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Clarin.com
29/05/20

Coronavirus y el auge de la hipervigilancia social: ¿qué pasa con las libertades individuales?

Martín Hevia, decano de la Escuela de Derecho, opinó sobre los riesgos de que las empresas tecnológicas controlen nuestros datos personales sensibles.

Por Pablo Calvo


El panóptico digital. Nos geolocaliza la vida. (Ilustración: SAEL).

Algún día podremos volver a pararnos frente a La Gioconda. Ella, que no tiene cejas ni pestañas, nos va a mirar todo el tiempo, estemos a un metro de su nariz, en cuclillas o seis pasos hacia un costado. Nos va a seguir con sus ojos igual que las cámaras que controlan el Museo del Louvre, adonde podremos entrar previo a ser apuntados con una pistola que nos tomará la fiebre, pasar por un detector de explosivos y no usar flash cuando activemos un celular que nos viene marcando los pasos desde que salimos del aeropuerto Charles de Gaulle, donde escanearon nuestro pasaporte y, se puede imaginar, controlaron el código QR de nuestra libreta sanitaria actualizada con las últimas vacunas.

Las calles de París ya sabrán de nuestra presencia, porque las cámaras de reconocimiento facial ya habrán confirmado nuestros rasgos y las ciberpatrullas ya habrán chequeado que no tenemos intenciones de matar a Ángel Di María ni de volver a incendiar la catedral de Notre Dame. Apenas queremos pararnos un ratito frente a la Mona Lisa.

Pero, claro, estamos hipervigilados. Si llegara a levantarse un nuevo Mayo Francés, los monitores oficiales registrarían la gestación de cada marcha de protesta, las compañías telefónicas tendrán la capacidad de determinar quiénes están en cada barricada, con nombre, apellido, militancia política, club de fútbol y deuda impositiva; y los drones podrán seguirlos hasta sus escondites en Montparnasse.

El panóptico digital extendió su cobertura y amplió su penetración sobre la intimidad de las personas con la pandemia de coronavirus. Las aplicaciones dedicadas a atender la crisis sanitarias actuaron además como redes de pesca de datos personales “cornalitos”, mínimos pero que, sumados, permiten escanear el estado de salud, los contactos estrechos y los traslados de cada persona.

App Cuidar. Es obligatoria en la provincia de Buenos Aires y optativa en la Ciudad. (Foto: Nicolás Ríos).

App Cuidar. Es obligatoria en la provincia de Buenos Aires y optativa en la Ciudad. (Foto: Nicolás Ríos).

Si el Gobierno argentino tuvo que modificar aspectos de su plataforma sanitaria Cuidar fue, justamente, por esa tensión que se generaba con respecto al derecho a la privacidad y de circulación de los ciudadanos, afectados cuando aceptaban la letra chica de la primera versión de los términos y condiciones de esa plataforma, que daba permisos para salir de casa 48 horas, renovables a condición de medirse y confesar si tenían fiebre o no.

Como nunca antes en la Historia, se aceleró el paradigma de la vigilancia epidemiológica y del uso de las tecnologías para el seguimiento de las personas: se desarrollan a velocidad impensada aplicaciones invasivas para medir el distanciamiento social en las próximas fases de la lucha contra el Covid-19.

Sé tu temperatura. Pistolas especiales, en el hospital El Cruce, de Florencio Varela. (EFE).

Sé tu temperatura. Pistolas especiales, en el hospital El Cruce, de Florencio Varela. (EFE).

Los gobiernos están al comando y dominio de esa gran minería de datos volcados por los ciudadanos en sitios oficiales hasta cuando se gestionan permisos de circulación: hay que poner el número de celular, el documento de identidad, el domicilio, la temperatura corporal cada 48 horas.

En Europa, donde La Gioconda sufre de soledad, ya hay polémica por las apps para el rastreo de contagios. Y los funcionarios se entusiasman con el ciberpatrullaje en las redes. La biopolítica se ha instalado y surge la duda: ¿llegó para quedarse? ¿Quién ganará esta pulseada entre la libertad y la seguridad?

“Para enfrentarse al virus, los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten sólo los virólogos, sino también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologistas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas”, escribió para el diario El País de España el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, la mente brillante que anunció la llegada de la biopolítica para el control y vigilancia de los ciudadanos.

Dron sanitario. Rocía con desinfectante desde las alturas de una localidad china. (AFP).

Dron sanitario. Rocía con desinfectante desde las alturas de una localidad china. (AFP).

Otra es la del profesor y escritor español José María Lasalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas, que habla de la llegada de un Ciberleviatán, una revolución digital que derriba las conquistas de libertad de la Revolución Francesa y hace colapsar a la democracia tal como la conocemos en el mundo occidental.

