En los medios

Clarín
2/02/20

¿Qué hay detrás del “Acuerdo del siglo” de Trump para Oriente Medio?

El profesor de Estudios Internacionales UTDT opinó sobre el acuerdo anunciado por Washington entre Israel y Palestina: "Abre no pocos interrogantes. Y uno se destaca: ¿cómo repercutirá esta decisión sobre el desorden internacional del siglo XXI?", se preguntó.

Por Carlos Pérez Llana


Ilustración: Mariano Vior.

Cuando la agenda del subconjunto estratégico que gira en torno a la ecuación “Corán y petróleo” parecía concentrarse en la fractura sunnitas árabes vs. chiítas iraníes, el anuncio en Washington del pomposamente llamado “Acuerdo del siglo”, entre Israel y Palestina, abre no pocos interrogantes. Y uno se destaca: ¿cómo repercutirá esta decisión sobre el desorden internacional del siglo XXI?

Ante todo, no es casual el momento. Los que presentaron el Plan se encuentran en campaña electoral y ambos están siendo juzgados. Trump enfrenta una acusación en el Congreso y Netanyahu está en manos de la Justicia.

Ambos pretenden reelegirse y están utilizando un conflicto histórico para ratificar la lealtad de sus bases electorales. En Washington el mensaje es para los grupos cristianos-reformistas, firmes aliados de Israel, y en Tel Aviv se busca evitar una derrota electoral con insoslayables implicancias procesales.

La clave de la propuesta es el endoso total de Trump a la estrategia israelí de los hechos consumados. En Washington se están demoliendo todos los parámetros respetados por las sucesivas administraciones republicanas y demócratas.

Al igual que lo sucedido con los territorios del Golán y con el reconocimiento de Jerusalén como capital única e indivisible, ahora la soberanía israelí sobre el Valle del Jordán queda consagrada. Una vez más el “método Trump” está vigente: la diplomacia multilateral, en este caso las Resoluciones del Consejo de la ONU, no sirve. Prima el bilateralismo y la fuerza.

El apuro electoral explica esta decisión. Las autoridades palestinas no estuvieron en Washington y desde El Cairo hasta las petro-monarquías, alineados con la Casa Blanca en la virtual guerra contra Irán, han rechazado el Plan. El sunnismo pro-americano razona binariamente: no se le puede entregar a Teherán un símbolo y en un contexto de masas juveniles pauperizadas, estos gobiernos saben que abandonando “la calle” están cediendo un espacio que seguramente será instrumentalizado por el islamismo político. Ayer fue Al Qaeda, luego el Estado Islámico, ahora bien podría estar en curso una nueva mutación dialéctica dentro del Islam político.

La volatilidad que generan estas realidades explica porque, en paralelo, Washington concibió un capítulo económico al “Plan de Paz”. Le tocó al yerno de Trump, J. Kushner, presentar en Bahrein una propuesta digna de “Las mil y una noches”. Decenas de millones de dólares en inversiones deberían lubricar el Acuerdo.

Todo hace pensar que se trata de una ficción. Los hechos hablan por sí mismos: sólo estuvo presente el Ministro de Finanzas de Arabia Saudita, los demás países árabes enviaron delegaciones de menor rango.

La paz social que supieron administrar estos gobiernos se apoyó en un petróleo caro y en un clero dócil que los legitimaba. Ese mundo ya no existe. Las nuevas generaciones reclaman cambios y esa lógica no distingue entre el liderazgo iraní y el rigorismo saudí. De manera que este Plan no puede contar con la ayuda de la renta petrolera y nada hace pensar que los grandes fondos de inversiones acepten los pedidos de la Casa Blanca.

Lo que muy probablemente ocurra es que la retirada cuasi-definitiva de los EE.UU del Medio Oriente, más allá de los resultados electorales americanos, le abra las puertas a los designios más ambiciosos que operan en la región. Nos referimos a las aspiraciones geopolíticas de Irán, Rusia y Turquía. Irán está atravesando una grave crisis económica y política.

No es suficiente huir hacia adelante amenazando con su proyecto nuclear. La expansión iraní se hace a costos altísimos, según algunos analistas-como G. Keppel- la cifra anual de ese proyecto rondaría en los diez mil millones de dólares. Es inviable la “ayuda” que Teherán distribuye desde Beirut hasta Yemen en el medio de las sanciones americanas. Adicionalmente se suman los gastos de una estructura asfixiante y omnipresente: la Guardia Revolucionaria. Por esas razones un escenario no es descartable: fin de la Teocracia y el poder a la Guardia. Pero esa transición autoritaria dejará a Teherán sin soft power en la región.

El “momento Rusia” es lo que más se destaca. Putin utilizó al Medio Oriente como la palanca de regreso al mundo como superpotencia. Sus éxitos están a la vista: Siria; relaciones con Israel -incluidos vínculos militares- ; alianza petrolera con los saudíes en torno al petróleo y “ayuda” a Irán, rechazando el embargo americano, mientras co-tutelan en Damasco.

Finalmente Turquía se ha convertido en un protagonista clave en la región. Al igual que Moscú que retorna a los años URSS, R. Erdogan desarrolla en el Mediterráneo y en Medio Oriente una política exterior basada en la historia: retorno del Otomanismo. Ocupando zonas sirias, Turquía logró mitigar las ambiciones kurdas y recientemente proyectó su influencia tratando de liderar la desarticulada red de la Hermandad Musulmana. Los vínculos Putin/Erdogan son complejos, a veces cooperan, a veces compiten.

Pero juegan juntos tratando de ocupar el vacío que dejan en esta convulsionada región la impotente Europa y el aislacionismo americano. Libia es un ejemplo de competencia, Moscú y Ankara apoyan a bandos distintos; Siria es un ejemplo de cooperación. Ambos coinciden en un punto: rehacer el mapa diseñado por Occidente en la post- Primera Guerra.