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La Nación
23/09/20

Coronavirus en la Argentina: claves para una vuelta a la escuela sin grieta

El profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno e investigador asociado del CEPE evaluó las condiciones para volver a las clases presenciales en las escuelas.

Por Mariano Narodowski



"El gobierno de la Ciudad quiere que los alumnos se enfermen" o "el gobierno nacional quiere alumnos ignorantes". Esos son bufidos que no ayudan a comprender el regreso a las escuelas. Vamos por otro lado.

Todos deseamos que las escuelas reabran y que los docentes y los alumnos vuelvan a la educación presencial. Nadie sabe, con precisión, cuándo ni cómo.

La vuelta urge para reestablecer una comunidad basada en el conocimiento y reparar la exclusión, los déficits de aprendizaje y los daños emocionales de los chicos después de seis meses de encierro involuntario en condiciones familiares, habitacionales y sanitarias que distan mucho de ser ideales en un país con la mitad de los menores de 17 años en la pobreza.

Esperar una vacuna efectiva y aplicada universalmente en el corto tiempo no está mal como último recurso. ¿Podemos antes dar pasos de regreso a las escuelas? La respuesta requiere de un consenso sanitario que nos guíe para tomar las mejores decisiones. Ese consenso hoy no existe por lo que me atrevo a proyectar algunos escenarios a partir de lo que sabemos.

En América Latina, sólo Nicaragua tiene clases "normales", dado que nunca las suspendió. Uruguay tiene una apertura alternada no obligatoria y en el resto, hay cierres masivos con enclaves rurales o de pequeños pueblos en los que hay clases, como en la Argentina.

La comparación con Europa se hace difícil. No solo porque sus economías más prósperas generaron un sistema educativo con más recursos, sino porque la reapertura de escuelas se dio en un contexto de remisión de contagios. En la Argentina, esto estaría sucediendo en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) pero, de nuevo, la mirada epidemiológica nos devuelve más dudas que certezas acerca de cómo proceder.

Otra clave con los modelos exitosos de manejo de la pandemia en Europa es que allí no existen megalópolis como las latinoamericanas: enormes ciudades caracterizadas por el hacinamiento y la saturación urbana. Por ejemplo, la vuelta a la escuela en el AMBA implica el desplazamiento de tres millones y medio de alumnos, 220.000 docentes, más personal no docente, más padres y madres: la mitad de la población de toda Suecia. Y eso sin contar a los universitarios.

Además de los problemas de transporte (y la falta de transporte escolar gratuito), a diferencia de los escuelas francesas o alemanas, muchos de nuestros establecimientos sufren falta de agua potable, cloacas, retretes y lavatorios adecuados. Suponer allí una presencia constante de kilos de jabón, metros de toallas descartables o litros de alcohol en gel indica desconocer la realidad de la educación argentina. El caso de algunas de las regiones españolas ha sido elocuente: la vuelta presumió recursos que no existen y, en un contexto de rebrote de contagios, el panorama está signado por la desorganización y la decepción.

Algo parecido ocurre con la linda idea de organizar clases en espacios públicos. En nuestras ciudades cada vez tenemos menos espacios verdes y su entorno suele presentarse deteriorado, con problemas de higiene y riesgos de inseguridad. Además, hay que ponderar cuestiones de responsabilidad civil de las escuelas que difícilmente los seguros cubran en una calle o una plaza. Esto no invalida la idea, sino que expone sus mejores posibilidades.

Este panorama cifrado por la falta de certidumbre epidemiológica debería reforzar el empeño para que el deseo de volver a la escuela se cumpla con herramientas sanitarias y educacionales precisas, rigurosas y transparentes. Padres, madres, docentes y alumnos necesitan del Estado un horizonte de certeza con indicadores objetivos, sencillos de entender y que se expresen en un cronograma. Y, para eso, está la política, bajo la condición de que el conflicto político sea asintomático. Grieta, en esto no.

Lo primero es priorizar la educación, lo que es lo mismo que decir que los chicos y las chicas son la prioridad. No es fácil, porque la educación no lo era antes del Covid-19, pero el virus podría abrir un camino de consenso. Para eso, necesitamos instituciones con capacidad de programar, implementar, evaluar y volver a decidir. Esa institución hoy es el Consejo Federal de Educación, en el que están representadas por los ministros y las ministras del área las 24 provincias y el gobierno nacional. Hace unos meses decidieron, por unanimidad, un mecanismo para la vuelta a la escuela. Puede que no sea la mejor manera -estoy casi seguro de eso-, pero es la que acordaron. Es tiempo de usarla a fondo, de modo permanente, propositivo y creativo, generando consensos y aprendiendo de la experiencia de los demás, sin lugar para operaciones, "jugaditas" y chicanas. Priorizamos o erramos

Para esto, es imprescindible sacarle todo atributo de virilidad a la política y entender que, en este momento, no solo es sensato, sino recomendable volver en algunos criterios y decisiones y que eso no signifique pagar costos políticos y que los adversarios y los medios acusen de improvisar. Sin certezas, avanzar es saber retroceder.

La prioridad es más recursos. Recursos financieros y organizacionales enfocados en quienes más los precisan. Tal vez, sea necesario darle mayor protagonismo a municipios y escuelas dado que ellos, más que ninguno, son los que conocen el territorio y saben de sus peculiaridades

Pasito, pasito y evaluación, consultando con pedagogos, estudiantes, familias y docentes, ampliando las posibilidades de la realidad. No forma parte de las épicas actuales y no es fácil, lo sé. Pero es el camino más efectivo.


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