“Damos click a las condiciones de uso sin fijarnos, sin leerlas, lo que potencia la voluntariedad de ser espiados, grabados, vigilados. El problema es que nos estamos acostumbrado a aceptar un entorno de panóptico y que nos vamos familiarizando con estructuras de control y vigilancia que nos envuelven y nos rodean, sin tener ya la sensación de que nos asfixien. Por tanto, las posibilidades de emancipación del hombre son menores. Y el margen para que la libertad pueda sobrevivir es menor”, respondió Lasalle al diario La Vanguardia.

Viva habló con dos pensadores argentinos que tienen miradas inteligentes sobre la cuestión.

Gonzalo Sarasqueta, investigador, profesor y coordinador académico del Posgrado en Comunicación Política de la Universidad Católica Argentina, postula que “en una democracia liberal como la nuestra, se espera que el Estado preserve nítidas las fronteras entre lo público y lo privado. Cuando recuperemos las libertades de circulación y reunión, también deberíamos recobrar el derecho a nuestra privacidad. ¿Cómo? Por ejemplo, a través de un proceso de anonimización de toda la información que se confeccionó sobre nosotros en este período excepcional. En otras palabras: encriptar los datos de todos los ciudadanos (la Unión Europea, con el Reglamento General de Protección de Datos, tiene este derecho desde el 2018). Este procedimiento tendría que ser abierto, claro y certificado por ciudadanos, especialistas y representantes de todo el arco político”.

El diálogo con este experto de la UCA siguió así:

-¿Es posible que se apliquen aquí las tecnologías de control social como en China o Corea del Sur?

En los últimos años, erradiqué la palabra “imposible” de mi vocabulario. La ficción se pisa con la realidad todos los días. Ahí están las series Years and years o Black Mirror para comprobarlo. Pero creo que hay dos limitantes de distinta naturaleza para que eso no suceda aquí. Una es politológica y la otra sociológica. La primera es de índole material-operativa: hasta hoy, la infraestructura y las capacidades estatales de la Argentina están muy lejos de las de países como Corea del Sur o China. En digitalización de la burocracia, innovación, agilidad y capilaridad territorial nos sacan años (o décadas) de ventaja. Y la segunda diferencia es social: nuestra cultura política es muy distinta a la oriental. Acá no hay un sentido de disciplina tan rígido y, además, tenemos un nivel de movilización social muy elevado en comparación a ellos. En el caso de China, habría que agregar la variable del régimen político: es una dictadura. Un sistema comunicacional asimétrico, donde la información circula sólo en sentido vertical ascendente: desde la ciudadanía al Estado. No hay rendición de cuentas. Esto facilita el control social.

Cámaras térmicas. En Ezeiza, se les toma la fiebre a los pasajeros, sin consentimiento. (Foto: Luciano Thieberger).

Cámaras térmicas. En Ezeiza, se les toma la fiebre a los pasajeros, sin consentimiento. (Foto: Luciano Thieberger).

-¿No invade nuestra privacidad que haya cámaras reconociendo nuestros rostros por las calles o tomándonos la fiebre en las estaciones?

-Sí, claro. Pero frente a la balanza entre libertad y seguridad, los ciudadanos parece que están eligiendo la segunda. El miedo a perder la vida es más fuerte que el temor a perder la autonomía. Ahí están los altos niveles de aprobación como prueba fehaciente. Exceptuando a Jair Bolsonaro, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, la imagen de la mayoría de los presidentes en Occidente creció entre marzo y abril. Llegaron a niveles estratosféricos de apoyo social. El problema es que no estamos ante una opinión pública, sino ante una emoción pública. En contextos extremos como éste, el sentido crítico es desplazado por el instinto de supervivencia. Habrá que observar cómo “aterrizan”, demoscópicamente hablando, en la recesión económica estos líderes, cuando el adversario ya no sea un virus, sino el desempleo.

-¿Cómo nos defendemos del ciberpatrullaje, defendido oficialmente con el argumento de medir el humor social o prevenir saqueos? ¿Es una amenaza a la libertad de opinar?

-Es que el panóptico digital sobrevuela nuestras democracias hace tiempo. Cambridge Analytica fue un indicio de esto. La diferencia con China es que en Occidente, en lugar del Partido Comunista, están las grandes empresas tecnológicas. Sin ningún permiso, estas plataformas succionan diariamente nuestra información y la utilizan con fines comerciales. Con el coronavirus, el problema se agudizó. ¿Por qué? Porque en varios países el Estado comenzó –supuestamente, con fines sanitarios– a realizar minería de datos. No a la escala de China, claro. Pero este proceso es sumamente peligroso porque el Estado es la última barrera de contención que tiene el ciudadano frente al capitalismo cognitivo. Sin leyes que resguarden nuestra privacidad, dependemos de la buena voluntad de las plataformas digitales. El Estado es el encargado de colocarle un marco legal a Internet.

