En los medios

La Nación
1/02/20

Inteligencia artificial. El futuro somos nosotros

"Podemos llegar a pensar que el futuro será el tiempo glorioso de la inteligencia artificial y, seguramente, así sea", opinó Hatum, profesor de la Escuela de Negocios, en una nota en La Nación. Aunque alertó que las compañías deben reflexionar sobre los tremendos cambios sociales, emocionales y psicológicos que acarreará la tecnología.

Por Andrés Hatum y Nicolás Isola


Crédito: Shutterstock

La cura del cáncer y de muchas otras enfermedades ve avances notables gracias a la detección temprana con inteligencia artificial (IA). Un robot humanoide artista llamado Ai-Da es capaz de pintar cuadros o componer poesía utilizando esta tecnología. Su primo hermano, Aiva, es el primer algoritmo de IA en haber sido reconocido como compositor por la sociedad francesa de autores musicales. Inspirada por grandes compositores, Aiva crea música clásica. Psiquiatras son ayudados por IA a mejorar la precisión del diagnóstico dentro y fuera de la consulta: con algoritmos se descompone el discurso del paciente en distintas métricas objetivas que ayudan a sustentar la evaluación.

En la gestión de talento empresarial, por ejemplo, la multinacional Unilever aplica la IA para el proceso de selección. Primero el candidato o candidata debe pasar unos 20 minutos jugando 12 juegos en la plataforma Pymetrics. Allí se analiza su habilidad de concentración, memoria, toma de riesgos e inteligencia emocional. Si sus resultados coinciden con el perfil requerido, pasa a la siguiente prueba. Entre otras cosas, los candidatos deben tener una entrevista con HireVue. La IA analiza variables como palabras clave, entonación y lenguaje corporal y envía un reporte con sus notas para los encargados del proceso de selección. Esta entrevista puede ser contestada desde un smartphone o una tablet. Cuando mediante inteligencia artificial ya se ha separado el trigo de la paja, es momento de incluir presencia humana en el proceso. Llegado este punto, se invita al candidato a una oficina de Unilever para pasar una jornada de trabajo. Al final del día, un gerente decide si es el más adecuado para el cargo. Buena parte del proceso no fue hecho por humanos.

La LA genera rechazo en muchos. La privacidad de los datos es uno de los asuntos más perturbadores; el otro es el miedo a la pérdida masiva de puestos de trabajo. La IA podría llegar a aumentar la desocupación no solo de los escalones jerárquicos más bajos, sino también de personas altamente formadas y profesionalizadas si sus funciones son reemplazables. Esa dinámica social podría tornarse angustiante: años de estudio, maestrías y doctorados, arrojados al desempleo. Un ejecutivo de una multinacional comenta irónicamente: “Espero estar muerto antes de interactuar con un robot”. Seguramente el nivel de asombro y rechazo estén empatados.

Las ciencias sociales y humanas pueden hacer mucho para ayudar a mirar de un modo holistico la LA, que dista de ser un asunto meramente tecnológico. Hay preguntas que podemos hacernos que están por fuera de los avances de los algoritmos y que se encuentran relacionadas con la capacidad de pensar más allá de lo programado, de sentir empatia, de considerar al otro como diferente, de buscar alternativas con escasos recursos y podríamos seguir. La LA precisa ser adobada en inquietudes filosóficas, sociológicas y psicológicas.

Surgen interrogantes. Por ejemplo, ¿en qué va a cambiar la LA nuestra formar de ser y hacer sociedad? ¿Cuáles serán las nuevas profesiones que surgirán? ¿Qué ocurrirá con aquellas posiciones y profesiones que caigan en desuso? ¿Aumentará o no la tasa de suicidio de quienes se sientan descartables e innecesarios? ¿Qué pasará con nuestro tiempo libre cuando las máquinas hagan muchas de las cosas que ahora hacemos nosotros? ¿Moriremos de tedio o aburrimiento? ¿Cambiará el modo en que elegimos qué estudiar? ¿Los adolescentes pasarán por una cierta decepción al ver que muchas de las carreras que sus padres y abuelos estudiaron ya no tienen ninguna salida laboral ni tampoco prestigio social? Ponerse a estudiar hoy significa no saber qué tipo de trabajo existirá cuando nos recibamos, ya que el avance de la LA lo está transformando todo. Un mundo de incertidumbre.

Si ya hoy nos aparecen publicidades de algo sobre lo que solo conversamos oralmente o nos llega un mail con un producto que justo estábamos deseando comprar, ¿en qué medida esos algoritmos nos podrán manipular, formándonos como personas o diciéndonos quiénes somos antes de que nosotros lo sepamos? ¿Qué lugar ocupará el autoconocimiento en esas sociedades cada vez más hipervigiladas del panóptico digital? ¿En qué medida la noción de tiempo, como lo señala el filósofo surcoreano Byung Chul Han, se irá desvaneciendo aún más para solo dar lugar al reino del instante, a la vida pendiendo y dependiendo de la selfie, y no del afecto de la vida?

Estas y muchas otras preguntas deberían empezar a escucharse en los pasillos de empresas de primer nivel que trabajan con LA y que aún no tienen sectores específicos que se pregunten por el mundo social del mañana. Interrogarse sobre cómo las emociones humanas y sociales cambiarán, sobre las decepciones y horizontes nuevos de sentido de la vida que se abrirán o cerrarán se torna crucial. Ya existen empresas que están contratando filósofos o antropólogos para entender el trabajo futuro. Porque el trabajo futuro no solo es un tema de cómo vamos a trabajar, sino cómo nos vamos a sentir en ese contexto. No sea cosa que los algoritmos sean maravillosos pero que los humanos estemos desmotivados y deprimidos.

Los estados y las organizaciones que reflexionen sobre los posibles escenarios sociales, hoy desconocidos, tendrán un mayor poder para ayudar a dar soluciones a los conflictos sociales que la innovación acelerada irá haciendo emerger.

En una reciente publicidad brasilera, un pequeño robot instalado en un departamento se acerca a una niña que está haciendo su tarea escolar y le avisa que hay mucho tráfico y que más tarde lloverá. La niña le pregunta al robot: “¿Cómo lo sabés?”. Él le responde como si fuera obvio: “¡Algoritmos!”. Sonriendo, laniñale pregunta: “Robot, ¿vos sos el futuro?”. Estupefacto, el robot la mira, se queda pensando y va recorriendo la ciudad de San Pablo, mirando a las personas: ve a un hombre que lleva en andas a un lisiado, a una madre indigente enseñándole a leer a su hijo, a un maratonista cargando a otro para llegar a la meta. Ya de noche, el robot piensa: “Ustedes creen que soy el futuro porque hago cosas increíbles, pero las cosas más increíbles son las humanas, esas que solo ustedes son capaces de hacer.”

Podemos llegar a pensar que el futuro será el tiempo glorioso de la inteligencia artificial y, seguramente, así sea. Es por ello que en las compañías debemos pararnos a pensar sobre los tremendos cambios sociales, emocionales y psicológicos que estos cambios traerán consigo.

Finalmente, el robot de la publicidad despierta a la niña, conmovido, y le dice feliz: “Lo descubrí, yo no soy el futuro, el futuro sos vos”.

Así es, el futuro sos vos.