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15/10/19

El Conocimiento 4.0, la mano única hacia la competitividad

Bernardo Kosacoff, profesor investigador de la Escuela de Negocios UTDT, fue entrevistado acerca de las perspectivas de desarrollo industrial de nuestro país, su capacidad empresarial y el rol del Estado. "El país tiene esta contradicción: la mejor capacidad empresarial de toda América Latina, pero con los incentivos mal colocados no necesariamente la gente va a desarrollar sus cualidades para fortalecer la capacidad de producir", sostuvo Kosacoff.

Por Rubén Chorny

El campo aporta granos y carnes, pero también los hidrocarburos de Vaca Muerta. Aunque sean frutos de las entrañas de la tierra, reciben transfusiones de genética, biotecnología, semillas, fertilizantes, maquinaria agrícola, servicios especializados, drones, etc, para mutar en bioeconomía. 

El resto del aparato productivo se enriquece con conocimiento y mano de obra calificada que intervenga en procesos de desarrollo de capacidades tecnológicas endógenas. Aguardan tras la volatilidad.

Se desarrolla la entrevista en su oficina del remozado edificio de la Universidad Torcuato Di Tella, sobre la avenida Figueroa Alcorta, de Núñez, el reducto académico en el que se atrincheró tras una rica trayectoria por los menesteres industrialistas que, en sí misma, constituye una cadena de valor: desde los motores de combustión interna de mediados del siglo XX al 4.0 de hoy.


El veterano industrialista, avenido a catedrático y consagrado a la docencia, conjuga a ­fierros terrenales con Zetabytes alojados en la nube, de modo de concebir al tejido productivo como un proceso continuo que amalgama materia con mecánica, automatiza, digitaliza y termina empalmando aquellos suburbios de humeantes chimeneas de ayer con las asépticas aldeas digitales de estos días.

Enumera 180 sectores industriales en una privilegiada geografía dotada de los recursos naturales, enriquecida por los servicios que transitan transversalmente por la Cuarta Revolución Industrial. A priori avizora viable a todo ese tejido para encarar los desafíos de esta nueva era, como si estuvieran posicionados en la grilla de largada para buscar la clasificación al universo industrial que se encuentra en plena mutación hacia nuevos códigos: software, audiovisual, biotecnología, geología, nuclear, I+D, nanotecnología, aeroespacial y satelital, IA, robótica, IoT, sensores, manufactura aditiva, realidad aumentada y virtual.

La pregunta inicial a Kosacoff surge de anteriores declaraciones suyas: “Estos años han sido trágicos para la producción: desde 2008 no crecemos, se invierte poco, se innova casi nada, no se cali­fican los recursos humanos y la productividad no ha crecido. Podría ser escéptico, pero en términos de potencial la Argentina tiene capacidad de producir cosas muy sofisticadas”, y la novedad fueron “un centenar de empresas dedicadas a la producción de software y servicios, con exportaciones por US$ 9.000 millones”..., había reflexionado recientemente.

–¿De dónde deberían salir los recursos para las inversiones e innovaciones inmanentes a un potencial como el que describió?

–De 1950 hasta 2018, expresada en precios corrientes, la inversión sobre el producto es del 16,61%. Y en muy pocos años superamos apenas el entorno del 20%. Es insuficiente. Hay que superar los equilibrios macroeconómicos definitivamente: para crecer a largo plazo se necesita aumentar la tasa de inversión y sus exportaciones, pero sin entrar en el falso dilema entre exportar y el mercado doméstico, ya que éste no sólo representa más del 70% del producto bruto argentino, sino que previamente a salir a vender afuera requiere desarrollar las capacidades competitivas adentro, generando fuertes procesos de aprendizaje, de desarrollo de las capacidades, del entramado productivo, de construcción institucional. No es que un señor diga “hoy quiero abrir un servicio o una producción para poder exportar mañana”. 

–¿Hay défi­cit de emprendedores en el país? 

–Para nada. La explicación básica es que vivimos en una economía que quizá sea de las más volátiles entre las que tienen un tamaño significativo. A cualquiera le encantaría tener el último centro de mecanizado, de última generación, pero si asoma una crisis el año que viene, lo único que ese centro va a tener son las cuotas del financiamiento porque el retorno no se cumple. De ahí que sea absolutamente razonable la actitud de esperar a ver qué sucede y mientras tener la plata líquida que da la flexibilidad y no hundiendo bienes, equipos, tecnología y mano de obra, que por más que sean modernos y competitivos, son costos específicos.