-Y que un drone sobrevuele una protesta, ¿no es otra forma de controlar quién está ahí y quién no?

-Exacto. Las cámaras de seguridad que vemos todos los días en cada esquina, la tarjeta SUBE y el último DNI, por citar rápido otros ejemplos, también. El dilema es espinoso: ¿más seguridad o más libertad? El Ciberleviatán, como lo llama Lasalle, llegó hace rato. Cambian los dispositivos, pero la lógica es la misma. Internet sólo habilitó un sistema más sofisticado de vigilancia. Más tácito. Invisible. Un Gran Hermano tan silencioso como eficaz. De todos modos, la tecnología no es la culpable. La manipulación que hacemos nosotros del instrumento es lo que define si estamos ante una oportunidad o una amenaza. El problema es el verbo (el uso), no el sustantivo (la herramienta).

Bajo control. En las estaciones terminales de trenes de Francia se observa a cada pasajero desde las pantallas. (AFP).

Bajo control. En las estaciones terminales de trenes de Francia se observa a cada pasajero desde las pantallas. (AFP).

Martín Hevia es decano de la Escuela de Derecho de la Universidad Di Tella y presidente fundador de la Alianza para la Convención Marco en Salud Global, y ofrece una visión matizada.

Sobre el peligro de ir hacia un “tecnototalitarismo”, considera que “esta crisis en realidad también es una oportunidad para reforzar nuestros compromisos con los valores humanitarios y democráticos y para que podamos controlar desde la ciudadanía las decisiones de los gobiernos que nos afectan”.

A su juicio, la elección entre salud y derechos “es falsa”, porque “como dice Yuval Harari en una columna en el Financial Times, la Humanidad tendrá que optar por ir en una dirección o en la otra. El peligro es que pasemos del control sobre la piel al control en la piel o dentro del cuerpo, con chips y herramientas tecnológicas que puedan tener acceso a información acerca de nosotros y que los gobiernos puedan usar para controlarnos”.

El profesor Hevia recuerda que “ya estamos geolocalizados, aunque por las empresas tecnológicas, que tienen acceso a información desde nuestro celular sobre dónde estamos, a dónde vamos (el iPhone te avisa cuánto tardarías en llegar a un lugar al que vas habitualmente sin que se lo pidas). Ello no significa que estas compañías no cuiden esta información. Recientemente, en los Estados Unidos, Apple defendió su posición de no abrir iPhones con información sensible, aunque fuera de acusados de delitos y el presidente Donald Trump los atacó fuertemente por ello”.

“La diferencia es que, aunque no lo sepamos acabadamente, consentimos que estas empresas usen la tecnología. Las leyes de datos personales, como las argentinas, establecen restricciones al uso de la información sensible. En la medida que no haya consentimiento de nuestra parte, cuando está el Estado involucrado, es potencialmente una restricción al derecho a la privacidad. Para que haya restricciones, tienen que estar basadas en un objetivo legítimo y deben ser proporcionales al objetivo”, señala.

Hevia resalta que “¡no estamos en guerra!”, para exponer que el uso de narrativas bélicas durante la pandemia tiene segundas intenciones: “La metáfora militar apela a un lenguaje de la necesidad, que ofrece pocas opciones. Es curioso que los gobernantes más liberales también caigan en este lenguaje”.

La Gioconda en cuarentena. En una pared de Barcelona, con barbijo diiseñado por alguien que no es Da Vinci.(Europa Press).

La Gioconda en cuarentena. En una pared de Barcelona, con barbijo diiseñado por alguien que no es Da Vinci.(Europa Press).

Citó el caso del presidente francés, Emmanuel Macron, que pidió a su pueblo “un esfuerzo sin precedentes, que las circunstancias exigen”.

Para Hevia, “ese es un lenguaje que no empodera para actuar , sino que exige someterse a las decisiones del líder”.

El analista de la Universidad Di Tella considera que “es crucial el control institucional y democrático de las decisiones gubernamental. Las democracias liberales están desarrollando instrumentos legislativos para ejercer este control, que es legítimo y fundado en el respeto a los derechos. Australia, por ejemplo, ha tenido una discusión interesante e intensa acerca de este control. El papel de los tribunales es central, porque son los garantes de la protección de estos derechos”.

La Gioconda nos mira. Se pregunta si Silicon Valley, habitada por Apple, Facebook y Google, es la nueva Ginebra, donde la civilización se puso de acuerdo en las reglas del derecho internacional humanitario. No sabe si un algoritmo social terminará dominando cada uno de nuestros datos biométricos. O si hasta ella tendrá que refugiarse del panóptico, en una lata de dulce de batata.

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