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8/10/20

La carga emocional de interactuar con el Estado

La profesora de la Escuela de Gobierno describió cómo impacta emocionalmente en los ciudadanos su interacción con la burocracia estatal, en un texto que integra el libro Pospandemia, una compilación de 53 ensayos con propuestas de especialistas en diversas áreas editado por el CEPE.

Por Mariana Chudnovksy


FOTO DE ARCHIVO. Una mujer usando una mascarilla por el coronavirus (COVID-19) camina frente al palacio presidencial de la Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina. 21 de mayo de 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

Existe mucho escrito sobre las barreras administrativas de acceso al Estado. Acá quiero escribir sobre otras barreras: las emocionales. Converso de manera informal con varias personas y les pregunto acerca de qué emociones les genera tener que hacer trámites. Para todos es algo que se debe “enfrentar”. Parece que salimos “a la guerra” y, claro, sentimos angustia. Trato de adentrarme un poco más y pregunto en qué consiste esa angustia. ¿Es miedo a fallar? ¿Es consecuencia de malas experiencias pasadas con el Estado? ¿Es miedo al maltrato? ¿A la espera? ¿Es la sensación de estar en falta con el “poder supremo”? ¿Qué es? Claro, hay de todo un poco. Pero, además, descubro que también existe algo parecido a una ética de los trámites. Nos da culpa. Estar en falta con un trámite es como estar en falta con la modernidad. Y quizás, incluso, con la adultez en el sentido más sociológico del término.

¿Qué sucede, ahora, con la pandemia? ¿Cómo se vive esa relación con el Estado? La economía se achica y se debilita. Estamos en nuestras casas esperando que la ciencia nos rescate del confinamiento. El recurso de salir al mercado se hace más difícil y, en ese contexto, los reflectores se posan sobre el Estado. Lo necesitamos, pero también nos molesta interactuar con él. ¿Qué cambios podemos generar a futuro para modificar esto?

Para la sociología clásica, una sociedad moderna debía ser una sociedad racional, el lugar de las emociones era muy marginal. De hecho, una sociedad moderna debía ser cada vez más disciplinada con relación a las emociones, y la máxima expresión de ese éxito se plasmaría en el Estado.

Sin embargo, parece que ese orden racional, en su máxima expresión, en lugar de poner nuestra mente a funcionar, nos causa emociones. Y de las negativas. Ya los filósofos de diferentes tradiciones trataron de clasificar las emociones humanas: Aristóteles sostenía que existían quince emociones básicas; Descartes listó seis; Hume, solo dos; Spinoza mencionó tres, y Hobbes, siete. Bueno, con relación a los trámites, parece que hay, al menos, tres (emociones compartidas): angustia, miedo y culpa.

Pienso, entonces, que esas emociones que vivimos, de manera individual, como traumas propios, al ser compartidas por tantos, tienen que tener una raíz común. Es decir, social. Eso implica proveer una perspectiva relacional al análisis de la angustia que provocan los trámites y también sugiere la existencia de una ética de los trámites, que traslada la falla en el vínculo entre ciudadanos y Estado hacia los primeros porque siempre “falta un papel”. Es uno el que fracasa.

El tema es que las emociones conectan a los agentes (a nosotros, pues) con la estructura social. La vergüenza y la culpa son emociones morales, ya que implican aprobación o desaprobación. Nos sentimos desaprobados por el Estado. En cada trámite que hacemos enfrentamos y anticipamos la posibilidad de la falla y del absurdo. Y eso da miedo, frustración y culpa: estamos en falta porque no sabemos jugar ese juego. Y ese juego no tiene reglas claras y te somete a condiciones cambiantes e impredecibles. No se me ocurre mayor indicador de la existencia de una relación de poder. El Estado no tiene nada que perder. Nosotros, todo. Hay algo de la experiencia emocional colectiva en la que es necesario ahondar para poder mejorar la experiencia del Estado. La pandemia lo torna evidente porque, ahora, es aún más difícil “resolver” ese vínculo. No podemos ir y hablar con alguien para que nos rescate o rogarle que nos facilite la experiencia. Nos sentimos aún más solos y con más angustia. Esto tiene que cambiar.

La autora es profesora investigadora de la División de Administración Pública Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), investigadora asociada del CEPE UTDT y participará de la charla “Una oportunidad para repensar el Estado” que se transmitirá en vivo por el cana del YouTube de la Universidad Torcuato Di Tella hoy a las 18h.

Este artículo es un extracto del libro Pospandemia: 53 políticas para el mundo que viene, publicado por el Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE) de la Universidad Torcuato Di Tella.