En los medios

Clarin.com
31/05/21

El camino a la equidistancia: aprendizajes del sudeste asiático

El profesor de la Especialización, la Maestría y el Doctorado en Estudios Internacionales analizó la relación de la Argentina con Estados Unidos y China.

Por Bernabé Malacalza


Ilustración: Mariano Vior

En estas páginas, se ha suscitado un muy necesario debate en torno a la política exterior de la Argentina a partir de una nota que publicó Juan Tokatlian (10/2), en la que sugiere desplegar, frente a Estados Unidos y China, la diplomacia de equidistancia, entendida como un modelo ideal. El concepto de equidistancia no se refiere a una distancia exacta entre dos puntos, sino a una perspectiva ecléctica no atada a dogmas determinados, que evite tanto el alineamiento incondicional como la confrontación directa.

¿Es posible alcanzar un ideal de combinación de cooperación y autoprotección en las relaciones de la Argentina con Estados Unidos y China? ¿De qué manera el país puede aprovechar las oportunidades del compromiso mientras simultáneamente se mitigan los riesgos de la dependencia excesiva con cada potencia? En ésta como en tantas otras disciplinas, la fuente de aprendizaje político y técnico proviene del milenario Oriente.

Los académicos asiáticos llevan décadas investigando el fenómeno de cómo las potencias medianas lidian simultáneamente con grandes potencias. Según el académico malayo Cheng-Chwee, la equidistancia es como la cobertura de una póliza de seguros atractiva que maximiza rentabilidad y provee contingencia de riesgo.

Su caso de estudio es Malasia durante el gobierno de Najib Razak (2009-2018), líder que construyó relaciones bilaterales sólidas con Estados Unidos y China sin apartarse de una postura autonómica que preservara sus intereses vitales.

Cheng-Chwee sostiene que una política exterior de equidistancia requiere la existencia de tres condiciones: la ausencia de una amenaza inmediata (que podría obligar a un estado a aliarse con un poder para protección); la ausencia de cualquier línea divisoria ideológica (que pudiera dividir rígidamente a los estados en bloques); y la ausencia de una rivalidad total entre las grandes potencias.

Esas tres condiciones están al momento presentes para el caso de la Argentina. El país está emplazado en la zona de paz del Atlántico Sur, las divisiones ideológicas entre estados no son tan rígidas, y hay una rivalidad interdependiente y cooperativa entre las potencias (aunque es probable que la rivalidad se exacerbe y el desacople económico se acelere).

Entonces podrían aprovecharse las cinco claves propuestas por Cheng-Chwee para calibrar la equidistancia: pragmatismo económico, compromiso vinculante, participación limitada, negación de dominio y contención indirecta.

La primera se refiere a la búsqueda de maximizar las ganancias económicas de los vínculos comerciales y de inversión directos con las grandes potencias, independientemente de los problemas políticos entre ellas. Con el tiempo, esto permitiría mejorar los vínculos socioeconómicos y cimentar un compromiso más estrecho con burocracias y empresas.

En temas de resolución de crisis de deuda y financiamiento, infraestructura física y digital, industria y transferencia tecnológica, es fundamental mantener el pragmatismo económico, eludiendo posibles imposiciones de agendas de seguridad nacional y la sobreideologización de los vínculos económicos.

La segunda clave se basa en la capacidad de neutralizar interferencias de las grandes potencias en la política regional. El objetivo es modificar las decisiones políticas de las potencias vinculándolas a plataformas bilaterales y multilaterales institucionalizadas cuando sea necesario.

Frente a divisiones rígidas que se intentan proclamar en la región entre democracias y autocracias (los “amigos de Maduro”), la Argentina puede ofrecer una mirada multilateral y constructiva a la recuperación del pleno funcionamiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y al fomento del diálogo y el acuerdo para una eventual reconciliación y solución duradera de la tragedia humanitaria venezolana.

La tercera clave se enfoca en el desarrollo de asociaciones con las grandes potencias a través de la coordinación de políticas en temas selectivos. La participación limitada busca evitar alineamientos militares y preservar la autonomía en la toma de decisiones.

En temas como lucha contra el cambio climático, transición energética, gobernanza multilateral sanitaria, liberalización de patentes de vacunas, y trabajo en el G20 para la resolución de la crisis global, es necesaria la colaboración con las potencias.

La cuarta involucra el desarrollo de diplomática colectiva con socios regionales para la negación de dominio de una hegemonía en un área en particular. La presencia militar de Estados Unidos en Colombia, Brasil, Ecuador y Paraguay con el pretexto la «guerra contra las drogas», la delicada competencia geopolítica con China y Rusia en torno a Venezuela, la presencia ilegal de varias potencias y buques pesqueros en el espacio marítimo del Atlántico Sur, el rearme de Reino Unido en las islas Malvinas, o una eventual batalla que podría librarse entre las potencias por los recursos naturales en la Antártida, requieren estar preparados y alertas en los entornos terrestres, marítimos y aéreos.

La quinta implica que la Argentina forje una cooperación en defensa y mejore sus capacidades y recursos para hacer frente a incertidumbres difusas. Se necesitan fuerzas armadas modernas, equipadas y abiertas a la innovación tecnológica para la defensa de los recursos naturales tanto del océano como de la Antártida.

La contención indirecta se realiza por medio de la disuasión y el control efectivo de espacios y accesos. El equipamiento y la modernización argentina en cooperación con Brasil y Chile promoverá la confianza entre socios.

Estas cinco claves, aunque distintas entre sí, son necesarias para aproximarse al tipo ideal de equidistancia. Las miradas dogmáticas señalan que frente a la disputa Estados Unidos-China es demasiado tarde y no queda margen para pivotear o actuar asertivamente.

Para evitar este tipo de profecías autocumplidas a la Armageddon, hay que aprender de las enseñanzas que deja el Sudeste Asiático: el alineamiento no sólo es riesgoso y costoso, acentúa la dependencia y, con ella, la declinación relativa nacional y regional.

Bernabé Malacalza es investigador CONICET, profesor en UNQ y UTDT.