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La Nacion.com
2/09/20

Invertir en ciencia y tecnología, o seguir en el sendero del fracaso y la pobreza

El profesor investigador del Área de Educación de la Escuela de Gobierno repasó la evolución histórica de la ciencia argentina y explicó su importancia para el desarrollo del país.

Por Marcelo Rabossi



Si liberarse del atraso significa poner proa hacia el mar de la modernidad, hace décadas que la Argentina ronda por aguas del desconcierto. Mientras se traza un nuevo plan de navegación cada cuatro años, el capitán de turno exclama: "¡tierra a la vista!". Y las pruebas. a la vista. Desde 1961 a 2019, Argentina es el país del planeta que acumula la mayor cantidad de períodos de recesión. Durante ese lapso contamos 23 años de caída del PBI, superando inclusive a países como Haití, Burundi y Zambia, nación en la cual más del 40% de su población es analfabeta.

Pero no fue siempre así. A partir de la batalla de Pavón decidimos surcar el mar de la esperanza. En 1872 se crea la Sociedad Científica Argentina y así la ciencia se involucra en el desarrollo del país. En 1905 se funda la Universidad Nacional de La Plata. Comprometida con la producción científica en las áreas de exactas y naturales, contrata a Emil Bose, un alemán doctorado en Göttingen que dirigirá el primer Instituto de Física del país. Se incorpora luego a William Hussey, astrónomo norteamericano encargado de dirigir el Observatorio de Astronomía. Era la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, una nación en búsqueda de los mejores talentos internacionales. Se creía en la ciencia como base fundamental para el desarrollo sostenido del país.

Sin embargo, la ciencia comienza a ser cuestionada y así tuvo sus listas negras. En 1943 el futuro premio Nobel Bernardo Houssay es dejado cesante de la Universidad de Buenos Aires. En 1946 se intervienen las universidades y se separa de sus cargos a más de 500 profesores. Todo un síntoma que evidencia que la política partidaria dictará el rumbo a seguir. Sin embargo, el golpe de gracia llega en 1966, durante la dictadura del general Onganía. En la fatídica "Noche de los bastones largos", más de 300 científicos son expulsados a golpes de palo y sus equipos de investigación desmembrados. De ese golpe a la modernidad aún no hemos despertado.

Si bien a partir de 2003 se duplica la cantidad de investigadores pertenecientes al Conicet, aunque de manera desordenada, no se traza un verdadero plan de desarrollo científico que integre la investigación de base con el aparato productivo. No se lo hizo ni durante el kirchnerismo, como tampoco en la administración Cambiemos, con el agravante de que en este caso se desfinanció un poco más el ya desfinanciado sector de ciencia y tecnología.

Hoy vemos que la prioridad pasa por reformar una y otra vez la justicia, mientras se coquetea con una nueva Constitución. Mientras tanto, frente a este escenario político que contempla necesidades secundarias con ribetes de frivolidad, la pobreza se sigue acumulando. Si creemos que solo a través del asistencialismo del Estado saldremos del pozo recesivo en el cual encallamos desde hace ya 10 años, la caída no conocerá fondo. Invertimos solo 16% del PBI, lo que significa que el aparato productivo se vuelve cada día más obsoleto. Asimismo, solo se destina un 0,6% al sector de Ciencia y Tecnología, monto que apenas permite que cada tanto aplaudamos logros aislados pero que de poco sirven. Si no aumentamos estos porcentajes, estimulamos la inversión privada, formamos capital humano acorde a una sociedad moderna y desarrollamos un plan que integre la investigación de base con la innovación industrial, continuaremos, como durante gran parte de nuestra historia, exportando el cuero para luego importar las botas que usaremos para seguir deambulando por el sendero del fracaso, la desilusión y la pobreza.

Profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno Universidad Torcuato Di Tella