En los medios

El cohete a la luna
8/09/19

Trump y la Doctrina Troilo

El futuro vicerrector de la UTDT y profesor plenario del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales sostuvo que hay una reformulación de la Doctrina Monroe a la cual bautizó "Doctrina Troilo". El especialista argumentó que, desde el comienzo de la presidencia de Donald Trump, se "están reforzando las relaciones militares" y que un nuevo gobierno en la Argentina necesitará más que nunca "una gran estrategia en la que la diplomacia y defensa estén entrelazadas".

Por Juan Gabriel Tokatlian
En noviembre de 2013 el entonces Secretario de Estado, John Kerry, anunció ante la Organización de Estados Americanos el ocaso de la Doctrina Monroe. En febrero de 2019 el entonces Secretario de Estado, Rex Tillerson, recordó en la Universidad de Texas el sentido, alcance y valor de la Doctrina Monroe. En abril de este año en una entrevista el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, aseguró que en la administración Trump “no hay temor de aplicar la Doctrina Monroe”. En mayo en un texto para el Gatestone Institute Jiri Valenta, del Begin-Sadat Center for Strategic Studies, invocó la necesidad de recurrir a la Doctrina Monroe y desplegarla en Venezuela. En junio en un artículo en la revista Proceedings del US Naval Institute el Teniente Andrew Kramer reclamó una “nueva” Doctrina Monroe para el manejo de las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica. Las cinco referencias mencionadas se hicieron desde Estados Unidos. En los pronunciamientos de 2019 la apelación a aquella doctrina enunciada en 1893 se expresó, en buena medida, en función de lo que se percibe en Washington como el repliegue de Estados Unidos en la región en los últimos años y ante el avance en América Latina de China, principalmente, y de Rusia, secundariamente.



A mi entender no se trata del fin de esa doctrina, de su retorno, de su aplicabilidad, o de su reformulación. Quizás convenga hablar, como lo señalé en 2013, de la Doctrina Troilo en vez de la Doctrina Monroe. En Nocturno a mi barrio el tango de Aníbal Troilo dice: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre estoy llegando”. Washington nunca se fue de América Latina; siempre regresa con un conjunto variado de iniciativas y medidas que satisfagan sus intereses y afirmen su influencia en el área. En la actualidad, y desde el comienzo de la presidencia de Donald Trump, se ha reforzado algo que ya estaba presente en administraciones previas pero que adquirió ahora una renovada centralidad: las relaciones militares. Veamos algunos indicadores al respecto.

Desde el inicio de la Posguerra Fría el Departamento de Defensa estadounidense ha venido desarrollando el Programa de Colaboración Estatal (State Partnership Program, SPP). El propósito original del SPP fue brindar asistencia y entrenamiento, mediante convenios entre guardias nacionales estaduales y las ex repúblicas de la Unión Soviética. Se decidió involucrar a las guardias nacionales estaduales pues ello resultaba menos provocador hacia Rusia. Con el tiempo el SPP se amplió y diversificó. En América Latina y el Caribe existen acuerdos bilaterales desde 1996 y operan bajo la órbita del Comando Sur: en la actualidad hay 24. Los últimos dos han sido firmados durante el gobierno de Trump y son entre la Argentina y la Guardia Nacional de Georgia (2016) y entre Brasil y la Guardia Nacional de New York (2019). Hasta hace poco tiempo hubiera sido impensado que los dos países más grandes de Suramérica hubieran aceptado sendos acuerdos con guardias estaduales estadounidenses, poco más que policías provinciales, salvando las distancias.

Cooperación dependiente asociada

Asimismo, de acuerdo al informe de marzo de 2019 del Stockholm International Peace Research Institute, Estados Unidos es el primer proveedor de armamento a las naciones de América Central, del Caribe insular y a México (solo en 2018 lo aprovisionado a ese país fue por valor de U$S 1.339 millones de dólares), al tiempo que es el segundo vendedor de armas a Brasil. En el caso de la Argentina, y para el período 2008-2018 Estados Unidos le vendió al país armamentos por un monto de U$S 106 millones de dólares (mientras las ventas respectivas provenientes de Rusia y China fueron U$S 14 millones de dólares y U$S 1 millón de dólares). Cabe agregar que en abril de 2019 Estados Unidos abandonó el Tratado de Comercio de Armas firmado en 2013 por el Presidente Barack Obama. La idea de la administración Trump es asegurar la condición actual de mayor exportador de armas dado que Estados Unidos detenta el 36% de las exportaciones de armamentos frente al 21% de Rusia (hasta 2013 los porcentajes respectivos eran 30% y 27%).

