Di Tella en los medios
La Nación
24/11/9

¿Guerra en los Andes?

Tensión entre Colombia y Venezuela

Por Juan Gabriel Tokatlian

Se ha producido recientemente una nueva escalada de tensiones entre Colombia y Venezuela, acompañada de una retórica de confrontación. Se imponen en ese sentido al menos dos reflexiones para evaluar si dos países que nunca han entrado en guerra pueden estar próximos a vivirla. Por un lado, es necesario comprender el vínculo entre conflicto doméstico y disputas internacionales, y por el otro, reconocer cómo se potencia un dilema de seguridad entre dos Estados.

Respecto del primer tema, los estudios convencionales sobre el nexo entre conflictos internos e internacionales subrayan dos fenómenos. Por una parte, están los ataques distractores; es decir, cuando un país con un conflicto doméstico acude a una confrontación externa para distraer la atención interna y lograr dividendos políticos. Por otra parte, están los ataques oportunistas; esto es, cuando un país aprovecha que el vecino vive una situación de conflicto interno y despliega una ofensiva militar para alcanzar una ventaja y un beneficio. El prolongado conflicto armado colombiano jamás condujo a un ataque distractor de Bogotá contra sus vecinos y éstos nunca llevaron a cabo ataques oportunistas contra Colombia.

En consecuencia, hay que recurrir a los análisis comparados más recientes para entender y explicar más adecuadamente el vínculo entre guerra interna y guerra internacional.

Según esa literatura especializada, en algunos casos sobresale lo que se llaman "guerras mediante sustituto" (proxy wars): un país apoya a los insurgentes en una nación que padece un conflicto armado, con el propósito de debilitar al país vecino y obtener más influencia y poderío. También hay disputas que se derivan de la naturaleza de los regímenes: el respaldo externo a una insurgencia se debe a que un gobierno considera que, en el país vecino, atravesado por un conflicto armado, predomina una ideología antagónica a sus intereses.

Asimismo, hay conflictos con componentes irredentos: el país próximo apoya a la guerrilla porque ésta opera en un territorio que ese país vecino pretende lograr para sí en un momento futuro, cuando la lucha armada cese.

Finalmente, existe una injerencia en el conflicto del vecino como represalia por su apoyo a grupos localizados del otro lado de la frontera. En general, en estos ejemplos se trata de situaciones en las que un actor externo busca incidir en el conflicto del país cercano y ello puede derivar en una confrontación internacional.

Inversamente, un gobierno que afronta un conflicto doméstico puede atravesar las fronteras de su vecino para atacar a los rebeldes que utilizan al país colindante como santuario. Además, un país puede incursionar y atacar a su vecino a modo de represalia y presión para que éste abandone la ayuda a los insurgentes. Como resultado, un conflicto interno se internacionaliza: un país que vive una disputa doméstica la externaliza.

De manera paralela, puede darse lo que se denomina el "efecto derrame" de un conflicto. Esto sucede cuando los enfrentamientos en un país afectan al vecino en términos de refugiados, daño a la infraestructura e impacto ambiental. Así, entonces, un conflicto interno produce dificultades bilaterales que exacerban las tensiones binacionales y pueden desembocar en una guerra internacional.

En ese sentido, la dinámica doméstica y fronteriza que tiene en la actualidad el conflicto armado en Colombia, en particular, y los profundos cambios político-militares en el mundo andino, en general, hacen que el entrelazamiento entre conflicto interno e internacional sea hoy más probable.

Han aumentado los diversos efectos de derrame (refugiados, grupos armados parainstitucionales, drogas ilícitas, destrucción ambiental, entre otros) en especial entre Colombia y Venezuela. La captura en territorio venezolano del supuesto "canciller de las FARC", Rodrigo Granda, en diciembre de 2004, y la ejecución en territorio ecuatoriano del líder de las FARC Raúl Reyes, en marzo de 2008, mostraron que el gobierno colombiano ha estado dispuesto a externalizar el conflicto interno.

