En los medios

Revista Ñ
10/04/19

La economía del deseo según Foucault

Llega a las librerías argentinas el esperado último volumen de “Historia de la sexualidad” de Michel Foucault, un recorrido analítico por los cambios desde Grecia y Roma al cristianismo. El profesor de Problemas Filosóficos del Dpto. de Estudios Históricos y Sociales realiza aquí algunos comentarios sobre la obra del gran pensador, editada de forma póstuma.

Por Luis Diego Fernández

En la contratapa de la primera edición del primer tomo de Historia de la sexualidad titulado La voluntad de saber (1976) se presentaba el plan de publicaciones que continuaría con la indagación iniciada por Michel Foucault, este era, a saber: La carne y el cuerpoLa cruzada de los niñosLa mujer, la madre y la histéricaLos perversos; y Población y razas. De los volúmenes segundo al quinto el filósofo explora los elementos de lo que había denominado en el tomo inicial el “dispositivo de sexualidad”. Y, en el sexto, vuelve a la problemática del concepto de biopoder situado en el capítulo quinto también del primer volumen. Este plan de publicaciones fue abandonado por Foucault y, luego de un lapso de ocho años, se editaron juntos los volúmenes dos y tres bajo los títulos El uso de los placeres y La inquietud de sí (1984). En 2018 se publica en Francia de manera póstuma el cuarto tomo de la serie, Las confesiones de la carne, ahora editado en castellano por Siglo XXI Editores.

Michel Foucault en el museo Rodin en París. AFP, Michele Bancilhon

Michel Foucault en el museo Rodin en París. AFP, Michele Bancilhon

Esta novedad consagrada a la problematización del concepto de “carne” a partir de los textos de los Padres de la Iglesia en los primeros siglos, culmina el proyecto foucaultiano de elaborar una genealogía del deseo. La secuencia se inicia con el envío del manuscrito sobre el cristianismo a Gallimard en octubre de 1982 . El filósofo venía trabajando el tema desde 1980 tanto en Del gobierno de los vivos (Curso del Collège de France 1979-1980), como en conferencias y seminarios en Estados Unidos (Dartmouth College, Berkeley, Vermont, New York) y en Canadá (Toronto). Sin embargo, como advierte Frédéric Gros, Foucault pide no publicar inmediatamente este texto ya que, alentado por Paul Veyne, trabajaba en un libro dedicado a la experiencia grecolatina de los aphrodisia, que debería antecederLas confesiones de la carne. A la postre, este libro será dividido en lo que hoy conocemos como los tomos segundo y tercero.

Por lo tanto, el trabajo sobre estos dos volúmenes previos retardó la revisión por parte de Foucault de Las confesiones de la carne. Entre marzo y mayo de 1984, ya gravemente enfermo, el filósofo retoma la corrección de pruebas del tomo cuarto. Pero muere el 25 de junio y no llega a entregar la corrección definitiva. La presente edición fue elaborada a partir del manuscrito de Foucault y de la versión tipeada a máquina de Gallimard enviada al filósofo para su revisión final. El libro es la versión fiel de Foucault, corregido y uniformado en sus citas y dando fluidez al texto, al cual se sumaron cuatro anexos extraídos de los archivos depositados en la Biblioteca Nacional de Francia que complementan los problemas planteados en el manuscrito.

En el apartado “Modificaciones” de la introducción de El uso de los placeres, Foucault explicita las razones del viraje del proyecto que tenía como eje realizar “una genealogía del hombre de deseo” y que requería retroceder en su analítica hasta la Antigüedad griega y romana y los primeros siglos del cristianismo. Lejos de lo que parece decirnos su título, no hay en la Historia de la sexualidad un abordaje en el sentido de una historia de las prácticas sexuales. Tampoco se trata de una reflexión entre el sexo y la ley o el sexo y la represión sino, más bien sobre el modo en que el sexo se inscribe en lo que Foucault llama “régimen de verdad”. Vale decir, la obligación a decir la verdad por parte del sujeto y cómo este encuentra esa verdad en su deseo. Estableciendo un orden cronológico de esta “genealogía del hombre de deseo”, Foucault se ocupa del problema de los “aphrodisia” en la cultura griega, helenística y romana en los volúmenes dos y tres, de la noción de “carne” en el cristianismo primitivo en el volumen cuarto y del concepto de “sexualidad” en los siglos XIX y XX en el primer volumen. Aphrodisia, carne y sexualidad serán las nominaciones de tres experiencias disímiles del placer y el deseo en la Antigüedad, el cristianismo y la modernidad, respectivamente.

En Las confesiones de la carne, Foucault indaga en la experiencia del sexo en los primeros siglos del cristianismo a partir de dos elementos que considera claves: la presencia del mal (producto del mito de la caída y el pecado original) y la manifestación de la verdad a través de la confesión. El mal en términos cristianos será el deseo dañado, inoculado de pecado, como un elemento no voluntario. La carne, en tanto sustancia ética cristiana, será la consecuencia de la relación entre deseo y mal. Partiendo del análisis del texto El pedagogo de Clemente de Alejandría, Foucault deja en evidencia la división hecha por los Padres de la Iglesia entre la sexualidad ordenada y racional (matrimonio) versus el deseo desordenado. En este sentido, una de las características centrales de la visión cristiana será la matrimonialización del deseo con la finalidad estrictamente procreativa.

