En los medios

La Nación
13/01/19

Bolsonaro, al frente de la batalla por los medios

El profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales explica como el nuevo presidente brasileño, Jair Bolsonaro, además de poner a los grandes diarios y cadenas en la mira, busca consolidar una red mediática afín a su discurso.

Por Philip Kitzberger
El ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil representa una doble novedad desde el punto de vista de las relaciones entre poder político y medios periodísticos en América Latina.

Se trata, en primer lugar, de una novedad en el ciclo democrático de Brasil. Ningún presidente arribó o gobernó confrontando con los grandes medios. Por caso, la trayectoria de Lula, a lo largo de sus cuatro postulaciones entre 1989 y 2002, fue de la confrontación al pragmatismo y a la despolitización del tema. Más allá de las tensiones y circunstanciales incidentes, y de una relación agriada a partir del Mensaláo, los gobiernos del PT no apelaron a la opción de confrontar públicamente con los medios establecidos, pese al ejemplo de experiencias cercanas y simultáneas en la región. Aun cuando la gran prensa lo homologaba al “populismo” regional, Lula se abstuvo de hacer cuestionamientos sistemáticos. Al interior del PT y en la izquierda brasileña existe una tradición de crítica de la grande mídia, en especial centrada en la Rede Globo, gracias a episodios como la edición maliciosa en el Jornal Nacional del famoso debate Lula-Collor de 1989. Esta narrativa estuvo ausente de la palabra del gobierno, al menos hasta la crisis que culminó con la caída de Dilma Rousseff. Solo en ese contexto, y a medida que perdía aliados, el gobierno petista levantó el volumen de la crítica a los medios.

Además de poner a los grandes diarios y cadenas en la mira, busca consolidar una red mediática afín a su discurso. En la imagen, el presidente brasileño durante un encuentro con la prensa en una base aérea de Brasilia, a principios de este mes

Por el contrario, Bolsonaro hizo del cuestionamiento público a los grandes medios (excluidos los controlados por sus aliados evangelistas) parte de su exitosa estrategia de ascenso y es muy plausible que traslade la práctica al gobierno.
La naturaleza de este cuestionamiento público de Bolsonaro constituye, en segundo lugar, una novedad para América Latina. Desde la redemocratización, no ha habido en la región gobiernos que optaran por confrontar públicamente con medios y periodistas, pero desde claves narrativas del campo conservador y la derecha. Varios de los gobiernos del llamado giro a la izquierda se asemejan por el hecho de haber recurrido a cuestionamientos sistemáticos a la pretensión de legitimidad e intermediación del periodismo apelando a prácticas de comunicación directa. Pero dicha politización del orden mediático se basó en claves de la tradición crítica de izquierda centrada en develar los sesgos de clase de los medios, en denunciar la propiedad concentrada como problema nodal, y en un reformismo orientado a la democratización de la comunicación.

Especie diferente Los llamados neopopulistas de los noventa no recurrieron a la denuncia pública del poder mediático en sus estrategias de gobernabilidad. Apelaron a otras prácticas. Menem se apoyó en una política de persecución judicial que explotaba figuras como el desacato en su relación con la prensa y en su habilidad para aprovechar los espacios no periodísticos para acceder al público. El Fujimorismo recurrió a un juego de extorsión-cooptación basado en los recursos de inteligencia del recordado Vladimiro Montesinos. Allí también estuvo ausente la crítica gubernamental a los medios.

La construcción bolsonarista es una especie nueva en la región. No cabe duda que su inspiración proviene, en parte, del Norte. Los populismos latinoamericanos son anteriores a la difusión de las redes sociales y se forjaron en la comunicación directa analógica. En su uso intensivo de las redes y en su capacidad de explotar la atención periodística por medio de posicionamientos polémicos, la campaña de Bolsonaro ha sido heredera de las tácticas de Donald Trump. Bolsonaro supo usar su condición de outsider ridiculizado y polémico para acusar a los medios de sesgados. Incluso tomó prestado el latiguillo de “fake news” como respuesta a las coberturas que le disgustan de Folha de Sao Paulo, en analogía funcional con el New York Times.

El discurso de Bolsonaro sobre la prensa comparte un núcleo de crítica prepolítica por el destrato en la cobertura. En Trump, esa representación de la prensa está anclada en su experiencia de empresario-celebridad. En Bolsonaro, se vincula a su irrupción mediática como objeto de cobertura irónica. En un segundo nivel, más politizado, su discurso contiene reacciones a desbalances hacia su agenda, como en el contexto de los funerales de Marielle Franco, donde denunció la invisibilidad de los funerales policiales en la prensa.

