En los medios

Clarín
25/07/21

De nuevo Cuba

El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia analizó el conflicto político en Cuba a partir de un recorrido por su historia desde la revolución.

Por Natalio R. Botana


Ilustración: Mariano Vior

Desde hace 60 años vengo siguiendo con ánimo crítico la deriva totalitaria del régimen cubano que, al principio, estuvo envuelta en una utopía: el hogar del hombre nuevo y de una pasión antiimperialista que se esparció hacia el sur del continente. Militantes e intelectuales fueron cautivados por esa épica revolucionaria que tuvo héroes y mártires: Fidel Castro y Che Guevara.

De esta combinación nació un mito persistente enraizado en la tradición caudillista de América Latina. La figura omnipotente de Fidel Castro invadió, en efecto, toda la escena. Con él, como suele ocurrir con la legitimidad carismática, no hubo término medio. Fervorosamente a favor, hostilmente en contra, Fidel instauró un orden totalitario consistente en una reducción completa a la unidad del Estado de la sociedad cubana.

Habría muchísimo más que comentar a la vuelta de una experiencia tan prolongada, pero me contentaré con señalar unas paradojas, luego un método de normalización totalitaria y, por fín, el desafío implícito en cualquier proceso de sucesión del carisma en escenarios totalitarios.

La paradoja está a la vista: la exaltante revolución anti imperialista de Fidel Castro sobrevivió gracias a dos protectorados. Esta dependencia, oculta tras una retórica avasallante, tuvo de referentes a la Unión Soviética y después a la Venezuela de Hugo Chávez. la URSS protagonizó el protectorado en la primera parte de la revolución hasta que implosionó en los años 90.

El mito del revolucionario se fusionó entonces con el cálculo de un Fidel Castro que jugaba en el tablero de la geopolítica mundial.

Mediante el protectorado, Fidel ensambló el modelo soviético en tanto ejemplo a imitar en América Latina y llevar a cabo tres designios: hacia afuera de sus fronteras, el desarrollo de las guerrillas revolucionarias; hacia adentro, la educación y la salud.

Las guerrillas fracasaron en manos del poder militar en América Latina; la educación gratuita e igualitaria coincidió con la represión cultural; la salud, influyó con eficacia propagandística en los países que la solicitaron.

El derrumbe de la URSS dejó a Cuba a la intemperie, con una brusca caída de la economía, contestaciones al régimen, como el “Maleconazo” de 1994, y la sensación colectiva de lo poco que se podía hacer en ausencia de aquel protector (que estuvo al borde de una guerra con los EE.UU. durante la presidencia de Kennedy con motivo de la crisis de los misiles). De la revolución dependiente se pasaba a una autonomía sin recursos.

Estas privaciones tuvieron, sin embargo, el inesperado rescate de una hegemonía tropical tan generosa como ambiciosa en su afán de expansión continental. Hugo Chávez dispensó abundantes petrodólares y encarnó un carisma de escasa duración, comparándolo con el de Fidel, aunque suficiente para rescatar a una isla asediada por la escasez y un embargo de los EE.UU., incesante hasta estos días.

Los 90 fueron por tanto años de reorientación: turismo, remesas, exportación de servicios y petróleo a buen precio. La muerte de Chávez quebró ese idilio que no pudo ser reemplazado por el descalabro del gobierno de Maduro. Otra vez a la intemperie.

Quedaba sin embargo de pie el método de normalización del régimen totalitario que había ejecutado Fidel. Este método difiere de las tragedias propias de los totalitarismos clásicos de la revolución comunista.

Matanzas pavorosas: las sombras de Stalin y Mao se proyectan sobre esas innumerables víctimas, productos directos de los campos de confinamiento y de las hambrunas provocadas por la ceguera de esas “religiones seculares” en Rusia y China. Esa versión del totalitarismo se estabilizó, pues, sobre el exterminio.

Empero, los aires de la isla fueron menos crueles. Si bien hubo fusilamientos, cárcel, tortura y muertes clandestinas, el método masivo que utilizó Castro para normalizar el régimen fue la expulsión de población. Entre 5 y 6 millones de cubanos viven hoy en el exilio sobre una población de 11 millones.

Es un método intergeneracional que responde a sucesivas olas de expulsión con su cohorte de balseros arrojados desesperadamente al mar.

Tan estratégicas fueron estas medidas que hoy son aplicadas como un calco en la Venezuela de Maduro. De aquí nace una segunda paradoja porque, mientras los EE.UU. fueron enemigos declarados del régimen, contribuyeron asimismo, por razones humanitarias y sin duda plausibles, a normalizar el régimen castrista recibiendo, mayormente en Florida, a dos millones y medio de cubanos (una población integrada que condiciona su política exterior).

Las expulsiones masivas aliviaron la olla a presión del descontento, pero no tuvieron presente, como el resto del mundo, el impacto del virus planetario. Con la clausura de fronteras provocada por la pandemia, sin remesas, energía y turismo , ni suficiente producción doméstica de alimentos e insumos médicos, ¿dónde dirigir un enojo colectivo que se animó a tomar la calle?

Cuba está en una encerrona en medio de un proceso sucesorio del carisma de Fidel que, aún con la injerencia de su hermano Raúl, no ha dado todavía resultados positivos. La sucesión en Cuba no es por ahora renovadora sino esclerótica y represiva. Habrá que ver entonces qué caminos se abren a futuro. Hipotéticamente serían los siguientes.

Primero, la formación de un nuevo protectorado; no parece que China tenga el estilo imperial de la URSS y tampoco, por escasez de recursos, la Rusia de Putin.

Segundo, la difusión de las redes sociales y la demanda de libertades, en especial de los jóvenes; se medirá aquí la capacidad totalitaria del régimen y la tenacidad de la resistencia popular.

Tercero, una transición que abra la economía y conceda gradualmente libertades; lo dicho el domingo pasado en este diario por el escritor Leonardo Padura y el historiador Manuel Costa Morúa (ambos viven en Cuba) transmite este anhelo.

¿Habrá lugar para la voz de la libertad, o seguirá rigiendo la ley del poder total? Es un urgente llamado a las democracias entre las cuales, con su repudiable silencio, no se cuenta la nuestra.

Natalio R. Botana es Politólogo e historiador. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)


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