En los medios

Clarín
17/04/21

Todas las reformas que la Reforma Luterana inició

El profesor de los Posgrados en Historia analizó el libro La Reforma protestante desde el margen, que reúne trabajos de distintos investigadores.

Por Luis Alberto Romero


Eisleben, Alemania. Una representación de Martín Lutero como traductor de la Biblia. El monumento del profesor Rudolf Siemering (1835-1905) fue construido en 1883 para el 400 aniversario del natalicio del Dr. Martin Luther en el mercado de su ciudad natal de Eisleben. Foto: HENDRIK SCHMIDT/dpa

La división religiosa iniciada hace 500 años por Martín Lutero penetró hondamente en todos los ámbitos de la sociedad occidental, donde la Iglesia y la religión impregnaban cada aspecto de la vida. Las grandes interpretaciones de otrora –las de M. Weber, L. Febvre o Ch. Hill, por mencionar algunas–, fueron dejando paso al estudio circunstanciado de una enorme variedad de problemas. Algunos de ellos se analizan en los trabajos reunidos en el volumen La Reforma protestante desde el margen, surgidos de unas Jornadas conmemorativas realizadas en Buenos Aires en 2017.

La intensa inquietud religiosa del siglo XVI se manifestó en las numerosas traducciones de la Biblia latina, que siguieron a la inicial de Lutero. Las estimuló tanto el interés de los reformistas por la lectura directa de las Escrituras como la facilidad que daba la novedosa imprenta de tipos móviles. Estas traducciones –nueve a fines del siglo XVI– marcaron las nacientes diferencias confesionales, que en el campo protestante dividían a los seguidores de Lutero, Calvino, Zwinglio o del anabaptismo. Las cuestiones controversiales entre las distintas ramas protestantes se manifiestan en frases y términos usados en algunos fragmentos clave. En el “Dios te salve María, llena eres de gracia” –por ejemplo– las palabras elegidas definen sutilmente las diferentes interpretaciones sobre las cuestiones de la Gracia y de la salvación por la fe o por las obras.

El Monumento Internacional de la Reforma, generalmente conocido como Muro de los Reformadores, se encuentra en Ginebra, Suiza.

El Monumento Internacional de la Reforma, generalmente conocido como Muro de los Reformadores, se encuentra en Ginebra, Suiza.

Las consecuencias políticas de la división religiosa fueron enormes. La primera guerra religiosa arrasó el Imperio Germánico hasta que en 1555 la paz de Augsburgo instauró el principio de cuius regio eius religio (“a tal rey o príncipe, tal religión”). La pretendida homogeneidad religiosa en cada uno de los muchos estados del Imperio provocó reacciones variadas. Así, en las comunas urbanas de los cantones suizos, las viejas tradiciones de impronta republicana se robustecieron con el nuevo principio protestante de la libertad de conciencia. No se acataba la autoridad del príncipe. Pero tampoco era fácil recurrir al tradicional método de la votación, que llevaría a la emigración de los derrotados. De modo que las comunas comenzaron a explorar caminos políticos alternativos, muy diferentes del absolutismo que empezaba a ser hegemónico en Europa.

Otra situación singular se dio en las colonias francesas de Canadá, donde convivían hugonotes y católicos. Al amparo de la tolerancia establecida en 1598 por el Edicto de Nantes, los dirigentes de las colonias pudieron subordinar las diferencias confesionales a las necesidades políticas prácticas, que exigían la coexistencia. Las cosas cambiaron con la injerencia de los jesuitas, que criticaron la heterodoxa mixtura, así como los sospechosos bautismos de aborígenes realizados por protestantes. Con el giro católico de la monarquía francesa, en las colonias canadienses se rompieron los acuerdos y los hugonotes se apartaron, lo que llevó al debilitamiento y posterior fracaso de la empresa colonizadora canadiense.

Del lado católico, los efectos políticos de la división religiosa también fueron importantes. La Contrarreforma impulsó la unidad de la fe en las monarquías católicas, que avanzaban hacia el absolutismo. En España, dónde existía una importante minoría de moriscos, la monarquía resolvió expulsarlos masivamente en 1609. No existió para ellos la alternativa de la conversión, que se había admitido en 1492 cuando se expulsó a los judíos. Esta vez la decisión no fue bendecida por el Papado, pues la monarquía había puesto en cuestión un principio dogmático tradicional del catolicismo: la eficacia del bautismo, que concede al converso la gracia divina.

En su justificación de la cacería de brujas –muy común en los siglos XVI y XVII–, la “razón de Estado” fue esgrimida por Jean Bodin, uno de los principales teorizadores del nuevo absolutismo. Por entonces, las manifestaciones brujeriles solían considerarse obra del Anticristo, cuya llegada había sino anunciada por el Apocalipsis. Bodin sostuvo que Satán no era el enemigo de Dios sino uno de sus muchos inescrutables instrumentos. Las “brujas” debían ser exterminadas, pero porque amenazaban la potestad monárquica y el orden social.

En el mundo que permanecería católico, en el siglo XVI hubo incipientes tendencias reformistas, presentes en el mensaje de virulentos predicadores populares. En Italia aparece en obras teológicas y también, de manera sutil, en algunos textos en lengua “macarrónica”, una combinación del latín con los dialectos populares, muy adecuada para la tradicional sátira eclesiástica. En las sucesivas versiones de un poema heroico “macarrónico” del siglo XVI, publicadas entre 1517 y 1552, se advierte la presencia creciente de los temas típicos de la Reforma protestante, como la afirmación de la potencia de la fe, expuesta en la línea salvífica optimista que caracterizó al reformismo italiano.

Luis Alberto Romero es historiador y ha dictado clases en diversas universidades argentinas, además de su labor como investigador del Conicet. Foto: Fernando de la Orden.

Luis Alberto Romero es historiador y ha dictado clases en diversas universidades argentinas, además de su labor como investigador del Conicet. Foto: Fernando de la Orden.

Este volumen testimonia el vigor de la investigación sobre temas europeos desarrollada en las universidades argentinas, y especialmente la Universidad de Buenos Aires, donde Ángel Castellán y luego José Emilio Burucúa impulsaron una notable tarea formativa. Hace apenas medio siglo, estos estudios solo atraían a un reducido y casi exótico grupo de historiadores. Hoy, Internet facilita una tarea otrora compleja. Los trabajos reunidos en este volumen tienen una calidad equiparable a la del resto del mundo. Pero además, la investigación desarrollada “desde los márgenes”, como la argentina, aporta una mirada distanciada y una enriquecedora perspectiva de conjunto, frecuentemente diluida en el trabajo erudito del “centro”.

La Reforma protestante desde el margen
Santiago F. Peña, Constanza Cavallero, Ismael del Olmo, Carolina Losada (Editores)
Sb editorial
220 págs.
​$ 1.090


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