En los medios

Revista Aulas y Andamios
1/12/19

Tecnología, empleo y educación: entre la distopía y la indiferencia

Desnaturalizar ideas arraigadas para profundizar los análisis sobre innovación tecnológica y situación del trabajo. Una propuesta estimulante de Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno y director académico del CEPE, para desandar los caminos que asocian al desarrollo tecnológico y el desempleo.

Por Eduardo Levy Yeyati
Impulsado por estimaciones tempranas con pronósticos alarmantes (Frey y Osborne, 2015, Banco Mundial, 2016), el debate del impacto de las nuevas tecnologías en el empleo y la distribución del ingreso laboral suele centrarse en el fantasma del desempleo tecnológico: la fantasía de un mundo de máquinas (duras y blandas) donde el trabajo humano en la producción de bienes y servicios es redundante. Esta prognosis atractiva y sombría se enfrenta al escepticismo de quienes minimizan los temores argumentando, en forma retrospectiva, que las tres revoluciones industriales previas crearon al menos tantos trabajos como destruyeron.


(Crédito: Stocksy)

Lejos de esta polarización, la evidencia sugiere que la revolución digital viene teniendo un impacto modesto en el número de ocupaciones “humanas” y en los agregados de empleo. Además, las estimaciones recientes de ocupaciones en peligro, basadas en estimar un “umbral crítico” de sustitución no de trabajos sino de tareas dentro de cada trabajo, llevan a porcentajes en riesgo mucho más bajos. Por ejemplo, un estudio de 2017 del McKinsey Global Institute encuentra que el 60 por ciento de las ocupaciones tiene al menos el 30 por ciento de tareas “sustituibles”; así, las ocupaciones pueden automatizarse parcialmente, pero no desaparecen. Finalmente, que una tarea sea automatizable no implica que sea automatizada: la adopción de tecnologías enfrenta barreras de rentabilidad, de amortización de las inversiones existentes y limitaciones legales, éticas y culturales difíciles de soslayar. Es imposible hacer predicciones del tipo “un X número de trabajos en la ocupación Y será reemplazado en Z años”.

Hay, sin embargo, algunos aspectos que cuestionan esta foto parcial.

Primero, puede ser que no hayamos visto nada todavía. La nueva revolución industrial no tiene que ver con el robot en sentido estricto, sino con la inteligencia artificial (IA): la nueva automatización no sustituye al músculo (algo que ocurre hace décadas), sino que compite (y a veces complementa) al cerebro: si bien la IA no construye “máquinas de Turing” con pensamiento autónomo, sí puede recombinar y estructurar el conocimiento humano más rápido que los humanos. Y dado que la IA está recién comenzando a dar sus frutos –y, como sucedió con la electricidad, puede demorar años en mostrar todo su impacto–es posible que la evidencia todavía no refleje su efecto en el empleo.

Segundo, el capital humano es en su mayoría intransferible entre ocupaciones. Pensar en el impacto de la tecnología en el total de horas trabajadas pasa por alto lo que creo es su incidencia más inmediata en el mercado laboral: la combinación de un cambio en la composición de la demanda (en relación con las habilidades, la edad, el género o los modos contractuales) y la transferibilidad limitada de habilidades y seniority, que se traduce en la coexistencia de un exceso de oferta de trabajadores desplazados en actividades automatizadas y un exceso de demanda en las nuevas ocupaciones que no se compensan entre sí. Una disrupción en el mercado laboral que, sobre todo en actividades digitales basadas en externalidades de red, puede profundizarse con una mayor concentración que a su vez deprima aún más los salarios, reduciendo la participación del trabajo en el producto.

Tercero, la mayoría de los análisis empíricos se basa en unas pocas economías desarrolladas. Es fácil advertir que los aspectos previamente citados son más relevantes en economías en desarrollo, donde la penetración de la tecnología es aún incipiente y la fuerza laboral es menos educada, y por ende menos transferible. Además, en ausencia de datos, las estimaciones de exposición laboral son más imprecisas por construcción –y en la Argentina los datos laborales son particularmente escasos. Las conclusiones e implicaciones de política que surgen del debate global sobre el futuro del trabajo en el mundo en desarrollo deben adaptarse a la realidad local.

