En los medios

Clarín
17/03/21

La ciencia y una verdad no tan cierta

Marcelo Rabossi, profesor de los posgrados en Educación de la Escuela de Gobierno, analizó la evolución del presupuesto estatal destinado a la ciencia y la tecnología.

Por Marcelo Rabossi


Ilustración: Daniel Roldán

En sus orígenes, la ciencia fundamentaba sus principios a partir de la razón. Haciendo uso de tal lógica, Aristóteles consideraba que una piedra más pesada caería más rápidamente que una de menor tamaño.

En esa física no matematizable, a partir de la cual se derivan conceptos y afirmaciones, no había lugar para la prueba. Lo empírico, en este caso arrojar las dos piedras en caída libre para probar lo dicho, no era considerado como una opción.

Cerca de dos mil años pasarían para que Galileo Galilei, astrónomo y matemático toscano nacido en 1564, demostrara, sobre la base de la observación, que las dos piedras arrojadas de manera hipotética por Aristóteles llegaban al suelo en un mismo momento.

Fue este un período clave en el desarrollo de las ciencias modernas. De alguna manera en la Europa de fines del Siglo XVI se quebraba el molde de la ciencia aristotélica.

En su discurso de inauguración del período de sesiones del Congreso, el presidente Alberto Fernández manifestó que la inversión en ciencia e innovación es crucial para recuperar el crecimiento, lo que es verdad.

Paso seguido, dijo que comparado con 2019, en el corriente año más que se duplicarán los recursos destinados al sector científico. Si bien es cierto, lo dicho esconde parte importante de la verdad. En definitiva, fue una afirmación de tipo aristotélica, una carente del rigor que imponen las matemáticas y la observación.

Yendo directamente a los hechos, a lo mensurable para poner lo expresado en su justa dimensión, la inflación durante dicho período, datos del INDEC, más que se duplicó. Así, en términos reales, lo que se invierte en el sector de ciencia y tecnología no estaría aumentando.

Por otro lado y aún más importante, los costos en las ciencias, principalmente las médicas y las exactas y naturales, se encuentran altamente dolarizados por la necesidad de importar insumos fundamentales para su desarrollo.

Desde principios de 2019 hasta el día de hoy, la divisa norteamericana en el mercado oficial creció más del 160%. En definitiva, basándonos en la lógica de Galileo, es decir, observando los hechos, los recursos destinados a ciencia y tecnología no solo no habrán aumentado sino que se encuentran en valores absolutamente insignificantes si es que se pretende que la ciencia sea el motor del crecimiento.

El escaso valor que le damos a la ciencia, más allá del discurso político, no es un fenómeno nuevo sino uno de larga data. Podría decirse que la ciencia argentina comienza su declinación en 1966 cuando se decide destruir el aparato científico y expulsar a gran parte de sus investigadores, a palazos, en la fatídica “Noche de los Bastones Largos”.

Asimismo, tampoco fue prioridad para la administración de Cambiemos. Digamos, pareciera que la nimia importancia que se le otorga trasciende los colores ideológicos partidarios.

Para continuar con cifras, actualmente se invierte apenas 0,5% del PBI en ciencia y tecnología, lo que es un monto sencillamente insignificante si aspiramos a ser algo más que meros actores de reparto en una comedia de segundo orden.

Los países que sí han crecido sobre la base de innovación tecnológica, como Alemania, Corea del Sur e Israel, por ejemplo, destinan en promedio cerca o más del 3% del PBI en avanzar la ciencia.

Por otro lado, y para justipreciar el valor que se le da en las agendas públicas y la prioridad que se le otorga desde lo estratégico, establezcamos una comparación.

Como consecuencia de mantener congeladas las tarifas energéticas, inclusive para los sectores de mayores ingresos, en parte producto de la voracidad por ganar una elección de medio término –si hay crisis mejor que no se note tanto-, se proyecta que en 2021, según datos del Instituto Argentino de Energía (IAE), el Tesoro Nacional deberá transferir a las empresas un monto equivalente al 1,7% del PBI.

Esto es más de tres veces de lo que invertimos en ciencia y tecnología. Evidentemente, cada país elige en dónde gastar o invertir sus recursos y de allí su destino.

Dada la actual situación, no es difícil darse cuenta de que en términos de crecimiento y desarrollo, Argentina deambula sin rumbo. En 2012 el país se detuvo luego de la inercia del muy favorable contexto internacional -léase precio de la soja- que la ayudo a salir de la crisis pos-convertibilidad.

Sin plan ni estrategia de desarrollo, con gran parte de sus universidades disociadas del mercado de trabajo y un aparato productivo con escaso contacto con el polo científico, no extraña que hayamos atravesado 6 recesiones económicas en los últimos 9 años. Un record mundial.

Mientras tanto, hoy observamos a un poder ejecutivo obsesionado en su pelea cuerpo a cuerpo con la oposición y la Justicia, en donde pone en duda no solo los derechos de propiedad sino el concepto republicano de división de poderes, lo que deja en evidencia que, más allá del discurso, la inversión en ciencia no es una real prioridad. Y sin ciencia y equilibrio de poderes, solo recogeremos pobreza y sometimiento.

Marcelo Rabossi es Doctor en Educación. Profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno la Universidad Torcuato Di Tella.


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