos despreciables agentes de la antipatria, como ellos dicen, no son minoritarios y tienen la fuerza suficiente para derrotarlos.

Desconocen por tanto que la ciudadanía, formada por sujetos libres que obran por voluntad independiente, no es subalterna ni clientelar a despecho de que insistan en la compra de votos en los distritos chicos y en la distribución a manos llenas de subsidios en las aglomeraciones urbanas.

Hasta tanto este equívoco no se disipe, seguiremos dando vueltas en torno a la frustración cívica. De más está decir que de la transparencia del comicio —bien asegurada hasta el presente— depende que este aprendizaje llegue a buen puerto.

Natalio R. Botana es politólogo e historiador. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella.


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