Polarización, calificación y desigualdad: la disrupción detrás del agregado

El cambio tecnológico tiende a automatizar “tareas rutinarias” que siguen procedimientos que se pueden especificar en una serie de instrucciones. Como decía el matemático John von Neumann: “si me dices exactamente lo que una máquina no puede hacer, entonces siempre puedo hacer una máquina que hará exactamente eso”. Estas tareas de rutina son características de empleos de ingresos medios, tanto en ocupaciones manuales como administrativos. En cambio, la automatización enfrenta obstáculos para realizar tareas en entornos impredecibles y cuya ejecución no es fácilmente definible, lo que coincide tanto con trabajos de alta calificación como con tareas manuales poco rutinarias (como decía Michael Polanyi, “sabemos más de lo que podemos decir”: sabemos cómo ordenar un cuarto o hacer una gambeta, pero nos cuesta hacer un listado de la secuencia de acciones involucradas). De ahí la hipótesis de la polarización laboral, según la cual cae la demanda de empleos de calificación media, favoreciendo a los extremos.

Sin embargo, esta hipótesis subestima el impacto en la desigualdad salarial. El trabajador calificado desarrolla capacidades más complementarias con las nuevas tecnologías -lo que lo hace más productivo- y más transferibles -lo que lo hace más reconvertible a otras actividades y ocupaciones. Por su parte, el trabajador medio, menos convertible y sin posibilidades de competir por empleos de igual calificación, pero distintas competencias -y menos aún por posiciones de mayor calificación-, engrosa la oferta de trabajo en ocupación de menos complejidad, poniendo presión a los salarios bajos. Así, la caída relativa en el medio no se traduce en un aumento en los ingresos en ambos extremos, sino en aumento del ingreso relativo de los trabajadores calificados, contribuyendo a una mayor desigualdad salarial.

Por otra parte, esta desigualdad es más aguda en países como la Argentina donde la mano de obra es menos calificada y ya está sufriendo el efecto combinado de la caída de la demanda laboral en el sector de manufacturas y la falta de crecimiento del país. Si el presente demanda nuevas respuestas, el probable futuro las hace más urgentes.

Independientes: ¿positivos o negativos?

La especialización local del análisis también es necesaria cuando miramos el universo del cuentapropismo, el (crecientemente relevante) elefante en el salón de la discusión laboral. Los últimos números de la Argentina revelan que la mayoría de los pocos nuevos empleos son independientes: monotributistas, empleadas domésticas, trabajadores eventuales e informales. Esta tendencia combina debilidades propias (en particular, la incapacidad de crear empleos formales estables en el sector privado) con una tendencia gradual hacia el acortamiento de tareas y la multiplicidad de patrones que se manifiesta en nuevas modalidades laborales que, sin representación institucional, son desatendidas por las normas laborales existentes y sobreviven en los intersticios de la formalidad.

¿Cuánto hay de elección y cuánto de necesidad en la independencia del cuentapropista argentino? De nuevo, la mirada de país desarrollado y la falta de datos locales sesgan la respuesta. Un estudio realizado en 2016 por el McKinsey Global Institute, basado en 8000 entrevistas en países de altos ingresos (donde los países en desarrollo son relegados, precisamente, por la prevalencia de la informalidad) nos dice que alrededor del 70% de los trabajadores independientes lo son por elección -y que los independiente electivos son, en su mayoría, razonablemente felices. En base a nuestra EPH de 2017, el cociente de independientes voluntarios es similar: 71%. Pero ahí terminan las coincidencias: el porcentaje de cuentapropistas a tiempo completo (cuyo principal y, a menudo, único ingreso es no asalariado) es 82%, casi el doble del promedio reportado en el estudio de McKinsey.

Y el identikit de nuestros cuentapropistas precarizados de salarios bajos es más cercano al agricultor de subsistencia o al servicio doméstico que al programador o el diseñador free lance de alta calificación característico de las zonas urbanas de países industriales -o de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires.

En ambos casos, pero más aún en los de baja calificación, el trabajo independiente interpela el status quo laboral y su evolución histórica. Dado que los beneficios laborales fueron el fruto de luchas centradas en las fuentes de trabajo industrial -la empresa, la actividad, el trabajo asalariado– el trabajador no asalariado carece de derechos más allá de los provistos de manera universal por el Estado. De este modo, la brecha entre los que están dentro y fuera del sistema se profundiza con la 4ª revolución industrial y agrega una nueva dimensión al dualismo laboral ya presente en la Argentina.

Educación para una integración laboral inclusiva

Simplificando, podríamos dividir las políticas pro-empleo en tres grupos: formación (entrenamiento para el trabajo), información (agencias de búsqueda, coaching y certificación de competencias) y costos (subsidios y exenciones al empleo). Los tres grupos tienen algo en común: ninguno exhibe resultados satisfactorios.

En particular, según un metaanálisis de 2017 de David McKenzie, del Banco Mundial, los programas de entrenamiento tienen impactos positivos, pero muy modestos, sobre el nivel de empleo o los ingresos laborales. Esto puede deberse a la mala calidad de la oferta de capacitación o, como señala Jochen Kluve, investigador de la OIT, en su estudio de programas de entrenamiento en América Latina y el Caribe: “educar al adulto es difícil y lleva tiempo”.

Una versión reciente y más exhaustiva de este meta análisis es la que hacemos en Levy Yeyati, Montané & Sartorio (2019), donde revisamos 102 políticas pro empleo evaluadas con metodologías experimentales e identificamos características que hacen a la efectividad de estos programas: la colaboración público-privada, la capacitación en habilidades blandas, la presencia de mentores o entrenadores, y el contexto: estos programas tienden a ser más efectivos en contextos de crecimiento económico y bajo desempleo, y con mujeres y jóvenes.

Todo esto no implica que estas políticas de oferta deban ser abandonadas, sino mejoradas: listar cursos es insuficiente para paliar las consecuencias del desplazamiento laboral. Iniciativas tripartitas como los consejos de competencias, en los que se calibra la oferta de formación con las demandas de calificaciones de mediano plazo -un modelo común en economías desarrolladas y emergentesson más efectivos que la oferta actual, descentralizada y de variada calidad y pertinencia.

Naturalmente, la educación es sólo una parte de la agenda para dar respuesta al impacto de la tecnología en el empleo y el ingreso laboral. Sin ir más lejos, la oferta de calificación no crea su propia demanda: por ejemplo, producir graduados secundarios sin trabajos para esos graduados sólo deprime el ingreso relativo del graduado secundario (la figura muestra cómo el aumento de la oferta de secundarios comprimió la prima por educación) o aumenta la sobre calificación (la Tabla 4 muestra cómo ésta creció en los últimos años en el país).

Pero la caída de la prima y el incremento de la sobre calificación también reflejan la falta de pertinencia de la oferta educativa. ¿Cuál sería la sobre calificación si la midiéramos tomando en cuenta las competencias requeridas por los empleos del presente?

La educación formal en la Argentina aún se basa en un modelo de inclusión humanista, a espaldas del mercado laboral, con destino final en el título universitario al que muy pocos llegan, sin colectoras (secundarios con orientación laboral, terciarios jerarquizados, títulos universitarios intermedios) para los quedan en el camino. Y en pocos casos la formación profesional se nutre de estudios prospectivos, esenciales para anticiparse a los cambios, y de la interacción con los empleadores, actores clave y hoy virtualmente ausentes de la formación profesional.

El trabajo es el campo en donde se definirá la puja distributiva de los próximos años, y el resultado de esta puja dependerá en gran medida de la rapidez y destreza con la que adaptemos nuestra oferta de formación a las demandas del futuro.

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