Paralelamente, después de una caída en la asistencia entre 2016 y 2018, la ayuda policial y militar a América Latina y el Caribe volvió a crecer, llegando a U$S 754.522.000 de acuerdo al Security Assistance Monitor del Center for International Policy. Ni China, ni Rusia ni la Unión Europea individualmente o en conjunto aportan a la región ese monto de asistencia en materia de seguridad. Lo mismo sucede con el número de efectivos entrenados en Estados Unidos: 3.671 latinoamericanos y caribeños recibieron entrenamiento en 2018. China ha incrementado los contactos militares con la región y ha aumentado el número de oficiales latinoamericanos que asisten a cursos, pero la influencia estadounidense en materia de entrenamiento aún es muy superior. La cantidad y el alcance de los ejercicios militares —por ejemplo, PANAMAX, UNITAS, Tradewinds, New Horizons— en el sistema interamericano no tienen parangón: nada semejante despliegan Beijing o Moscú.

A su turno, la relación militar entre Estados Unidos y Colombia es una de las más intensas del continente a tal punto que ha sido, aún después de terminado el llamado Plan Colombia (2000-2015), el mayor receptor de asistencia estadounidense. Cabe destacar que desde 2012 funciona el United States Colombia Action Plan (USCAP) mediante el cual las fuerzas armadas así como las fuerzas de seguridad colombianas vienen entrenando a miles de pares centroamericanos y caribeños en labores anti-narcóticos y en el combate contra el crimen organizado. Arlene Tickner y Mateo Morales han denominado la interacción entre Estados Unidos y Colombia en el ámbito de la seguridad como un modelo de “cooperación dependiente asociada”. Los vínculos militares estrechos entre Bogotá y Washington, que llevan décadas, contribuyeron a que Colombia se convirtiese en 2018 en “Socio Global” de la OTAN; estatus que ostentan naciones como Afganistán, Pakistán, Irak, Australia, Nueva Zelandia, Corea del Sur, Japón y Mongolia. Cabe añadir que en julio de este año, el Presidente Donald Trump le otorgó el status de “Aliado Extra-OTAN” a Brasil (lo cual lo suma a la Argentina que lo recibió en 1998). Ahora Buenos Aires y Brasilia son los únicos Major Non-NATO Ally de Washington en América Latina.

La Manta corta

La gravitación de Estados Unidos en Centroamérica ha sido y es elocuente; en especial, en lustros recientes en el marco de la “guerra contra las drogas” y mediante la realización de múltiples operaciones de interdicción lideradas por el Comando Sur. Ello se ha facilitado por la existencia de lo que se denominan Cooperative Security Locations en El Salvador y Aruba y la base aérea de Soto Cano, Honduras.

Después de que en 2009 el Presidente de Ecuador, Rafael Correa, decidiera no renovar el acuerdo de 1999 para que de ese modo Estados Unidos se retirase de la base de Manta, en 2018 Washington logró la apertura de una Oficina de Cooperación en Seguridad en su embajada en Quito. A su vez, el Departamento de Estado reanudó la asistencia anti-narcóticos a Ecuador con unos U$S 10 millones de dólares desde agosto de ese año.

Desde la llegada al gobierno del Presidente Mauricio Macri, la administración Obama, primero, y luego la de Trump (con el acompañamiento de Francia, en particular), le pidieron el envío de tropas a Mali y República Centroafricana. Ello se enmarcaba en un gradual cambio de las misiones de la ONU que se han ido convirtiendo en algunos casos en operaciones ofensivas en vez de operativos para el mantenimiento de la paz. En aquellas dos naciones africanas se han vivido y se viven sangrientos conflictos armados cruzados por motivaciones religiosas y prácticas terroristas. La Argentina no envío tropas pero sí lo hicieron Perú (con 205 efectivos) y El Salvador (con 265 efectivos): el primero a República Centroafricana y el segundo a Mali. Chile envío observadores militares a República Centroafricana en 2016 pero concluyó su participación en 2018 en razón de que las condiciones de inseguridad impedían el envío de personal para tareas humanitarias.