–¿Cómo se haría para arrancar con una merma en el consumo como la actual?

–Es muy claro que no vamos a ser competitivos con salarios bajos, y para tener salarios altos se necesita alta productividad. Nuestro mercado interno es espectacular: el tercero de América latina y dentro de los 10 principales fuera de los del mundo desarrollado, pero sin una estrategia integral de negocios ni una economía abierta no somos viables en el mundo, ni sostenibles macroeconómicamente. Tenemos recursos naturales, pero eso solo no es suficiente, y para que se potencien tienen que ser articulados con servicios e industrias.


Mercado interno: cuestión de medida

–¿Tiene la Argentina una escala de consumidores para un modelo de crecimiento que nos fortalezca de adentro hacia afuera?

–Tenemos 45 millones de personas y con capacidades en muchos casos, con lo cual se puede tener un tamaño, una economía de especialización, como para que se puedan empezar a generar los procesos evolutivos para el desarrollo de capacidades. Y sin embargo, a la vez, es lo suficientemente chico para que, una vez desarrolladas esas capacidades, sin un modelo de internacionalización y economía abierta, sea muy difícil seguir creciendo y mejorando la productividad. Son fundamentales las políticas, las buenas políticas y de buena calidad para generar mercados con capacidades y competencias.

–¿Existe un borrón y cuenta nueva productivos en la era digital?

–Los procesos de desarrollo productivo son evolutivos, de largo plazo, en los que se desarrollan rutinas, aprendizajes, capacidades, y en algunas fases se construyen sobre los activos que fueron destruidos anteriormente. Sobre todo, esto después se aparecen estas disrupciones tecnológicas. 

–¿Y dónde estarían las innovaciones entonces?

–Se dan obviamente las dinámicas de cambios estructurales, pero cuando se tratan de explicar algunos casos exitosos que tenemos en el aparato industrial argentino surge un INVAP, que está exportando un prototipo de un reactor nuclear de uso pacífico, le ganó a Holanda una licitación que hicieron los franceses y factura entre US$ 300/400 millones. Habría que remontarse a cuando se construyeron dos centrales atómicas y, a ­finales de los 60 y principios de los 70, se hizo el Instituto Balseiro. Se incorporaron más de 5.000 profesionales, muchos de ellos con los mentores doctorados en las mejores universidades del mundo. Posteriormente gran parte de esa ingeniería fue el desprendimiento de INVAP, que tiene un poco más de mil personas trabajando, pero que están dentro de ese núcleo tan particular que constituyó en Bariloche. ¡Oh sorpresa!, alguien está trabajando en tecnología de punta en una empresa estatal de una provincia como Río Negro.

–¿Cómo juega en esta dirección el acuerdo con China para construir dos nuevas plantas de última generación?

–Las nuevas centrales nucleares que se van a realizar, van construyendo un clima en el que se define lo que es un ecosistema, donde la producción no es simplemente una empresa, es una cadena de proveedores especializados. Es el sistema nacional de innovación, es toda la institucionalidad que se construye alrededor de ese sistema productivo, lo cual permite tener lo que hoy se denominan capacidades competitivas sistémicas.

–Antes nos consideraban un país agroexportador, ahora repleto de hidrocarburos, ¿cómo afectan las riquezas naturales el impulso para un desarrollo industrial?

–Es falso el dilema entre los recursos naturales y las restantes actividades. Tenerlos es muy bueno, pero necesitan de una estrategia de crecimiento e inclusión. Por eso cuando hablamos de recursos naturales tratamos de sacar lecciones porque además sabemos que el modelo de desarrollo económico no se puede copiar de ningún país, pero de todos se puede rescatar algunas cosas para aprender. Las enseñanzas de Noruega, de Australia, de Nueva Zelanda son sumamente útiles para entender que poniéndoles conocimiento y capacidad se puede generar notable valor y pueden erigirse en uno de los pilares del desarrollo económico. Todos sabemos que tenemos recursos en el área de petróleo y gas de una magnitud espectacular: 150 años en Argentina, segunda o tercera reserva mundial en términos de habitantes, pero la duda es: ¿vamos a ser Noruega o Nigeria? Ambas tienen los recursos, con desarrollos absolutamente distintos uno del otro. En los últimos 3 a 4 años demostramos que podemos apostar a ser como Noruega.