La nítida oposición de proyectos ideológicos entre Caracas y Bogotá, el uno con un régimen revolucionario con ambición de proyección externa y el otro con un régimen restaurador que se presenta como un modelo de estabilización interno, ha elevado las posibilidades de que cualquier fricción bilateral lleve a un escalamiento descontrolado.

Si a lo anterior se suma el papel gravitante y contradictorio de Estados Unidos en las relaciones triangulares entre Bogotá, Caracas y Washington, entonces se tiene un panorama de la posibilidad de que se amplifique el vínculo entre conflicto interno y confrontación internacional.

Por otro lado, el dilema de seguridad entre Colombia y Venezuela se ha agudizado en los últimos tiempos. En la política mundial, este dilema opera de la siguiente manera: el Estado A busca incrementar su seguridad mediante un conjunto de políticas que involucran el incremento relativo de su presupuesto de defensa, la modernización de su armamento convencional y el robustecimiento de ciertas alianzas externas. El Estado B (vecino cercano u oponente estratégico ubicado a distancia) percibe que las políticas emprendidas por A le generan inseguridad. En consecuencia, B también eleva sus gastos militares, adquiere más pertrechos y consolida alianzas internacionales. El resultado es que el Estado A pasa a sentirse inseguro y, por lo tanto, refuerza las políticas originales. Se amplifica la sensación de mutua vulnerabilidad y se inicia una espiral de desconfianza recíproca.

Esta es una encrucijada vivida por un gran número de países: Alemania y Francia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría; la Argentina y Brasil hasta la década del 80 del siglo pasado; Irán e Irak por lustros, en Medio Oriente. Unos dilemas condujeron a la guerra, otros fueron manejados y aun otros se superaron. Hoy persisten los conflictos del pasado entre la India y Paquistán, pero ahora con armas nucleares; entre las dos Coreas, como lo muestra el incidente marítimo reciente, y entre Estados Unidos y China se ciernen nuevos dilemas.

Si bien el dilema de seguridad entre Bogotá y Caracas no es nuevo ni excepcional, ha alcanzado un grado de escalamiento que exige la atención prioritaria de América latina en su conjunto. El hecho inaudito en esta relación es que hoy ni Bogotá ni Caracas creen que lo que hace el vecino lo realiza en clave de disuasión (deterrence, en nomenclatura anglosajona); esto es, no creen que el mensaje de uno al otro quiera decir: "No me ataques porque el costo de hacerlo será mayor para ti, pues yo usaré todo mi poderío en la represalia".

Lo que parece predominar hoy es la percepción de que los dos procuran la reversión (roll back, en nomenclatura anglosajona) del otro. Es decir que Bogotá busca (con la ayuda de Estados Unidos) dar marcha atrás a la Revolución Bolivariana de Chávez y que Caracas busca (con la ayuda de las FARC) promover la caída del régimen de seguridad democrática de Uribe.

En una situación tal se impone propiciar un esquema de administración del dilema de seguridad en clave disuasiva y evitar incidentes que lleven a la confrontación. Las señales y acciones de ambos deben ser más transparentes y sutiles. En buena medida, la opacidad y la ambigüedad han coadyuvado a errores de percepción. Es además indispensable establecer un espacio institucional en el que se tramiten mejor las diferencias. Al menos por un tiempo ?acordado por las partes? debería sacrificarse la política interna en aras de la política exterior: exacerbar el patriotismo con fines electorales y agitar el nacionalismo para calmar críticas domésticas debe ser evitado a toda costa. La irresponsabilidad en esta hora puede tener costos imprevisibles en el futuro. A su vez, es crucial llamar a terceras partes para que, de modo discreto, faciliten mecanismos que ayuden a construir un mínimo de confianza y avanzar en un sistema de garantías mutuas.

En resumen, la moderación, la auto-rrestricción, la institucionalización y el acompañamiento son claves para reducir la tensión entre Colombia y Venezuela; pasar de un dilema de seguridad percibido en clave de reversión a uno típicamente disuasivo y reforzar, en particular, todo aquello que asegure una distensión básica en la zona fronteriza.

Quizá sólo después de eso se pueda avanzar en una política bilateral más serena y menos tirante.

El autor es profesor de Relaciones Internacionales en la Torcuato Di Tella

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