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29/07/20

Debilidades

El profesor emérito del Dpto. de Estudios Históricos y Sociales analizó las diferencias políticas entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.

Por Pablo Gerchunoff


De modo que Cristina Fernández no clavará el aguijón en sentido estricto, pero su debilidad política de origen y las iniciativas a las que esa debilidad la obligan acentúan la debilidad política del Presidente, porque le impiden transmitir una visión nítida, si es que la tiene, de su propuesta para la nación. Y si es así, dos debilidades no hacen una fortaleza.

Gobernar es para Alberto Fernández negociar, como lo demostró en el mencionado conflicto con el campo. En una entrevista del 17 de julio de 2018 contestó: “De la 125 aprendí que cuando uno va por todo es probable que se quede sin nada”, en referencia a la resolución que originó el conflicto agrario. Si Alberto Fernández es la razón de gobierno, con sus necesarios zigzagueos y su condimento de ambigüedad, la repetida confirmación de que “Cristina es Cristina” es un peso creciente sobre la rana que nada, no porque busque deliberadamente destruirlo, sino porque inevitablemente ella tiene su propia razón.

La razón presidencial, apuntando a la negociación y al consenso –una de sus palabras favoritas, vecina de los “denominadores comunes” del ex presidente Raúl Alfonsín–, encontró espacio para expandirse y ganar una notable popularidad con ese trueno en cielo sereno que fue la pandemia de Covid-19.

Sería un error pensar que eso le dio un sentido a su gobierno. El sentido del gobierno de Alberto Fernández todavía no lo sabemos. Y mucho menos lo sabemos al momento de auscultar la inmensa amenaza de crisis económica que se cierne en el horizonte. Sobre Alberto, Cristina y la crisis económica diremos, tentativamente, unas pocas palabras finales. Quizá contribuyan a echar un poco de luz adicional sobre nuestro argumento.

Hay una asimetría. Cristina no gobierna, quien gobierna es Alberto y él es quien rendirá cuenta de sus actos y de sus firmas en el despacho. Se dice con frecuencia que quien gobierna es ella, pero eso es en el mejor de los casos una conjetura y en el peor, propaganda política.

El bosquejo que se podía hacer de Alberto Fernández al comando de la economía era el de un hombre preocupado por la cuestión fiscal, por la negociación de una “deuda heredada”, por la escasez de dólares, por la inflación y por el futuro de la industria. En síntesis, un peronista prudente y proteccionista, como tantos. No había razones para que la razón de Alberto discrepara de la razón de Cristina, que puso su propio ingrediente con el impuesto a la riqueza.

Dos agendas. Las dos agendas implican el tránsito por un campo minado, no por el campo florido de la felicidad popular. Y son agendas que implican una economía más abierta y menos estatal, eso que revuelve las entrañas de la tradición peronista y remueve su arquitectura original. ¿Podrá Alberto Fernández incorporarlas como parte de su razón de gobernante, incluso dando marcha atrás de algunas de sus decisiones originales? Y más importante: ¿podrá la razón de la jefa radicalizada “dejar hacer”, esperando con paciencia una oportunidad política que puede no llegar nunca? Dice Fernando Henrique Cardoso que cuando esperamos lo inevitable ocurre lo inesperado, pero si tengo que imaginar una Cristina para las coyunturas críticas que vienen, acuden a mi mente dos figuras: una es la Cristina de las iniciativas huracanadas que trastocan el mapa político y que, por la propia naturaleza de su poder, perturban al gobierno y lo desvían de su complicada rutina; la segunda figura, si se me permite la analogía literaria, es el Antonio Conselheiro de La guerra del fin del mundo, la mejor novela de Mario Vargas Llosa, ese Antonio Conselheiro que encabezó una guerra heroica contra los poderosos en defensa de los principios del Buen Jesús. Cualquiera sea la Cristina que nos depare el futuro, nada será fácil para el gobierno de Alberto Fernández.