Foucault apela al análisis de la sexualidad a través de los bestiarios de la patrística cristiana, así será que la hiena será percibida como un animal “bisexual” y lascivo, del mismo modo que la liebre al tener un ano suplementario es vista como “promiscua” y lujuriosa. Por el contrario, el elefante será elogiado por su “monogamia” y austeridad sexual por parte de San Francisco Sales. Sin embargo, hay algo central para Foucault en la relación que establece Clemente entre la procreación matrimonial y la creación divina: la sexualidad con finalidad reproductiva es vista como una continuación de la acción creadora de Dios. Este isomorfismo sexual entre procreación/creación en un registro estrictamente matrimonial implicará una “teologización del deseo”. En definitiva, el cristianismo emprenderá una matrimonialización de los aphrodisia de Grecia y Roma.

Partiendo de textos de Tertuliano, Foucault hace foco en la cuestión del bautismo y la penitencia en el cristianismo primitivo, dejando en evidencia dos registros posibles: para el judío el bautismo implicaba purificación, mientras que para el griego la purificación era consecuencia del bautismo y de la mortificación del catecúmeno (aspirante a cristiano). El problema del “penitente” consistirá en poner el deseo en palabras, dar a los “movimientos del alma” (las pasiones) el canal de la confesión y la verdad con la finalidad de ser gobernado por el pastor.

La mística de la virginidad tendrá un lugar clave según Foucault en la experiencia cristiana del sexo. El elogio de la continencia que encontramos en Tertuliano y Cipriano implica una comunión con Dios a través de la salvación. La virginidad también como cualidad de la vida monástica, de una elite pequeña. El modelo monacal será el que predomine en el cristianismo entre el siglo I y el IV, cuando se trababa de una religión no popular sino selectiva, para un pueblo elegido, algo que se modificará radicalmente con la oficialización del culto cristiano por parte del Imperio Romano, momento desde el cual se adoptará el modelo familiar.

Foucault compara la teología matrimonial de Clemente (creación/procreación) con los tratados de la vida matrimonial del siglo IV. El matrimonio cristiano implicará un modelo de vida diferente, más accesible y popular, que el modelo monástico de la virginidad. Este modelo de elite sostenido por Tertuliano y Casiano queda delimitado solamente al monaquismo. Las relaciones sexuales entre esposos, en el marco familiar, ya no implican como en Clemente una analogía con la creación divina sino un ordenamiento del deseo; la familia cristiana constituirá una soberanía disciplinaria para los esposos. La finalidad matrimonial a partir de San Agustín y de San Juan Crisóstomo será evitar la concupiscencia. Esta nueva economía del deseo conlleva, según Foucault, a una juridificación de la vida matrimonial en la cual la Iglesia tiene injerencia y poder de decisión. Si en el modelo monástico predominaba una veridicción del deseo (confesión, sacramentos, viriginidad) en el modelo matrimonial el eje estará colocado en la jurisdicción del deseo (deberes de los esposos).

Uno de los aportes más relevantes de Las confesiones de la carne es la analítica que Foucault realiza del concepto de “libido”, en tanto movimiento autónomo de los órganos sexuales, a partir de San Agustín. Lógica cuyo punto de partida es la pérdida adánica del dominio de sí en el Génesis, y la aparición de la libido como una voluntad que excede los límites que fija Dios, como una forma de transgresión. A diferencia del mundo griego donde la regulación pasaba por los roles (activo/pasivo) y el exceso, en el cristianismo, según la visión foucaultiana, el problema es la erección (síntoma de transgresión y desobediencia); la lucha se libra hacia abajo, lo involuntario y la continencia.

Foucault analiza con detalle La ciudad de Dios de San Agustín, en el cual se plantea un paraíso donde había relaciones sexuales no pecaminosas, vale decir, para la mirada agustiniana el sexo no es consecuencia de la caída (del pecado original). El matrimonio, según Agustín, es anterior a la caída, lo que será posterior al pecado original será la dinámica ingobernable del deseo. El matrimonio no está, según San Agustín, ordenado por la procreación sino por la complementariedad humana, la procreación será un bien matrimonial pero no es el único ni el dominante. Foucault destaca una dimensión clave en Agustín: la libidinización del deseo en tanto fuerza involuntaria inserta en la voluntad del hombre, vale decir, algo que este no puede gobernar conscientemente. En Las confesiones de la carne asistimos a la hipótesis foucaultiana sobre la novedad del cristianismo: la invención del hombre como sujeto de deseo a partir de una operación de subjetivación inédita.

De acuerdo a la lectura de Foucault, lo que se mantiene inalterable desde Grecia y Roma al cristianismo serán los códigos y los valores de austeridad sexual (por diferentes motivos); la moral de continencia, moderación y gobierno de los placeres sexuales ya se encuentra en el paganismo; el cristianismo agrega a ello el carácter de mal del deseo y juridiza la ética antigua. La verdadera diferencia para Foucault será la operación de subjetivación que lleva a cabo el cristianismo y que se mantiene en la modernidad occidental hasta el psicoanálisis. La invención del hombre como sujeto de deseo que debe descifrarse será el aporte del cristianismo. Un dispositivo en el cual aún habitamos.

Luis Diego Fernández es licenciado en Filosofía y autor de Hedonismo libertario.