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4/05/20

En tiempos de angustia e incertidumbre la religión puede funcionar como consuelo

El profesor visitante del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales analizó la importancia de las religiones en un mundo donde el 80% de la población se identifica con alguna creencia. En tiempos de pandemia, la fe y las plegarias parecen haber aumentado.

Por Iván Petrella


Religión FOTO: JACKSON DAVID / PIXABAY

La religión, o el sentimiento religioso, no se puede desligar del reconocimiento de nuestra mortalidad. Quizás eso sea lo que nos diferencia de otros animales: no el uso de herramientas (hasta los pulpos las usan), o el uso del lenguaje (los delfines y otros animales utilizan), ni de la razón (ver los chimpancés, por ejemplo), ni siquiera el acto de enterrar a nuestros muertos (los elefantes entierran y visitan las tumbas de sus familiares fallecidos). Lo que nos hace distintos, intrínsecamente humanos, es saber que vamos a morir. Por eso, sospecho, somos el único animal que se plantea la pregunta sobre el sentido total de nuestra existencia: ¿para que estoy acá? ¿A dónde voy? ¿Hay algo más que le otorga sentido a mi vida más allá de la cotidianeidad? Estas son las preguntas distintivas que hacen a nuestra humanidad. 

Estos interrogantes adquieren mayor urgencia e intensidad en tiempos de crisis como guerras, catástrofes naturales y pandemias. La economista Jeanet Sinding Bentzen acaba de mostrar en su trabajo “En tiempos de crisis, rezamos: religiosidad y Covid-19” que mayo tuvo el récord de búsqueda de la palabra “plegaria”, la mayor de los últimos cinco años. En tiempos de angustia e incertidumbre la religión puede funcionar como consuelo porque brinda las certezas que escasean. No importa cual sea—judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo o budismo para nombrar a las más conocidas—dan respuestas, anclan y otorgan estabilidad en un mundo que parece cada vez más inseguro y fuera de control.

En ese sentido, las religiones son como la filosofía antigua, en particular la greco-romana. Todas pintan un cuadro de nuestro lugar en el mundo, nuestra relación con otros, con nosotros mismos y el “universo” en general. Todas parten de la base que el ser humano se pierde en un día a día que lo distrae y por eso no le presta atención a lo importante, precisamente cultivar una relación con el bien absoluto y el significado total de la vida. No por nada Epicteto llamaba a su taller de filosofía una escuela para almas enfermas y Cicerón decía que la tarea de la filosofía era la de aprender a morir.

Yo no se si las creencias particulares de las religiones son verdaderas. Si uno las estudia desde una perspectiva académica va encontrar cientos de contradicciones, lagunas, y manchas de manos humanas. Al mismo tiempo, tampoco puedo asegurar que debajo de la construcción humana no se halla inspiración divina. Encuentro imposible reconciliar la cosmovisión de las religiones occidentales con las asiáticas—o vivimos solamente una vida donde se sella nuestro destino, o vivimos miles, millones, de reencarnaciones. Parecería que las dos no pueden ser verdad. O tal vez, como insinuó alguna vez el teólogo estadounidense Mark Heim, el universo es un lugar suficientemente rico para permitir “múltiples salvaciones”; el cristiano, al morir, tendría un “más allá”acorde a sus creencias y el budista acorde a las suyas. Como buen agnóstico, vivo en un mar de dudas. De lo que si estoy seguro es que en un mundo donde alrededor del ochenta porciento de la población se identifica con una religión es una obligación estudiarlas, ya que conocerlas no es ni más ni menos que conocer un rasgo distintivo de nuestra humanidad.

* Filósofo y autor de Dios en el siglo 21: judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo y budismo para creyentes, ateos, agnósticos, curiosos e indiferentes