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Clarín
27/01/20

Crimen de Villa Gesell: formas de la anomia

El profesor investigador de la Escuela de Derecho escribió sobre el crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, al que describió como la consecuencia de cuatro formas diferentes de la anomia: la juvenil, la nocturna, la deportiva y la moral. "Es tentador pensar que los problemas tienen una sola causa, porque así lucen más sencillos. No es este el caso, donde hay al menos cuatro expresiones anómicas que, cuando se superponen, producen resultados como el que estamos presenciando", precisó.

Por Ezequiel Spector

Fuente: Clarín - Crédito: Télam

La muerte de Fernando Báez Sosa a manos de varios agresores a la salida de un local bailable en Villa Gesell despertó, con razón, el máximo nivel de indignación en la opinión pública. Este crimen, aunque extremadamente grave, puede ser enmarcado en un patrón de comportamiento más general: la anomia y el desprecio a la ley, que no es más que el desprecio por los derechos del otro.

Esta tendencia general, por supuesto, incluye infracciones y delitos que, por ser menos serios, no tienen tanto impacto mediático. No obstante, éstos terminan siendo la antesala de lo que luego, en casos extremos como el de Villa Gesell, nos indigna tanto.

Sería muy simplista, no obstante, definir el crimen de Villa Gesell como una mera infracción a una ley. La complejidad de este hecho nos obliga a ir más allá. Mi tesis es que este crimen es la consecuencia de cuatro formas diferentes de anomia.

La primera es la “anomia juvenil”. En parte la generamos nosotros mismos, al tratar de niños a quienes, aunque adolescentes, ya son legalmente adultos. A los imputados en este hecho, por ejemplo, no corresponde llamarlos “chicos”, “pibes” o “jóvenes rugbiers”. Los agresores son hombres, mayores de edad, y como tales serán juzgados.

Esto debería aplicarse a todos los adolescentes mayores de edad y en todos los contextos: desde las calles hasta las universidades. Infantilizarlos no los ayuda, porque les envía el mensaje de que aún hay ciertos actos por los que no son responsables. Y luego se chocan con la realidad: legalmente hablando, la categoría de “joven” no existe, y son juzgados como cualquier adulto. Quizás, si dejáramos de infantilizar a los que no son infantes, podríamos contribuir a que los adolescentes mayores de edad se sientan, más que niños, ciudadanos responsables.

La segunda es la “anomia nocturna”. Se encuentra instalada la idea de que los locales bailables, recitales o fiestas electrónicas (y sus alrededores) funcionan con sus propios códigos y reglas, y que están exentos de las normas legales. Esta confusión la tienen los empresarios, los empleados y los clientes. Se traduce en hechos de diversa índole.

A modo de ejemplo, varios boliches discriminan e impiden la entrada a quienes no cumplen con estándares estéticos que van más allá del simple código de vestimenta. En general, a las personas no les preocupa, salvo que se vuelvan ellos mismos los discriminados. A veces, hay maltratos físicos por parte del personal de seguridad, deviniendo en hechos tremendamente violentos. Y, como fue el caso de Villa Gesell, no faltan aquellos que se sienten especiales y concurren al boliche preparados para algún enfrentamiento o pelea, que acaso les permita canalizar sus frustraciones personales.

La anomia nocturna se refleja también en otros comportamientos. Aunque las causas fueron diferentes, lo ocurrido en Cromañón, en la fiesta Time Warp y en el recital del Indio Solari en Olavarría son también ejemplos de cómo el desprecio por la ley es incluso mayor detrás del velo nocturno.

La tercera es la “anomia deportiva”. Las artes marciales, por ejemplo, incluyen explícitamente una ética de la autolimitación: fuera del cuadrilátero, la violencia no debe ejercerse, salvo en defensa propia. Ocurre algo similar con otras disciplinas como el krav magá, pensada inicialmente para fuerzas de seguridad, pero cada vez más popularizada entre la población civil. ¿Le falta al rugby una “filosofía de la responsabilidad” fuera de la cancha? Por supuesto, muchos rugbiers no la necesitan por haber recibido valores en otros entornos, como la familia o el colegio. Pero muchas veces eso no ocurre. Entonces, ¿debería el rugby incluir una doctrina que modere fuera de la cancha la agresividad que ese deporte, por su naturaleza, podría generar?

La comparación con el boxeo también es pertinente. Aunque hay casos famosos (y no famosos) de boxeadores delincuentes, en general este deporte ha servido para que, en los barrios, personas con agresividad guardada puedan liberarla sanamente con reglas bien definidas dentro del ring. Queda por analizar si en el rugby muchas veces no ocurre lo inverso: incorporan la agresividad con el deporte y luego la expresan en la vida cotidiana.

La cuarta es la “anomia moral”. En este sentido, conviene distinguir entre dos tipos de leyes: aquellas de pura creación legislativa y aquellas que recogen principios morales. Un ejemplo de la primera es la velocidad máxima al conducir: la moral no indica cuál debe ser; lo decide el Estado por razones prácticas de seguridad y organización de espacios públicos. Un ejemplo de la segunda es la prohibición del homicidio: la ley no inventa nada; simplemente hace valer principios morales preexistentes.

La anomia que exhibe el crimen de Villa Gesell no es, por ejemplo, la que le preocupaba al jurista Carlos Nino en su libro “Un país al margen de la ley”, pues allí él se refería, principalmente, a aquellas normas cuya violación produce resultados ineficientes y baja productividad. Aquí se trata de una anomia que va más allá del sistema legal. No simplemente infringe una disposición gubernamental, sino que viola estándares éticos mínimos, con una actitud que podría repugnar al más “anómico” de los ciudadanos. Es tentador pensar que los problemas tienen una sola causa, porque así lucen más sencillos. No es éste el caso, donde hay al menos cuatro expresiones anómicas que, cuando se superponen, producen resultados como el que estamos presenciando.


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