Di Tella en los medios
Diario Perfil
1/04/12

Entre el honor y los intereses del país

Por Manuel Mora y Araujo. Sociólogo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

El 30º aniversario de la invasión de las Malvinas despierta un comprensible aumento de la atención puesta sobre las islas, sobre aquella guerra y sobre las perspectivas de recuperación de la soberanía por la Argentina. De tanto en tanto, el tema tiende a trepar en la agenda de la sociedad sin necesidad de ninguna efemérides; generalmente es o bien por algún incidente ocasional en la zona o bien porque a uno de los dos gobiernos involucrados –el inglés y el argentino– les viene circunstancialmente bien ese foco de atención.

Para el conjunto de la opinión pública argentina, excepto en esos momentos de pico, el tema resulta casi irrelevante. Se entiende que los ex combatientes, sus familiares o algunas personas sensibles a ellos, suelan hacerse notar con sus demandas; pero no mueven el barómetro de la opinión pública.

Los puntos de vista sobre las Malvinas, que hoy surcan el debate público, pueden ser divididos en dos grandes corrientes. Ninguna de ellas propone, ni siquiera implícitamente, el regreso a alguna acción militar, por lo que se entiende que una recuperación más o menos inmediata de las islas está descartada. Las dos corrientes expresan, entonces, posiciones acerca de cómo debe la Argentina convivir con el hecho de que nuestro país no puede ejercer la soberanía porque las islas están ocupadas por personas que reconocen otra soberanía y gobernadas por otro país. Una de esas dos corrientes de opinión pone el acento en el honor nacional y la otra lo pone en los intereses nacionales. Ninguna es más "nacional" que la otra, aunque los primeros suelen sentirse a gusto llamándose, o siendo llamados, "nacionalistas", y los segundos están en general algo menos pendientes de cómo se los denomina. 
Los frecuentes intentos de descalificar a una de esas dos posiciones con las maneras de denominarlas suelen ser el punto más bajo del estándar intelectual en el que se plantean los debates. Por ejemplo, los que toman el partido de los "intereses nacionales" a veces usan la expresión "nacionalista" en un sentido despectivo; y los del "honor" hacen lo mismo usando la expresión "liberal", en un sentido igualmente descalificatorio. La habitual práctica de jugar a la guerra de etiquetas, tan propia de la cultura pública argentina, contribuye bien poco a la calidad del debate público en nuestro país. En cambio, los intercambios de puntos de vista, aunque sean a veces sostenidos en términos duros o nada amables, suelen ser enriquecedores.

Las dos corrientes de opinión sobre Malvinas, que estoy llamando la del "honor nacional" y la de los "intereses nacionales", me parecen respetables y dignas de consideración. Personalmente me enrolo en la corriente de los intereses y en estas líneas quiero decir suscintamente por qué.

En primer lugar, pienso que por el camino de los intereses podríamos acercarnos más, y más rápidamente, al objetivo de recuperar las islas. En segundo lugar, soy escéptico acerca del punto de vista del honor en temas como éste. El honor es un valor estratégico en muchas esferas de la vida, tanto de las personas como de los países. En tiempos pasados era un hábito batirse a duelo, con el solo propósito de defender el propio honor, aun cuando el resultado de la lucha sólo podía tener un impacto sobre el honor de los contendientes en términos absolutamente simbólicos y no materiales. Hay infinidad de situaciones donde los seres humanos hacemos algo en nombre del honor, aun bajo altos costos y tomando riesgos importantes. Lo mismo sucede con los países.

Los intereses nacionales son, indudablemente, algo más cercano al plano material. Pero no por eso son menos o más valiosos en sí mismos. Ciertamente, pueden ser definidos de maneras muy diversas. Aplicado al problema de Malvinas, el punto de vista de los intereses materiales pone en valor los aspectos económicos que están en juego: lo que la Argentina podría ganar en un vínculo de diálogo y cooperación con las islas, lo que la Argentina podría dejar de perder disminuyendo el nivel de conflicto. Esta visión de las cosas cuenta con antecedentes exitosos; por ejemplo, nuestro país negoció con Chile, con la mediación papal –esto es, bajo un arbitraje bastante "espiritual"–, la solución al conflicto del Beagle, con el resultado de que cedió a Chile islas fueguinas para bien de todos. Del mismo modo, se negoció con Chile por los hielos continentales, y el consenso prevaleciente es que el resultado fue bueno. No está dicho que si las Malvinas fueran sometidas a un arbitraje la Argentina perdería sus reclamos; pero está claro que, antes de que eso se decida, el país podría ganar bastante en otros terrenos que los de la soberanía sobre esas tierras.

Mi punto de vista es que si, en resguardo del honor nacional, seguimos sin el dominio efectivo sobre las Malvinas, y además complicamos nuestras relaciones económicas con otros países y desaprovechamos la oportunidad de compartir la explotación de recursos económicos, no ganamos nada. Ni siquiera, pienso, ganamos algo en el plano del honor, ya que si el honor es algo más que cien por ciento subjetivo –o sea, si es algo que otros pueden percibir y valorar en alguna medida– creo que muy pocos en el mundo perciben realmente algo honroso en la manera en que Inglaterra y la Argentina están manejando el problema de estas islas.

La Argentina no es menos "Argentina" por haber perdido algunas porciones de territorio –algunas nada menores, como la parte de las misiones que hoy es Brasil, parte de lo que hoy es Bolivia, territorios que formaban parte del Virreinato del Río de la Plata, algunas islas del Beagle, algunos trozos de hielos continentales en la cordillera–. La Argentina existe; podría no existir, pero existe; podría haber sido un poco más extensa, pero no por eso existe menos que si lo fuera. Los argentinos sentimos que esa realidad del estado soberano que ejerce potestad sobre este territorio es "nuestra patria". Y lo es aun cuando una proporción altísima –increíblemente alta– de los habitantes provenimos, en tercera o cuarta generación, de personas que nacieron en otra parte y que ni siquiera estaban seguras de que venían acá para quedarse. Pienso que las islas Malvinas no tienen entidad suficiente para cambiar estas cosas. No tienen entidad suficiente para haber desatado la locura de una guerra. Pero son un problema, pueden representar una oportunidad marginalmente interesante para generar riqueza, y por eso sí tienen entidad para poner alguna atención sobre ellas y buscar las mejores vías para sacar provecho colectivo de sus recursos y para negociar razonablemente el entredicho histórico con Inglaterra.


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