En los medios

Clarín
23/04/21

El cierre de escuelas no afecta la curva de contagios

La profesora de las Licenciaturas en Ciencia Política y Gobierno y en Estudios Internacionales escribió sobre la relación entre el cierre de las escuelas y la cantidad de casos de coronavirus.

Por Guadalupe Rojo


Ilustración: Mariano Vior

Frente al aumento brusco de casos, el cierre de escuelas podría incluirse dentro de un plan integral, pero de tratarse de una medida aislada su efecto en la curva de contagios será nulo. A continuación se detallan cuatro puntos a ser considerados por los tomadores de decisiones: (1) temporalidad; (2) límite que plantean las preferencias en la aplicación de políticas públicas; (3) falacia del encierro; (4) priorización.

En primer lugar, cerrar escuelas al inicio del ciclo lectivo (y con clima templado) no es tan frecuente en otros países. Por ejemplo, Italia y Francia plantearon cierres temporales de algunas semanas entre invierno y primavera.

En noviembre en Quebec todavía no se había decidido el cierre aún con 25% de burbujas aisladas (comparativamente en CABA hoy es menos del 2%). Luego, no podemos compararnos con países que tuvieron (tienen) cierres temporales y contabilizan el doble de semanas de presencialidad que nuestro país. El punto de partida es radicalmente opuesto en pérdida de aprendizaje y salud mental.

En segundo lugar, en Argentina hoy no parece tarea sencilla convencer a los adultos que hay que restringirse. Nadie parece dispuesto a ceder su pequeña porción de libertad recuperada y los niveles de pobreza hablan por sí solos en cuanto a los que no pueden dejar de movilizarse por necesidad.

Pareciera que el cierre de escuelas es menos costoso económicamente (en el corto plazo) o por lo menos lo único posible en un contexto de resistencia al confinamiento. El problema es que esta vez la política encuentra límites en las preferencias y decisiones de la ciudadanía.

Los mismos adultos cansados de sacrificios son los “"mapadres"” que tienen que coordinar el cuidado de sus hijos para trabajar y/o no están dispuestos a dejarlos encerrados mientras ven los bares repletos.

En tercer lugar: la falacia del encierro. En 2021 cerrar escuelas no es sinónimo de encerrar a los NNyA, sino del aumento de circulación en plazas, espacios cerrados, sin barbijos ni protocolos y de la reaparición de abuelos y otros cuidadores.

Aún si fuera cierto que la presencialidad aumenta la circulación en transporte esa ganancia se perdería por los arreglos informales, soluciones temporales y precarias que encuentran los "mapadres" especialmente a medida que baja la edad de sus hijos.

En cuarto lugar, vale recordar ejemplos internacionales de segmentación y priorización de los más pequeños. No sólo los niveles de contagio son sustantivamente más bajos para los menores de 10 años, sino que la presencialidad adquiere mayor importancia con los de menor autonomía para aprender (y por organización familiar).

En esa línea, Dinamarca y Países Bajos, entre otros, han priorizado primero nivel inicial y luego los primeros años de primaria, incluso en contextos de estricto confinamiento.

Finalmente, la estrategia de recortar presencialidad está muy lejos de ser costo-efectiva. Hemos detallado hasta el cansancio los daños, hay consenso absoluto. Sobre efectividad, existen estudios cuasi-experimentales que buscan identificar el efecto marginal del cierre sobre la curva de contagios.

Aunque no suele evaluarse como una medida aislada, sin mayores restricciones al movimiento de los adultos (porque rara vez lo es). El año pasado, Hans Kluge (OMS) sugería que el cierre de las escuelas no es efectivo para mitigar la pandemia.

Imaginemos entonces qué impacto estadístico puede tener en una Argentina 2021 donde el confinamiento parece imposible de implementar. Pero acá estamos de nuevo, buscando las llaves cerca del farol, sabiendo que no están ahí.

Guadalupe Rojo es Doctora en Ciencia Política, investigadora CEDH-Udesa, profesora en UTDT.


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