En los medios

Clarín
16/06/21

Escuelas cerradas, nunca más

La profesora de las Maestrías y Especializaciones del Área de Educación e investigadora asociada al Cepe opinó sobre la reapertura de las escuelas en la provincia de Buenos Aires.

Por Claudia Romero


Ilustración: Daniel Roldán

El desamparo educativo parece estar llegando a su fin. El gobierno de la provincia de Buenos Aires dejó de prohibir que los chicos vayan a la escuela en el conurbano y ahora es necesario que ocurra también en el resto de los distritos del interior y en cada una de las provincias que aun sostienen la prohibición.

La larga travesía de la reapertura escolar aún no terminó, hay que lograrla para todos los chicos, todos los días, todas las escuelas, en todo el país.

Los discursos cruzados sobre las restricciones entre el presidente, el ministro y el gobernador fue el grotesco desenlace de una política deliberada de cierre de escuelas, militada durante un año y medio con múltiples complicidades. Los sindicatos docentes y una pléyade de pedagogos “progres” aguantando la bandera del cierre escolar mientras casinos y bingos seguían abiertos.

Cientos de pedidos de amparo realizados por la ciudadanía y rechazados por la justicia, intimidaciones a las escuelas y hasta una línea telefónica oficial de la Secretaría de Derechos Humanos para denunciarlas. Mientras se fomentaban los circuitos informales de escolarización “blue” y la difusión de informes de dudosa validez para avalar el cierre.

Hasta hace poco parecía que la prohibición de las clases presenciales no tendría costos políticos. Que con el discurso del miedo iba a alcanzar. Pero la educación es más fuerte y, además, las encuestas, oráculo político de los años impares, reflejaron otra cosa.

Los infatigables Padres Organizados a lo largo de todo el país y también otras organizaciones de la sociedad civil, estudiantes y docentes movilizados, especialistas de distintas disciplinas y hasta la Corte Suprema de la Nación se pronunciaron en defensa de las evidencias y el derecho a la educación. Y un día los chicos empezaron a volver a la escuela.

Esta convergencia de tantos detrás de la reapertura de las escuelas es uno de los datos más interesantes y refrescantes de la realidad política argentina actual. Me gusta pensar que se trata de una voz que crece, se fortalece y ocupa un lugar que estaba vacío, una voz imprescindible para la reconstrucción educativa que nos espera.

Es importante recordar que los daños de mantener las escuelas cerradas son mayores que los riesgos sanitarios eventuales de contagio en ellas. La suspensión de la presencialidad escolar en Europa, fue al comienzo y por tiempos acotados, cuando se sabía poco sobre COVID 19. Luego, el cierre nacional de escuelas debía evitarse como pedía UNICEF.

Las evidencias sobre las escuelas como espacios seguros surgieron rápido y crecían al ritmo de las que mostraban gravísimos daños resultantes de la falta de presencialidad. No sólo hay pérdidas de aprendizaje, se constatan daños en la salud, la nutrición, el desarrollo, la seguridad y el bienestar de los niños y jóvenes, con costos a futuro que la sociedad argentina deberá pagar.

Entre las pérdidas más graves está el abandono escolar, una sangría que aún no se detiene, y que afecta en mayor medida a los más vulnerables, aunque no exclusivamente. No hay datos oficiales, sólo estimaciones.

En la época del Big Data y la inteligencia artificial, el sistema educativo argentino no puede siquiera listar cuántos y quienes quedaron desconectados de la escuela.

Y eso porque no hay un sistema nominal aunque la Ley 27.489 de 2019 creó la Cédula Escolar Nacional coordinada por el Consejo Federal de Educación precisamente para identificar a los desescolarizados e implementar estrategias interdisciplinarias para reinsertarlos, volviéndose innecesarias las recientes y onerosas estructuras creadas, con esa manía política de fundar lo fundado.

Volviendo a las estimaciones de abandono, la que hace el Ministerio de Educación Nacional señala que un millón cien mil alumnos perdieron conexión con la escuela en 2020. Otras hablan de un millón y medio y de que la distribución es desigual; las escuelas estatales habrían perdido más del triple que las privadas donde también se superaron los promedios de abandono.

Siguiendo los cálculos conservadores, se estima que más de 6100 alumnos por día, más de 250 por hora, se cayeron de la escuela el año pasado. ¿Y cuántos miles quedaron perdidos en el oscuro laberinto de la virtualidad escolar, donde “virtual” no es sinónimo de digital sino de “existencia aparente”?

La escuela virtual fue una apariencia para millones de chicos sin acceso a dispositivos y conectividad, chicos muy pequeños o con discapacidad, o sin adultos en los hogares que hicieran de maestros. E incluso para quienes, aun teniéndolo todo, quedaron atrapados por la angustia del aislamiento.

La pandemia sigue, las vacunas todavía no alcanzan, pero las escuelas abiertas son esenciales para detener los daños y reinventar una escolarización que repare y enriquezca.

Tenemos una inmensa deuda con esta generación de escolares. Merecen escuelas mejores que las que tenían, para que el futuro no se les escape definitivamente. La política debe hacer explícito el compromiso de no volver a cerrarlas y todos decir sin vueltas: escuelas cerradas, nunca más.

Claudia Romero Doctora en Educación. Profesora e investigadora de la Universidad Di Tella


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