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Diario Perfil
26/12/20

Por una universidad plural

El profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno escribió sobre el futuro de las universidades en el mundo pospandemia.

Por Marcelo Rabossi



El 20 de marzo el Gobierno dispuso el “aislamiento social, preventivo y obligatorio” para toda la población. Dentro de ese panorama de casi total parálisis, la educación sufrió un enorme impacto. Claro que la magnitud estuvo en relación con el nivel educativo en cuestión. Así, el gran mazazo lo reciben las escuelas, consecuencia de la irracionalidad de mantenerlas completamente cerradas durante un año. Según la Dra. Claudia Romero, investigadora de la Universidad Di Tella, al retirarse el Estado de la provisión y financiamiento del servicio, operó una suerte de privatización del sistema. El acceso quedó librado a la suerte de cada familia, en donde las de mayores ingresos y capital cultural “compraron” una educación de mejor calidad. De esta manera, las asimetrías de conocimiento se profundizaron aún más.

Mientras tanto la universidad, con idas y vueltas, se fue acomodando a la nueva realidad. A partir de una batalla destructiva impuesta por la naturaleza, se extrajeron lecciones. La disputa entre lo presencial y lo remoto quedó saldada. Así, en el futuro convivirán y se complementarán. La dosis óptima que integre lo virtual con lo presencial será aquella que logre solucionar al menos dos de los grandes problemas que se presentan: la falta de equidad en el acceso y las altas tasas de deserción durante el primer año. Por cada diez alumnos del 20% más rico de la población que estudian en la universidad, logran acceder solo dos del primer quintil de la distribución del ingreso. Asimismo, casi cuatro de cada diez estudiantes abandonan la universidad antes de finalizar el segundo cuatrimestre, la mayoría pertenecientes al estrato más vulnerable de la sociedad. 

Más allá de resolver los mencionados problemas, la universidad deberá adecuar los programas de estudio de las ciencias aplicadas, las exactas y naturales. El objetivo, acercarlas aún más al sector de la producción y lograr una real transferencia de los conocimientos generados. Argentina necesita modernizarse. Sin embargo, como el mundo de la economía real, el de las fábricas, empresas y talleres, no es ajeno al universo intelectual de las ciencias humanas y sociales, es necesario que nuestros futuros sociólogos, economistas, filósofos e historiadores, por ejemplo, se formen para debatir los futuros escenarios. Ocurre que nuestra clase política y parte de la academia continúa enredándose en discusiones propias de una realidad que dejó de existir. Si los déficits fiscales generan o no mayor inflación, mercado interno vs. externo, inversión nacional vs. extranjera, son todas cuestiones que las sociedades modernas han saldado. 

Pero una rama del llamado progresismo argentino sigue abrazada a políticas meramente distribucionistas-mercado internistas que por sí solas probaron su inconsistencia. Con origen en el primer peronismo, aún deslumbran a sectores de gran influencia del actual gobierno. Sin embargo, y parafraseando a Pablo Gerchunoff, producto de su propio agotamiento, cayeron en desuso en 1948 a tres años de su puesta en práctica. Sus cultores parecen ignorar que el propio Perón las desplazó a partir de principios de 1949. Así, se le abrió las puertas al capital extranjero, se puso el acento en las exportaciones, a la inversión y la economía nuevamente a rodar. En definitiva, el peronismo no cayó por su política económica sino porque “su autoritarismo creciente se había vuelto loco”, como nos recuerda Gerchunoff. 

Hoy, viendo las trabas impuestas a la inversión privada, la batería de impuestos que ahoga al sector productivo, una economía de espaldas al mundo más la obstinación en redistribuir una riqueza que ya no existe, se insiste en poner en práctica un libreto desactualizado y en desuso. Como posible “remedio”, en el otro extremo surge un ala neoliberal meramente conservadora, detenida en la década del 1930, que busca solucionar deficiencias actuales teniendo como norte un pasado comercial que ya no existe. Es la misma que desmerece la intervención pública aun ante las fallas naturales de un mercado que no permite la producción y justa distribución de bienes sociales como la educación. 

Ante estas dos miradas que se repelen desde lo ideológico, pero que se aúnan en su insistente mirada hacia el pasado, la universidad necesita renovarse para producir el conocimiento que nos permita librar las modernas batallas que propone la 4ta. Revolución Industrial, aquellas que hoy impulsan a las economías más industrializadas del mundo. Asimismo, la universidad debe constituirse en un verdadero espacio plural, tolerante y ético que destierre mitos de manera científica y probada, alejada de la política partidaria. En ese ambiente deberá formarse nuestra futura clase política, empresarial, científica e intelectual, una que sea capaz de dar discusiones informadas que nos vuelvan a poner en el sendero del crecimiento. Solo así lograremos una real distribución de la riqueza en forma de bienes sociales de calidad, sobre todo para los más necesitados. Este es mi deseo para el país, la educación y para el nuevo año que ya está por comenzar. 

*Doctor en Educación. Profesor del Área de Educación en la Escuela de Gobierno, Universidad Torcuato Di Tella.


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