En los medios

Clarín
4/06/19

China y las lecciones de Tiananmen

"Hoy Beijing busca traducir importancia en influencia, prosperidad en poder. Y lo hace bajo las lecciones aprendidas en 1989 que estructuran las visiones que tiene sobre el sistema internacional", escribe Mariano Turzi, director del Programa de Estudios de Asia Pacífico, sobre el creciente poder de la potencia china.

Por Mariano Turzi

El año 1989 es recordado en los asuntos internacionales por la caída del muro (de Berlín) y el consecuente colapso del comunismo soviético. Pero en 1989 ocurrió también el sostenimiento de una muralla (la china) y la consolidación del Partido Comunista Chino (PCCh). Luego de dos meses de protestas, el 4 de junio el Ejército disipó el conflicto por vía de la fuerza letal. La narrativa que conocemos recuerda a 1989 como el año de la victoria norteamericana, la derrota rusa y la represión china.


En Moscú, la rápida apertura (glasnost) y reforma del Partido Comunista Soviético (perestroika) crearon un vacío institucional que licuó el poder del partido, desintegró la estructura de poder establecida desde la revolución, colapsó la economía y desmembró territorialmente a la URSS (15 repúblicas independientes aparecieron como consecuencia de esa fragmentación). El PCCh aprendió una primera lección muy diferente a la de su par ruso: la continuidad –no el cambio- fue la garantía de la centralización del poder y la gobernabilidad interna.

La utilización de la fuerza sirvió efectivamente para mantener a la cúpula gobernante cohesionada, al Partido en el centro de la escena política, al Estado unificado y a la Nación unida. Una segunda lección que asimiló el PCCh es que la liberalización política no acompaña necesariamente la liberalización económica. Deng Xiaoping en 1989 consideraba que la prosperidad económica –no la apertura política- es la clave de la estabilidad social. En el caso más optimista, iban a velocidades diferentes. En el más pesimista, en direcciones contrapuestas. Para el PCCh, esos reclamos por democracia constituían una opción que podría ser haber sido desde irrelevante hasta irresponsable para asegurar el crecimiento sostenido.

La calidad de vida del ciudadano chino promedio nunca fue mejor que en la actualidad: entre 1989 y 2019 la expectativa de vida pasó de 69 años a 76; el PBI per cápita de US$ 320 a más de US$ 8.000; la pobreza de más del 66% a menos del 0,6%. De acuerdo a la encuestadora IPSOS, más de 9 de cada 10 jóvenes chinos son optimistas acercad del futuro y creen que sus condiciones de vida mejorarán. Incluso las libertades civiles mejoraron en China entre el informe 1989 y el informe 2019 de la ONG Freedom House. Lo perturbador para la democracia occidental liberal es preguntarse si el modelo de gobernanza chino coexiste, cuestiona o compite.

Internacionalmente, China logró convertirse en la primera economía del mundo, y es un jugador de primer orden en el tablero geopolítico global. En Tiananmen se sentaron las bases de una autoafirmación China que 30 años más tarde está disputando el universalismo occidental.

Hoy Beijing busca traducir importancia en influencia, prosperidad en poder. Y lo hace bajo las lecciones aprendidas en 1989 que estructuran las visiones que tiene sobre el sistema internacional. El enfrentamiento actual en los planos comercial y tecnológico con Washington es un síntoma de que las tendencias globales no favorecerán de manera automática a Occidente siempre. Desde los patrones de intercambio hasta las instituciones internacionales, crecen las opciones que prescinden de los modelos, normas y valores occidentales.

A medida que la riqueza e influencia de las potencias no occidentales crece, los conflictos de valores se hacen más innegables e intensos. El interrogante es si en el (des)orden mundial contemporáneo esos conflictos se volverán irreconciliables hasta el punto de la confrontación.

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