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22/01/19

Nicolás Maduro, el usurpador

Rut Diamint, profesora del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales, y Laura Tedesco realizaron un análisis del gobierno de Maduro, basándose en una tipología construida por ambas autoras en un trabajo de investigación sobre líderes políticos latinoamericanos publicado en 2015. "El usurpador de poder débil oscila entre desafiar y aceptar el Estado de Derecho y las instituciones estatales", explican.

Por Rut Diamint y Laura Tedesco

El Parlamento venezolano ha declarado a Nicolás Maduro usurpador de la Presidencia. ¿Podemos arrogarnos un acierto? Nosotras habíamos calificado a su predecesor, Hugo Chávez, también como un usurpador.


Entre 2009 y 2012 realizamos un trabajo de investigación sobre líderes políticos en Argentina, Colombia, Ecuador, Uruguay y Venezuela. En el marco de este trabajo, entrevistamos a 285 líderes entre los cuales había ex Presidentes, ex Vicepresidentes, Vicepresidentes en ejercicio, alcaldes, alcaldesas, diputados, senadores, presidentes de partidos políticos, periodistas políticos y sindicalistas.

Fue una experiencia fascinante. Ya está en prensa en la Editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA) la traducción al castellano del libro que publicamos en 2015 con ZED Books en Londres, Latin American Leaders.

En ese libro, presentamos una tipología de líderes, con distintos tipos desde democráticos hasta usurpadores de poder. La categoría de usurpador generó mucha polémica entre nuestros colegas. Argumentaban que era una palabra muy fuerte ya que eran líderes democráticos que llegaban al poder por elecciones.

Decían que la idea de usurpadores era exagerada o con una carga demasiado negativa. No obstante, no encontramos una palabra que explicase de manera tan clara este tipo de líder dudosamente democrático. Nuestra tipología avanza en la idea de que pueden ser ilegítimos debido a la forma en que ejercen el poder.

En la tipología que construimos, los demócratas son líderes que promueven el fortalecimiento de las instituciones democráticas, aceptan las limitaciones de poder impuestas por las normas del Estado, respetan y promueven los derechos democráticos y las libertades civiles.

En su ejercicio comparten el poder y la responsabilidad, crean consenso y evitan la polarización. Este tipo de líder pertenece a un partido político en el que ha desarrollado su carrera. El partido tiende a mantener sus principios y normas y tiene algunas reglas internas para supervisar el desempeño de sus miembros.

El segundo tipo es el demócrata ambivalente que respeta los derechos de las personas, trabaja de forma cooperativa, pero busca acumular poder personal. Este tipo de líder cree que el fortalecimiento de su posición requiere negociar y realizar concesiones.

Son capaces de trabajar en equipo y pueden negociar con la oposición. Sin embargo, el ambivalente tiene una tendencia a acumular poder: acepta las regulaciones normativas, pero se otorga a sí mismo un papel destacado en su aplicación.

A diferencia del demócrata, los ambivalentes respetan, pero no fortalecen las instituciones democráticas. El demócrata ambivalente puede, de hecho, terminar debilitando la democracia en su apuesta por incrementar su poder personal.

El usurpador de poder débil oscila entre desafiar y aceptar el Estado de Derecho y las instituciones estatales. El contexto histórico se convierte en crucial, ya que puede permitir o bloquear la capacidad del líder para ganar autonomía.

En momentos de crisis, colapso de los sistemas de partidos, situaciones de violencia extrema o cambios abruptos en el contexto internacional, este líder puede tomar ventaja de estos fenómenos excepcionales para reducir el margen de acción de las otras instituciones.

Sin embargo, en algún momento de este proceso de construcción de poder, su partido, la justicia, el Poder Legislativo o incluso la presión social, le aplican un freno. En estas ocasiones el usurpador débil se retira con la esperanza de que surjan nuevas condiciones favorables que le permitan acomodar el juego político en función de sus fines personales o colectivos.

El usurpador débil tiene más fe en su poder personal que en las reglas políticas. La democracia para el usurpador débil es definitivamente un medio y no un fin. Este tipo de líder desafía las leyes, es un polarizador suave y un constructor de poder.

Finalmente, los usurpadores acumulan poder tomándolo de otras instituciones del Estado, ya sea mediante la minimización del rol del poder legislativo o al socavar la independencia del poder judicial.

Los usurpadores de poder suelen ser democráticos si han sido elegidos en elecciones libres. Sin embargo, terminan manipulando los instrumentos constitucionales o electorales para aumentar su poder personal.

Los usurpadores de poder pueden ser parte de un partido político, pero este tiende a ser una mera herramienta para incrementar el poder o ganar elecciones. Este tipo de líder no acepta compartir el poder en los procesos de toma de decisiones.

Son autónomos y a través de la usurpación de poder aumentan su capacidad de hacer caso omiso de las leyes y de los ciudadanos. Los usurpadores de poder creen, o actúan como si ellos fuesen los únicos representantes legítimos del pueblo. La política está encarnada en ellos y sus aliados.

Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner pueden ser definidos como usurpadores débiles. Rafael Correa comenzó como demócrata impulsando una nueva Constitución, pero se fue convirtiendo en un usurpador débil al confrontar con la prensa, polarizar a la sociedad y aumentar su poder personal.

Chávez fue un usurpador de poder perfecto que manipulaba las leyes, polarizaba e intentaba maximizar su cuota de poder. Fue elegido democráticamente y utilizó los comicios y consultas para transformar las instituciones del Estado en apéndices de su poder y aumentar su dominación. Las Leyes Habilitantes eran una herramienta para usurpar el poder del Legislativo. La Corte Suprema adicta de 2004 socavó el poder y la independencia del poder Judicial.

Nicolás Maduro es considerado por la Asamblea de su país como un usurpador. La derrota parlamentaria de 2015 no melló en Maduro. Asumió la presidencia mediante un dudoso triunfo electoral. Y volvió a repetir sus errores en 2018. Si la Asamblea no le es favorable, asume en un ente creado a su medida, en elecciones abiertamente fraudulentas.

La coincidencia entre nuestra tipología y las declaraciones de los Asambleístas venezolanos no es motivo de orgullo. Por el contrario, es la amarga constatación que detrás de un discurso revolucionario el presidente de Venezuela arrasó con el país.

Sus recurrentes mentiras, el desabastecimiento, la corrupción administrativa, el profundo deterioro de la economía, la devaluación galopante de la moneda bolivariana, el control político, el empoderamiento de sectas militares, todo confluye en la usurpación de poder para establecer un régimen de clara tendencia totalitaria, militarista y antidemocrática.

Tal vez ya la palabra usurpador le quede pequeña y deba ser llamado, simple y llanamente, dictador.