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La Nacion.com
3/06/21

La Argentina invertebrada

El profesor del MBA y el Executive MBA analizó a la Argentina a partir del libro España invertebrada, de José Ortega y Gasset.

Por Andrés Hatum



Este año se cumplen cien años de la publicación de España invertebrada, del pensador y filósofo José Ortega y Gasset. Un libro fundamental para entender la crisis social y política de España en su tiempo y que, aún hoy, sigue siendo una obra relevante. Tomé prestado el nombre del libro para poder analizar nuestro resquebrajamiento como sociedad.

Ortega, analizando los problemas españoles, tira unos misiles que llegan a estas costas mucho tiempo después: “Cuando un pueblo se arrastra por los siglos, es porque faltan hombres ejemplares”. Definitivamente, la Argentina ha tenido hombres y mujeres ejemplares que han forjado las bases de la nación. Son los que estudiamos en el colegio. ¿Cuándo fue la última vez que incorporamos un nuevo personaje a ese listado de gente ilustre y visionaria?

Las naciones, para Ortega, se hunden víctima de los particularismos y ahí es donde el bien común desaparece y es reemplazado por el bien de los individuos. El egoísmo llevado al apogeo. Entonces, ¿qué hace falta para salir del círculo vicioso del desmoronamiento nacional? Primero, líderes que inspiren y que nos lleven por una senda de crecimiento. Crecimiento no solamente económico, también el de los valores republicanos, aquellos que solventaron nuestra propia nacionalidad. ¿Hace falta algo más? Según Ortega, la unidad es crítica: “la idea de grandes cosas por hacer engendra la unificación nacional”.

Pero acá viene el problema para nuestro país, ¿existe un proyecto común que nos saque de la grieta que parece insalvable? ¿Existen líderes que generen esos proyectos que nos hagan trascender como sociedad?

Este mal, que parece argentino, también fue de otras sociedades que lo superaron. En 1977, en plena transición española, Adolfo Suárez llamó a los principales actores sociales para acordar lo que el tiempo transformaría en algo más que una simple declaración de principios. Me refiero al Pacto de la Moncloa que, cada tanto, surge como idea en los políticos argentinos.

Por las grandes dificultades que vivía España luego de la muerte del general Franco, las fuerzas políticas, sindicales y sociales convocadas por el presidente del gobierno, firmaron el famoso pacto. De alguna manera se trataba de pensar más allá de la identidad de un gobierno: se trataba de encontrar una nueva identidad para un país que estaba fragmentado.

Todos los actores que participaron del pacto tuvieron que resignar cosas y, como muchos historiadores comentan, a regañadientes. Primó la voluntad de saber resignar algunos principios en pos del bien común.

Cuando hablamos del Pacto de la Moncloa hoy, hablamos de un marco de consensos básicos y miradas de largo plazo para que el país funcione unido y no fragmentado. La famosa grieta de la que todos discutimos es simplemente la falta de un proyecto común. Cuando hay un proyecto común y consensos básicos, permiten que, a pesar de haber gobiernos de distintos colores e ideologías, los respeten para que todos tengamos la posibilidad de proyectar nuestras vidas, ideas y negocios en el país sabiendo que, si un día asume un gobierno, no va a tirar por la borda todo lo que hizo el anterior. Esas políticas pendulares, de las que lamentablemente estamos acostumbrados, hacen de la Argentina un país no creíble en el contexto mundial y, a los argentinos, seres cubiertos de amianto subidos al péndulo sin saber qué hacer más que sujetarnos fuerte para no caernos.

¿Qué necesitamos para generar un pacto de consensos básicos? Líderes generosos que miren más allá de su propio ombligo para proyectar la grandeza del país. Cuando llegan al poder, nuestros políticos se instalan para gobernar a acólitos. ¿Cuán lejos estamos de tener estadistas con una mirada de largo plazo y una visión de país que trascienda su propio gobierno? Le dejo al lector la respuesta, yo no la tengo.

En 1939, Ortega y Gasset visitaba la Argentina por segunda vez. En esa visita, entre otras cosas, dictó una conferencia en la ciudad de La Plata. Allí pronunció por primera vez aquella frase que se volvería célebre: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas, directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva…”

Argentinos a las cosas, dijo Ortega. Ojalá, pronto, aparezcan líderes, mientras más mejor, con ganas de debatir el futuro, un futuro mejor para todos.