En los medios

Diario Perfil
17/06/18

La tiranía de la opinión

El profesor de la Escuela de Derecho escribió sobre la importancia que tomó el debate público en el último tiempo: sus ventajas y las falencias de la extensión de la discusión. "Si bien es correcto que los debates sobre asuntos públicos contribuyen a la vida política, también es verdad que pueden sacar a la luz varios defectos en la cultura ciudadana", advirtió Spector.

Por Ezequiel Spector
En el año que está transcurriendo, los argentinos nos encontramos involucrados en algunos debates políticos que son lo suficientemente candentes como para discutirlos eufóricamente en el ámbito que nos toque, sean charlas de café, redes sociales o seminarios en las universidades, y en algunos casos sesiones en el Congreso o en la Casa Rosada. El acuerdo del Gobierno con el FMI, la legalización del aborto, el aumento de tarifas y las elecciones presidenciales del próximo año son temas que acaparan buena parte de nuestra atención.

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Este fenómeno, en principio, es saludable. Si bien es correcto que los debates sobre asuntos públicos contribuyen enormemente a la vida política, también es verdad que pueden sacar a luz varios defectos en la cultura ciudadana. En Malversados, analizo las 15 falencias más comunes en las discusiones políticas. Aquí mi objetivo es advertir sobre dos de ellas. La primera es parte de un fenómeno al que podríamos llamar “la tiranía de la opinión”, muy común en los medios de comunicación. Consiste en expresar la propia forma de pensar, pero sin hacer ningún esfuerzo por justificarla. Cuando esta es la tendencia predominante, podemos decir que la discusión carece por completo de argumentos. La mera opinión no contribuye demasiado a un debate. Aunque a veces se usen estrategias para eludir la justificación (como decir “tengo derecho a pensar como quiero”), lo cierto es que la justificación es necesaria si el debate pretende tener algún nivel.

La segunda es la “falacia de Perogrullo”, que consiste en expresar ideas vacías de contenido, pero con el énfasis propio de quien dice algo sustancioso. Un caso claro es la expresión “los derechos de uno terminan donde empiezan los derechos del otro”. Parece una idea con contenido, pero es completamente vacua. Sucedía también cuando la esclavitud era legal: los derechos de los esclavos terminaban allí donde empezaban los de los amos. El problema era que los derechos de los esclavos terminaban en el lugar incorrecto. La diferencia entre las distintas sociedades radica en dónde terminan y comienzan los derechos de unos y otros. Ahí surgen los genuinos debates. ¿Tenemos derecho a hablar de la vida privada de un político en los medios de comunicación, o la libertad de expresión debería ceder ante el derecho a la intimidad? ¿Tenemos derecho a desalojar a la gente que se sienta a beber cerveza en la vereda frente a la puerta de nuestro edificio, o ellos deberían tener derecho a usar el espacio público para tal actividad? Recién cuando contestamos estas y otras preguntas, estamos llenando de contenido tal idea.

La falacia de Perogrullo es muy utilizada por políticos en campaña. Expresiones como “vamos a cambiar lo que haya que cambiar y conservar lo que haya que conservar” o “yo quiero un Estado fuerte, pero solo donde tenga que estar presente” son expresiones vacías que encuentran los políticos para contestar preguntas, pero sin comprometerse con ninguna posición en particular. En vista de todas las discusiones políticas que estamos teniendo, y considerando que el próximo año abundarán los debates en el contexto de las elecciones presidenciales, es especialmente importante descontaminarnos de estos vicios y exigirles a quienes ocupan posiciones de poder que no intenten usarlos en su beneficio.