En los medios

Clarín
22/12/20

La ciencia, en el debate sobre el aborto

El profesor de la Escuela de Derecho opinó sobre los límites de la ciencia para extraer conclusiones normativas, morales o jurídicas en relación al debate por el aborto.

Por Eduardo Rivera López


Vior

Uno de los principales argumentos que ofrecen quienes se oponen a la legalización del aborto voluntario en la Argentina es el que apela a la ciencia, y más específicamente a la biología. Lo hemos escuchado reiteradamente en el debate público que tuvo lugar hace dos años y hoy vuelve a aparecer con fuerza.

El argumento es, muy resumidamente, el siguiente: de acuerdo con la ciencia moderna (en este caso, la biología), la concepción (es decir, la fecundación del óvulo por un espermatozoide de nuestra especie) es el instante en el que se genera un nuevo ser humano individual, irrepetible genéticamente y separado de sus progenitores.

Ese ser humano, al igual que cualquier otro, posee un derecho a la vida que prevalece sobre cualquier otro menos importante, especialmente el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo. El aborto (es decir, la eliminación de ese individuo humano no nacido) es, por lo tanto, equivalente a un homicidio injustificable.

Dado el prestigio que posee la ciencia en nuestros días (merecido, en mi opinión), el argumento parece convincente: no es el dogma religioso o la creencia arbitraria, sino la ciencia laica y racional la que nos lleva a la conclusión de que el aborto es matar a un ser humano.

Sin embargo, el argumento comete un error conceptual grave y elemental. Por más respeto y admiración que tengamos por los logros científicos, hay cosas que la ciencia nunca podrá ofrecernos. No porque no haya avanzado lo suficiente, sino por la clase de actividad intelectual que es la ciencia. Una de las cosas que nunca podrá ofrecer la ciencia es la capacidad de extraer, sin más, a partir de sus hipótesis o de sus hallazgos, conclusiones normativas, morales o jurídicas.

No se trata, insisto, de que la ciencia sea buena o mala, avanzada o primitiva. Se trata de una cuestión conceptual: la ciencia describe y explica el mundo a través de hipótesis causales. De ellas no podemos inferir, sin cometer la famosa “falacia naturalista”, conclusiones de tipo normativo o moral, por ejemplo, acerca del valor de algo o acerca de la corrección o incorrección de una conducta.

Teniendo en cuenta esta distinción básica, podemos ver que, cuando se dice que la ciencia “demostró” que, en el momento de la concepción, aparece un “ser humano” individual nuevo, estamos frente a una afirmación profundamente ambigua. Porque, en realidad, lo que la ciencia (la biología) hace es una descripción y una explicación causal de un proceso biológico, dentro del cual la fecundación es una etapa más. Es cierto que en el momento de la fecundación se produce la singamia, que es la conformación de un genoma diferente del de los progenitores.

Si deseamos llamar a esta nueva célula embrionaria “ser humano” podemos hacerlo sin inconveniente (después de todo, los términos son convenciones lingüísticas), pero debemos tener muy presente que en ese término (“ser humano”) no está presente (desde el punto de vista científico) ninguna connotación moral, ni la posesión (o no posesión) de ningún derecho, ni ningún otro elemento valorativo.

Sólo indica la pertenencia a una especie biológica como cualquier otra. Si, en cambio, al llamar “ser humano” al embrión estamos connotando algo así como “persona con un derecho a la vida”, entonces estamos cometiendo la denunciada falacia: la ciencia nunca podrá establecer, por sí misma, cuándo algo es una persona (normativamente hablando) o no.

Una vez aclarado este punto fundamental, viene la reflexión filosófico-moral acerca de si ese embrión de nuestra especie posee un derecho a la vida o no, y a partir de qué momento creemos que lo posee. Estas son preguntas totalmente diferentes, para las cuales sin duda la información ofrecida por la ciencia puede ser muy relevante, pero nunca suficiente ni definitoria. No es la ciencia la que las va a responder.

Para determinar si el embrión humano posee un derecho a la vida, debemos primero hacernos otras preguntas, tales como: ¿qué es lo que hace que una entidad biológica posea un estatus moral suficiente como para que le otorguemos un derecho a la vida? ¿Es la mera pertenencia a una especie biológica suficiente para que ello ocurra?

Muchos piensan (yo incluido) que no lo es, sino que es necesario un mínimo grado de desarrollo embrionario para que ello ocurra. O que la personalidad moral (y jurídica) no se adquiere instantáneamente, sino que es gradual. O que es necesario, por ejemplo, que algunos mínimos indicios de actividad mental comiencen a desarrollarse para que tenga sentido otorgar un derecho a la vida.

Por supuesto, todo esto es discutible y no es mi intención internarme en un debate filosóficamente arduo y complejo. Mi objetivo aquí es contribuir a esclarecer un único punto: la apelación a la ciencia nunca puede ser el argumento fundamental para decidir si debemos o no permitir, moral o jurídicamente, la interrupción voluntaria del embarazo. Que esto estuviera claro para todos, cualquiera sea nuestra posición, sería ya un progreso enorme en la discusión pública sobre el tema.


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