Su discurso contiene también la mención a una “verdad” tergiversada y ocultada por la grande mídia. En su primera aparición como presidente electo, transmitida por Facebook Live, asoció esta verdad a una verdad religiosa al agradecer a Dios que el pueblo se acercara a la verdad pese a la “situación vejatoria” en la que lo colocaban los medios, para cerrar citando el versículo del Evangelio “la verdad os hará libres”. Es mencionando esta veracidad que Bolsonaro aventuró su primera propuesta de política para el sector, al advertir que no dotaría de publicidad oficial a los medios que faltaran a ella.

Al igual que con Trump, más allá del carácter rústico y protopolítico del habla sobre los medios del líder en ascenso, el hecho de politizar el tema de la prensa habilitó -y se fue nutriendo a la vez- de una serie de discursos de mayor densidad y articulación ideológica provenientes del campo conservador, en los que se cuestiona el orden mediático.
La apertura bolsonarista a la crítica de los medios no ocurre en el vacío. En el marco de una reacción frente a la percepción de amenaza a valores y jerarquías tradicionales, se expandió, especialmente entre las iglesias (neo)pentecostales, la impugnación por temas morales y de costumbres, alcanzando también a los grandes medios. Es en este contexto que se extendió la acusación a la Rede Globo de “comunista”. Esta afinidad de sentido también tiene su articulación política. Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y controlador de la Rede Record -que con sus novelas bíblicas disputa a Globo el mercado por las almas y audiencias- cerró un acuerdo electoral con el candidato y alineó las redacciones de sus medios detrás de la campaña.

Eduardo Bolsonaro, el más influyente de los hijos en las redes sociales y quien se proyecta en el control de la agencia clave en la asignación de pauta oficial, comparte el plebeyismo y supera en estridencia al discurso de su padre sobre los medios. Él es, a su vez, quien propicia un acercamiento al populismo trumpista y promueve a las voces más ideologizadas. Olavo de Carvalho, el “gurú” intelectual en el que se referencian los Bolsonaro, denuncia a los medios como cómplices de la hegemonía izquierdista que desertan de representar a la mayoría constituida por cristianos conservadores. Ernesto Araújo, designado canciller por sugerencia de Carvalho y apoyado por Eduardo Bolsonaro, articula su visión en clave de un populismo de derecha. Asevera públicamente que los comentaristas de la prensa tradicional, en connivencia con el establishment de Itamarat y, trabajan por mantener la política exterior como zona de exclusión para el pueblo. El presidente, expresión democrática del pueblo, se enfrentaría así a un sistema mediático-burocrático que habla el lenguaje -incompatible con palabras como amor, fe y patriotismo del globalismo dominado por el marxismo cultural.

Las alianzas posibles En América Latina es novedosa la centralidad de la crítica conservadora a los medios. De ahí el espacio para la inspiración en las fórmulas trumpistas y su estela ideológica. Estados Unidos tiene una larga tradición de crítica al sesgo “liberal” del periodismo. Reactualizada con Trump, esta crítica se popularizó con la campaña de Spiro Agnew en la interpelación a la mayoría silenciosa. El vicepresidente de Nixon veía en los controlantes de las grandes cadenas y en el periodismo a una élite urbana y cosmopolita no representativa de la nación. Esa amenaza cosmopolita asume hoy en Brasil una inflexión basada en la lucha contra la “ideología de género” y otras manifestaciones del “marxismo cultural”.

Muchos de los argumentos de la crítica conservadora estadounidense abrevaron en demandas de democratización, representación y acceso a los medios, propias de la crítica de izquierda. La nueva crítica conservadora que anida en el bolsonarismo también se expresa en términos de déficits de democracia mediática. No obstante, el referente de ese pueblo irrepresentado está anclado en particularismos religiosos y esencialis- mos nacionalistas ajenos a cualquier tradición progresista.

Todavía no está claro cómo y en el marco de qué alianzas gobernará Bolsonaro, y por lo tanto tampoco cómo será su relación con los medios. Deberá verse en qué medida sostienen su ascendente en el gobierno las mencionadas tendencias ideológicas que coquetean con el trumpismo y se inspiran en figuras como Stephen Bannon. Hay otros sectores con aspiraciones contradictorias que disputan el alma del gobierno, como las Fuerzas Armadas o la ortodoxia económica expresada en Paulo Gueddes, más cercano intelectual y orgánicamente a los medios establecidos a través de la Fundación Millenium. El modo en que se acomoden las diferencias que habitarán el naciente gobierno será decisivo.

Edición impresa: