En los medios

Clarín
23/05/21

La representación política en cuestión, del Norte al Sur

El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia analizó los tres retos que afrontan las democracias latinoamericanas.

Por Natalio R. Botana


Ilustración: Mariano Vior

Siempre se dijo que la democracia en los Estados Unidos contrastaba con nuestras democracias al sur del continente americano que parecían condenadas, según palabras de Carlos Pellegrini en 1906, por la sucesión de “opresiones y revoluciones, abusos y anarquías”.

Al cabo de un largo siglo, sólo en parte ha cambiado para bien este estereotipo ya que, salvo pocas excepciones, persisten varios aspectos de aquel cuadro. Así, nuestras democracias sobreviven hoy bajo el impacto de tres grandes retos. Primero, la pandemia que nos azota; segundo, los legados de las desigualdades, las rebeliones sociales y la voluntad de ejercer hegemónicamente el poder; tercero, la mutación tecnológica con la irrupción en la esfera pública de las redes sociales.

Sin embargo, la pintura de estos contrastes debe destacar la inverosímil circunstancia de una crisis política en el centro de la democracia en América. ¿Quién hubiese imaginado la invasión de una turba al Congreso de los Estados Unidos, azuzada por el presidente en funciones, para impedir que se proclamara una fórmula ganadora en buena ley bajo el supuesto de que se había cometido fraude? Aún así, lo inconcebible ocurrió mientras el argumento del fraude permanece vivo en una porción importante del electorado estadounidense.

A simple vista este malestar se debe a la intrusión de Trump quien no descansa, luego de la derrota que juzga falsa, para arrastrar con esa consigna al partido Republicano.

A su vez, esta perturbación puso de manifiesto una de las reglas de oro del populismo, lamentablemente vigente entre nosotros, según la cual con la mayoría de votos a su favor el Poder Ejecutivo puede modificar a su antojo la división de poderes, los frenos y contrapesos, previsto por una constitución. Prueba de ello es la ofensiva en esta semana tendiente a modificar los dos tercios necesarios para designar en nuestro Senado al Jefe de los fiscales.

Volviendo a los Estados Unidos, la victoria de Biden y sus primeros 100 días han puesto las cosas en su lugar con el empeño audaz de combatir la pandemia y de poner en marcha políticas distributivas en una sociedad aquejada por desigualdades y por el encono de minorías enfrentadas. Veremos si lo logra a partir del dato positivo que a corto plazo ofrece un espectacular crecimiento económico con presiones inflacionarias.

Pero la cuestión a resolver va más allá y toca el nervio sensible del régimen democrático, vale decir, la relación que se establece entre la participación ciudadana y su representación en la forma de cargos legislativos y ejecutivos.

Cuando este vínculo padece cortocircuitos, la historia nos enseña que las sociedades pueden inclinarse hacia la autocracia o soportar el disloque de una dispersión de opiniones no mediada por partidos estables.

Si bien el desafío de Trump adopta rasgos autocráticos, su popularidad arraiga en la disconformidad de ciudadanos que antes no se sentían representados. Tales son las graves falencias que igualmente aquejan a la política latinoamericana.

Hoy la región oscila entre, por un lado, el ascenso de nuevos autócratas o de populismos a medio hacer y, por otro, la declinación de partidos establecidos que comprueban cómo su espacio de representación es ocupado por grupos formados intempestivamente al calor de la triple crisis que señalamos más arriba.

En esta marejada de lo imprevisto emergen candidatos independientes; su éxito en las recientes elecciones de convencionales constituyentes en Chile es otro ejemplo de la rapidez de estos cambios. A no dudarlo, las rebeliones sociales previas a la pandemia fueron el caldo de cultivo de esos resultados electorales (conflictos que, por cierto, se han disparado en Colombia). Al estallido de la sociedad corresponde pues el temblor del régimen representativo.

Tan incierto como estos fenómenos es el populismo a medio hacer de Brasil y Argentina. En el Brasil de Bolsonaro, no se ha cancelado la expectativa de alternancia ni la competitividad.

Tampoco esa expectativa ha sido abolida en Argentina en donde además tenemos el antecedente positivo, después del predominio del matrimonio Kirchner, de que hubo una alternancia en 2015 y, cuatro años más tarde, el retorno al poder de una coalición que ha unificado a las corrientes peronistas con crecientes tensiones internas y el debilitamiento de la autoridad presidencial.

Empero, si admitimos que el populismo es un proceso con diferentes grados y proyecciones, la incertidumbre mayor que depara este régimen es la derrota, inconcebible para el sentimiento hegemónico, o en sentido contrario su involución hacia nuevas formas de autoritarismo electivo. En este filo de la navaja están instaladas las elecciones de medio término de este año.

Como decíamos en esta página el mes pasado, a la incertidumbre reinante se le inyecta el miedo recíproco del Gobierno y de la oposición: unos temen perder el poder que, por definición populista, les corresponde en permanencia; los otros temen la deriva autoritaria.

A ello se suma un tercer miedo que incluso nos emparenta con los Estados Unidos: el temor al fraude (real o ficticio para embarrar los comicios) y a la manipulación electoral.

Deberíamos atender a la manipulación electoral en tanto puede llegar al extremo de suprimir las PASO con la excusa de la pandemia, concentrando el acto comicial en una única elección a fin de año con ley de lemas.

Pese a posibles acuerdos, que siempre son bienvenidos si se cumplen, aún no está dicha en este trance la última palabra. Aquello que parece intrincado para la ciudadanía en general no lo es tanto si advertimos que estas leyes electorales rigen en los distritos hegemónicos de Santa Cruz y Formosa.

De este modo se está jugando con el último resguardo sin el cual la democracia marcha hacia el ocaso: la transparencia del voto.

Parece increíble el plantear estas cosas cuando el flagelo de la pandemia y el descalabro de la economía exigirán concertación en torno a políticas de fondo y respeto irrestricto a las reglas electorales.

Natalio R. Botana es politólogo e historiador. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella


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