–¿Qué me dice de los casos de recursos naturales cero, como Corea o Israel, pero que desarrollaron, en cambio, los recursos humanos y tecnológicos?

–Lo notamos cuando vamos de viaje o simplemente escuchamos comentarios sobre los países que mejor comportamiento tienen en el mundo: en Corea, Israel o muchas de esas sociedades, la primera sorpresa es que 2/3 de la población tiene terminada la etapa universitaria a muy buen nivel y formación. En nuestro caso, la veta de los recursos naturales existe, hay que aprovecharla, pero sabemos que no es suficiente, que hay que hacer más cosas, porque, exagerando, a lo sumo los pueden aprovechar 25% ciento de la población.  Y al 75% restante hay que darle inclusión: la verdadera es a partir del trabajo.

La bioeconomía

–¿Cuál sería la frontera entre aprovechar los recursos naturales y reprimarizar?

 –Hoy ya no se habla de producción agropecuaria, sino de bioeconomía, donde se producen, fundamentalmente a partir del conocimiento, granos, energía, bienes agroindustriales, materias primas para procesos industriales, en un mundo en el que tenemos genética, biotecnología, semillas, fertilizantes, maquinaria agrícola, servicios especializados, drones, etc., y ha sido una revolución competitiva espectacular. Que se construyó sobre los activos que ya tenía el sector agropecuario, como la disponibilidad de la tierra, del agua, la alta productividad que tenemos en el suelo, que es sensacional, pero ahí se dio toda la potencia y lo más importante de todo es el conocimiento y la capacidad de organización. Entonces aparecen los centros de servicios, los contratistas, en un mundo notablemente más complejo y la Argentina está en la frontera técnica internacional de un sector en el que antiguamente era muy difícil prever que por condiciones socioculturales y demás iba a ser el factor de dinamismo que nos llena de esperanza.

–¿Es la reprimarización un fantasma agitado con ­fines políticos o existe?

–Cuando estudiaba en la facultad en los años 60, 70, observaba que el agro llevaba cinco décadas de estancamiento, desde el año 30, y nos estábamos alejando de nuestros competidores internacionales, que en ese momento vendían lo que era la revolución verde: maquinarias, fertilización, las nuevas prácticas productivas, etc., que para Argentina estaban totalmente alejadas. La producción de granos en Argentina de 1920 era de 20 millones de toneladas y en 1970 era la misma. Sólo variaba con las condiciones climáticas. Y lo que menos se esperaba era que iba a venir al campo argentino esta revolución tecnológica, que quizá fue la más significativa de toda América Latina.

–¿Nadie previó la dinámica de cambio estructural que hubo en el país o no se la planificó?

–Así como en los 60/70 no se anunció la revolución de la bioeconomía, tampoco en los 80 se contaba que tendríamos las mejores plantas de insumos básicos del mundo, nuestro principal déficit. En petroquímica, aluminio, acero arribamos a nivel internacional. En los 50 nadie previó que se podrían fabricar autos en Argentina con más del 90% de integración nacional. En los 90 nadie previó que nos especializaríamos en servicios basados en el conocimiento y ahora están los ejemplos de los unicornios. Pero hay más de un centenar de empresas que exportan por US$8.000 millones, con capacidad de desarrollarse por la alta calificación de los recursos humanos nacionales y por la infraestructura digital que hay que construir alrededor de ese sector. Se presenta un fenómeno sumamente interesante: la dinámica del cambio estructural se va construyendo y no necesariamente es fácil prever cuál va a ser ese patrón de especialización que se va a generar.

–¿Qué rol debería desempeñar el Estado en estas definiciones?

–El Estado es fundamental para acompañar y dar institucionalidad a los incentivos e inclusive también puede ser productor, no cabe duda, pero siempre que sea eficiente. Es el que crea las reglas de juego, el que construye los mercados, las instituciones y en ningún país que haya tenido buen desempeño ha permanecido ajeno. En Argentina, en los últimos años dio reglas de juego que justamente no eran las más adecuadas. El país tiene esta contradicción: la mejor capacidad empresarial de toda América latina, pero con los incentivos mal colocados no necesariamente la gente va a desarrollar sus cualidades para fortalecer la capacidad de producir.

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