En los medios

The Dialogue
23/01/20

¿Están obteniendo demasiado poder los militares de América Latina?

Rut Diamint, profesora del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales, opinó en The Dialogue sobre el poderío militar en América Latina. "El retorno de los países a la democracia no ha garantizado los derechos económicos y sociales de los ciudadanos. Las reacciones autoritarias no vienen de la mano de los generales, sino de los propios gobiernos electos" dijo.

Por Rut Diamint


Fuente: New York Times

Durante el año pasado, los ejércitos latinoamericanos parecen haber asumido roles más visibles en la política y la seguridad doméstica de los países. En Bolivia, el respaldo militar del gobierno interino llevó al ex presidente Evo Morales a huir del país. En Venezuela, el apoyo de las fuerzas armadas al presidente Nicolás Maduro ha sido crucial para su poder de retención. Mientras tanto, los oficiales militares han asumido roles gubernamentales clave en Brasil bajo el presidente Jair Bolsonaro, y el ejército de México ha contratado en gran medida a la fuerza de seguridad de la Guardia Nacional del presidente Andrés Manuel López Obrador.

¿En qué medida ha cambiado recientemente el papel de los militares en los países latinoamericanos? ¿Es motivo de preocupación? ¿Qué similitudes y diferencias se pueden observar en comparación con su parte en la historia de la región? ¿Deberían limitarse las funciones de las fuerzas armadas a la defensa? ¿O pueden proporcionar valiosas contribuciones a algunos aspectos de la gobernanza?

Rut Diamint, profesora del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella, fue consultada para responder estas preguntas para The Dialogue:

 “Amid protests for rights, and against presidents’ shady management, the manipulation of elections and prevailing corruption, the armed forces have been reinstalled as a political arbitrator. Democracies painfully achieved at the end of the 20th century are collapsing, having failed to meet expectations. Countries’ return to democracy has not ensured citizens’ economic and social rights. Authoritarian reactions do not come at the hands of generals, but rather from the elected governments themselves. It is those governments that politicize the armed forces and militarize public order. The new domestic functions grant governments bargaining power before a society that is ambivalent, because it rejects military repression, but that demands greater protection. While assuming these new functions, the officersresume their relationship with the political power and build an advantageous relationship with the civilian population. They don’t tear down governments—they are their saviors. The use of military personnel to combat insecurity also entails the lack of the police forces’ professionalization. It is an unreasonable decision from the perspective of public spending and the general organization of state administration, since it overlaps tasks and doubles expenses. Finally, the armed forces, with their overwhelming coercive capabilities, are potentially a constant threat to the social order and stability. The military trains for combat and the annihilation of enemies, not to resolve conflicts or investigate crimes. Resorting to the military is the very denial of politics.”

Edición impresa: