En los medios

La Nación
15/11/19

Empezar por el principio

"En la apertura de la segunda conferencia anual sobre 'Futuro de la infancia en la Argentina: mapa actual y políticas pendientes', organizada por el CEPE de la Universidad Di Tella, su director académico, Eduardo Levy Yeyati, dijo que desde cierto punto de vista nuestro problema fiscal es un problema de capital humano", cuenta la autora, que moderó el primer panel de la Conferencia.

Por Nora Bär


En los últimos tiempos, las escenas y los audios llegados de los dos países limítrofes convulsionados con que cada día nos apabullan los medios digitales, esos sistemas nerviosos que nos mantienen conectados con el mundo, son francamente desoladores. Pero tanta desgracia tiene, si se quiere, un lado positivo: frente a la furia con que se enfrentan los bandos en pugna y las agresiones que se lanzan, nuestros problemas parecen empequeñecerse. Días atrás, después de escuchar sendas opiniones a favor y en contra del mismo hecho, un colega dijo con sarcasmo: "Al lado de la 'grieta' boliviana, la nuestra es insignificante". Sin embargo, como cualquiera sabe, los desafíos que tenemos por delante son monumentales. Algunos, de larga data, tienen el plus de que no basta el dinero para resolverlos. Y son ineludibles: si no les encontramos la solución, nada de lo demás será posible.

Ayer, en la apertura de la segunda conferencia anual sobre "Futuro de la infancia en la Argentina: mapa actual y políticas pendientes", organizada por el Centro de Evaluación de Políticas Públicas de la Universidad Di Tella, su director académico, Eduardo Levy Yeyati, dijo que desde cierto punto de vista nuestro problema fiscal es un problema de capital humano. Lo mismo podría afirmarse de lo institucional y lo social.

Los senderos de desarrollo de los países muestran que para prosperar en este mundo cambiante los recursos mentales son más importantes que los materiales. Mucha de esa riqueza se juega en la infancia y la adolescencia, períodos de la vida durante los cuales nuestro cerebro es maravillosamente plástico y, si goza de las condiciones necesarias, aprende a velocidad de vértigo.

Pero resulta que la mayoría de nuestros chicos carecen de esas "condiciones adecuadas". Ianina Tuñón, investigadora responsable del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina, recordó durante la reunión las cifras de pobreza (por ingresos, alcanza a más del 51,8%), de inseguridad alimentaria (26,8%) y de saneamiento inadecuado (hasta los cuatro años, cuatro de cada 10), entre otras. Y Facundo Manes opinó sobre la trascendencia de estos números: "La pobreza consume recursos de nuestro cerebro -dijo-. La vida en la pobreza nos cobra un impuesto cognitivo".

En semejante contexto, en el que más de la mitad de los chicos se encuentran en situación de vulnerabilidad, las intervenciones tempranas son claves. Ya hace diez años el estudio sobre la riqueza mental de las naciones, firmado por más de 400 expertos, advirtió que el capital y el bienestar mentales de los individuos afectan de forma crucial no solo su propia vida, sino también el funcionamiento de familias, comunidades y la sociedad en su conjunto. Influyen en los comportamientos, la cohesión social y la prosperidad.

Una conclusión de este trabajo es que capital y bienestar mental están íntimamente relacionados. Pero tal vez más importante sea que hay evidencia de que, si se actúa decididamente y a tiempo, ciertas políticas públicas pueden promoverlos y paliar carencias. Y que no serían necesarios recursos gigantescos para hacer una diferencia.

En la Argentina se realizaron estudios piloto de distintas formas de intervención que incluyen la estimulación, lo educativo y lo nutricional. Los impulsaron investigadores del Conicet, institutos privados y organizaciones sociales, y sus resultados sugieren rumbos posibles para hacer florecer ese tesoro invisible.

Este conocimiento es invalorable y debería discutirse, revisarse y desafiarse para elegir las estrategias más eficaces. Pero con intentos aislados no basta. Se requieren articulación y un cambio de escala. Llegar a millones de chicos y sus familias, hasta en los rincones más alejados. Y para eso hay que poner este problema en el centro de nuestras preocupaciones y tomar decisiones. Si queremos avanzar, hay que empezar por el principio.