A su vez, y respecto a Chile hay que destacar un hecho trascendente. El mayor ejercicio naval en el mundo es el llamado RIMPAC (Rim of the Pacific, o Cuenca del Pacífico). En el ejercicio correspondiente a 2018 China, que había participado en las RIMPAC de 2014 y 2016, fue des-invitada en una señal adicional de la creciente competencia entre Washington y Beijing en diferentes frentes y que, en términos geopolíticos, apuntan a generar un cerco en torno a China. La armada chilena fue, por primera vez, la encargada en dirigir el componente marítimo de la fuerza combinada del ejercicio RIMPAC. Sin duda Washington respaldó la designación de Chile como líder de esas maniobras navales.

Las nuevas amenazas

Adicionalmente, durante el gobierno de Mauricio Macri la Argentina procuró sumarse activamente a la “guerra contra las drogas” y al combate contra el terrorismo. El recurrente llamado del mandatario a que los militares argentinos se vinculen a la lucha contra las “desafíos actuales” tales como el fenómeno de los narcóticos y el accionar de los grupos terroristas se inscribían en la lógica de las denominadas “nuevas amenazas” (narcotráfico, terrorismo, crimen organizado, etc.). Se entiende que las mismas constituyen, en palabras de Marcelo Saín, “el conjunto de riesgos y situaciones conflictivas no tradicionales, esto es; no generadas por los conflictos interestatales derivados de diferendos limítrofes-territoriales o de competencia por el dominio estratégico”. Durante los últimos cuatro años secundar a Washington en cuanto a su estrategia hacia las “nuevas amenazas” se transformó en un leit motiv del gobierno de Cambiemos. En ese sentido, el acuerdo de 2018 con el Fondo Monetario Internacional reforzó aún más el plegamiento a Estados Unidos en un abanico de asuntos ligados a la defensa y la seguridad. De hecho, cuando uno tiene un acuerdo de tal magnitud con el FMI y cuenta con el elocuente apoyo del gobierno de Estados Unidos la política exterior pasa a tener más componentes de aquiescencia a Washington.

Finalmente, un caso emblemático respecto al lugar de lo militar en las relaciones interamericanas fue el de Venezuela. Durante la administración del Presidente Barack Obama, Washington optó por:

a) imponer sanciones a personas específicas con el propósito de producir una “apertura del régimen” (regime opening) y
b) actuar con relativa cautela ante la presencia de varios gobiernos de centroizquierda en América Latina.
Trump introdujo modificaciones sustantivas:

a) buscó el “cambio de régimen” (regime change) para propiciar la caída del gobierno de Maduro;
b) elevó el papel de los militares–en especial, del Comando Sur—en gran medida por la mayor presencia de Rusia y China en Venezuela, en particular, y en Suramérica, en general; y
c) logró, dado el movimiento hacia la derecha en varios países de la región, el asentimiento—a través de mecanismos como el llamado Grupo de Lima— de una estrategia estadounidense fuertemente coercitiva hacia Venezuela.
En resumen, este conjunto de indicadores muestra que la dimensión militar de la Doctrina Troilo ocupa un lugar significativo en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

La prudencia es buena consejera

Un nuevo gobierno en la Argentina deberá tener en claro que Washington irá ahondando su disputa con Beijing y que los componentes de defensa y seguridad resultarán cada vez más relevantes para la estrategia estadounidense hacia China: no se trata de renovadas tensiones comerciales y tecnológicas sino de una ascendente confrontación geopolítica. En condiciones de competencia acotada los márgenes de maniobra de los países pueden ser potencialmente amplios si se saben administrar y maximizar; en condiciones de rivalidad intensa tienden a acortarse notablemente. La prudencia es hoy una buena consejera: la inmoderación acompañada de grandilocuencia no ayudarán. Más que nunca el país necesitará lo que se conoce como una gran estrategia, esto es; una política internacional en la que la diplomacia y la defensa estén entrelazadas a partir de una evaluación realista de la relación medios-fines y con el objetivo preciso de incrementar gradualmente la autonomía relativa en un escenario global notoriamente pugnaz.