Di Tella en los medios
La Nación
19/05/8

El Di Tella y la insolencia creativa

A cincuenta años de su fundación y a cuarenta de su cierre, la osadía cultural del célebre Instituto no ha sido superada.

Cuando lo conocí, Guido Di Tella estaba recostado sobre la ventanilla de un avión e intentaba adivinar la silueta de las islas Malvinas, en las que pronto aterrizaríamos. Fue en octubre de 2000 y Di Tella ya tenía 69 años, pero parecía un adolescente después de la última clase del viernes. Al llegar, saludó a los pasajeros como si fuese un político en campaña. Anoté el detalle en mi libreta: viajaba como periodista de LA NACION para cubrir el viaje que el ex canciller de Carlos Menem presentaba como turístico, pero que escondía razones políticas. Malvinas fue un eslabón más en la obsesión que Di Tella tuvo durante toda su vida -la modernización de la Argentina- y un fracaso político.

El viaje fue el último acto público de Di Tella, que murió el 31 de diciembre de 2001, abrumado por el derrumbe de la Argentina y por la causa por contrabando de armas, en la que había estado imputado. Fue un triste final para un hombre polémico y movedizo, cuyo máximo aporte a la Argentina no se registró en el ámbito de la política sino en el del arte. El Instituto Torcuato Di Tella, de él se trata, fue un reducto de vanguardia artística ideado por Guido y que respondía a la misma lógica que su política de Malvinas: era un intento heterodoxo y provocador para impulsar a la Argentina hacia lo que él entendía como el progreso. Este 2008 se cumple un doble y paradójico aniversario de la sección de arte del Instituto: hace 50 años se fundó y hace 40, la censura del gobierno de Juan Carlos Onganía adelantó su final.

1958, cuando arrancó el Di Tella, fue un buen año para la burguesía porteña. Arturo Frondizi había ganado las elecciones y el peronismo que tanto los aterraba parecía en retirada. Aquellos fueron los años en que la revista Primera Plana renovó el periodismo argentino, la editorial Eudeba publicó textos clásicos a precios accesibles, los televisores dejaron de ser un artículo de lujo y la Universidad de Buenos Aires se renovó incorporando carreras nuevas, como psicología y sociología.

En ese clima de apertura y optimismo, Guido Di Tella proyectó el Instituto. Tenía apenas 27 años y mucho dinero. Su padre, Torcuato Di Tella, les había legado a él y a su hermano Torcuato el coloso industrial que construyó fabricando primero amasadoras de pan y luego heladeras, ventiladores, automóviles y otros cientos de artefactos que salían con la marca SIAM. Además de empresario, Torcuato Di Tella era un hombre culto y atravesado por los conflictos de su época. En su juventud había sido socialista: financió la resistencia antifascista en Italia y una importante colección de arte.

Luego de cumplir el mandato paterno al graduarse de ingeniero, Guido viajó a Boston para estudiar economía en el MIT; allí tuvo a Walt Whitman Rostow como tutor de su tesis. Rostow -que había peleado en la Segunda Guerra Mundial y fue asesor de varios presidentes de Estados Unidos- sistematizó un modelo de desarrollo en cinco etapas que debía atravesar una sociedad tradicional hasta llegar a su ideal del último estadio: el capitalismo liberal. Guido quedó cautivado con la teoría sobre las etapas del desarrollo y la aplicó primero a sus investigaciones económicas, pero luego también a su concepción del arte, la sociedad y la política. Concibió el Instituto como una dínamo que ayudaría a la Argentina a dar el salto hacia ese futuro de progreso.

Primero había que convencer a su madre, María Robiola, y a su hermano Torcuato de que donasen la colección de cuadros y trece millones de dólares en acciones de SIAM. La operación fue un éxito y el 22 de julio de 1958 nació la Fundación Torcuato Di Tella, cuya cara visible era el Instituto. Sus inicios fueron erráticos. Provisto de amplios recursos pero sin una impronta definida, el Instituto pedaleaba en el aire cuando Guido encontró al hombre que necesitaba para encauzarlo: Jorge Romero Brest, entonces director del Museo Nacional de Bellas Artes. Romero Brest era un apasionado de las ideas interesantes y las cosas bellas. Se consideraba un "aristócrata del pensamiento" y estaba orgulloso de que el suyo hubiese sido el único voto en blanco de la Facultad de Derecho en las intensas jornadas de Reforma Universitaria de 1918. En cambio, militaba con fervor en el psicoanálisis, que lo ayudó a odiar un poco menos a su padre castrador y a trabajar la provocación como un aspecto definitorio de su personalidad. Su mujer, Martita, contribuía a la imagen de eclecticismo que él cultivaba con esmero. Pequeña y dueña de un rostro sin edad, usaba el pelo corto y corbatas de hombre.

La incorporación de Romero Brest al Instituto como director de la sección de arte coincidió con la apertura de un local en la calle Florida, a metros de la Plaza San Martín, diseñado por Clorindo Testa. La sede del Instituto se incorporó al circuito de la vanguardia artística que iba de la calle Viamonte a Charcas, con Florida como eje. El Di Tella cobijó primero a los neofigurativos y luego a quienes serían los máximos exponentes de su espíritu: los pop. Marta Minujin y el resto de los pop reinaron en el Di Tella hasta finales de los años sesenta, cuando la violencia ya no dejó espacio para su frivolidad inteligente. El quiebre de la vanguardia con el Di Tella, y el fin de una era en la Argentina cultural y política, se dio en mayo de 1968. Mientras París se agitaba al ritmo de los estudiantes y el mundo entraba en un estado de convulsión creativa, en Buenos Aires la revolución fue artística. El detonante fueron las Experiencias 1968 , una muestra colectiva del Di Tella que terminó en escándalo luego de que la policía ordenase clausurar la obra de Roberto Plate, un simulacro de baño que comenzó a poblarse con las leyendas sexuales y políticas que dejaba el público. Una contra Onganía provocó la denuncia policial que aceleró una orden de clausura. El resto de los artistas decidió solidarizarse con Plate y el 23 de mayo arrojaron todas sus obras a la calle Florida.

Las Experiencias 1968 y su crisis final fueron el punto de mayor convulsión del Di Tella, su clímax creativo y de repercusión social. También marcaron su fin como proyecto artístico. La sede de Florida del Instituto languideció hasta abril de 1970, cuando cerró. Las causas de su declive fueron políticas, económicas -SIAM había comenzado a derrumbarse y la familia ya no podía financiarlo- y artísticas. Cuando la alianza entra la izquierda revolucionaria y el liberalismo democrático que había nacido en tiempos de la resistencia contra el peronismo se quebró, Guido Di Tella y el Instituto quedaron alineados con los segundos y a contramano de la historia. El Di Tella fue un claro exponente de los años sesenta y su impronta de apertura e insolencia creativa ya no tuvo lugar en la década siguiente, cuando la política viró hacia la revolución y la violencia.

Publicado en:
Link: