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La Nacion.com
21/09/21

Líderes carnívoros

El profesor del MBA y Executive MBA analizó el tipo de liderazgo que representa a Cristina Fernández de Kirchner.

Por Andrés Hatum y Nicolás José Isola


Alberto Fernández y Cristina Kirchner en el búnker del Frente de Todos. José Brusco / POOL Argra

Como en el mundo vegetal, hay líderes que escuchan, que hacen crecer a los demás y líderes que los ahogan. Impiden que sobrevivan, produciendo una hegemonía sobre el territorio que habitan. Asfixian a todo aquello que se les interponga en su camino. Buscan interlocutores obedientes, su apertura al diálogo es una estrategia, no un modo de vida.

Cristina Fernández de Kirchner ha demostrado con creces a cuál de estas dos formas pertenece. Solo se ha mostrado abierta al consenso en la previa a las diversas elecciones que tuvo que transitar con el fin de intentar seducir a sectores no tan cercanos a su nombre. A ella no le gusta perder y no es cínica: se le nota rápidamente su furia.


Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Franco Fafasuli / POOL Argra

Es verdad, a nadie le gusta perder, pero menos a Cristina, que dentro de las categorías de liderazgo, tiene bien ganado el título de líder narcisista. Y para un líder narcisista, no hay nada peor que la derrota.

Las derrotas son siempre momentos que evidencian una fragilidad. Y cuando quien lidera está guiada por la vanidad y la soberbia que otorga el narcisismo se vuelven torpemente aún más frágiles, mostrando el descontrol interno. Son un volcán incontenible cuya lava lo inunda todo.

Desde el inicio de la fórmula presidencial vigente, fuimos testigos de un desorden estructural: la candidata a la vicepresidencia nos anunció quién era el candidato elegido por ella.

Las últimas semanas han dejado ver un escenario habitual para quienes se interesan en el comportamiento de los liderazgos. Quienes han ocupado una posición de primer nivel en una gestión, no tienen las habilidades para aceptar que ahora les toca una posición de menor rango. Cristina Fernández simula ser vicepresidenta pero ante los cimbronazos de su supuesto jefe su magma tectónico le juega una mala pasada: explota incandescente.

Hay muchas maneras de visibilizar las diferencias, quizás la peor de ellas es la que opta por horadar la base de poder del otro utilizando para ello la opinión pública. La Cristina de los consensos pre-electorales parece haber caducado.


Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Archivo

La carta bomba enviada al Presidente y a toda la sociedad denota una pérdida de control insoportable para la lideresa, así como la rotura de la frágil alianza donde convivían peronistas y advenidos al peronismo. Cualquiera lo sabe, construir confianza es una tarea ardua. Destruirla es tan fácil como un juego de niños.

En el deporte y en la política, los problemas se dirimen en el vestuario. Cuando se usan métodos explosivos como los que usó la expresidenta, las esquirlas de las consecuencias se enquistan por todos lados. Hoy el poder gobernante está diluido. El liderazgo se ha evaporado. ¿Quién lidera? Sería lindo conocer una encuesta a primeras y segundas líneas de gobierno a ver qué responde el funcionariado ante esta simple pregunta.

¿Qué hace que un líder acepte encabezar una alianza pero no mandar? Es una buena pregunta que Alberto Fernández debe hacerse cada noche. Nuestra respuesta es sencilla: la avidez por el poder que lleva, inclusive, a que algunos lo humillen.

El desgaste del Presidente ha tomado dimensiones planetarias. Sus desavenencias con su (supuesta) segunda son inocultables. ¿Qué pasará en las próximas semanas, cuando de vuelta simulen conexión y empatía para la platea? ¿Quién puede acaso creer en que algún pegamento conseguirá pegar las porciones minúsculas de los platos rotos de este casamiento griego que no dio resultado?

En las frenéticas jornadas donde se decidió el nuevo gabinete, el presidente tuvo la posibilidad de romper la alianza tóxica con su jefa política y animarse a hablarle a tantos argentinos que ya están cansados de ese tipo de liderazgo tóxico que siempre mira por encima del hombro. Claro que eso tenía un costo altísimo, pero quizás tampoco sirva seguir probando más de lo mismo. Al Presidente, su freno al envalentonamiento destituyente de su vice le duró sólo 24 horas, prefirió seguir ocupando un rol marginal que la historia se lo recordará.

El Presidente tiene un gran desafío por delante: ser un líder con cierta autonomía o, simplemente, quedar en la historia como un rey desnudo que detentaba el poder pero no gobernaba.

Es paradójico, la mejor imagen de Alberto fue en los inicios de la pandemia. ¿Recuerdan? Reflexivo, consensuaba y mostraba unidad con la oposición. Cuando menos se pareció a Cristina, fue cuando la gente más lo valoró.